"Es la droga, estúpido"

Jue, 26/10/2017 - 04:33
“Es la economía, estúpido”, fue una frase de Bill Clinton en la campaña presidencial que lo enfrentó a George Bush (padre) en 1992. Frase que hizo fortuna y siguió empleándose de ahí en ade
“Es la economía, estúpido”, fue una frase de Bill Clinton en la campaña presidencial que lo enfrentó a George Bush (padre) en 1992. Frase que hizo fortuna y siguió empleándose de ahí en adelante para destacar toda serie de asuntos que se consideran esenciales. Y si hay un asunto esencial en la vida de todos nosotros es el consumo de doga y sus consecuencias en la sociedad. La propaganda de todos los gobiernos, no solo el colombiano, insiste en enfocar el asunto única y exclusivamente desde una parte del problema global. Esa parte se llama narcotráfico, es decir, el contrabando de la droga. Las otras tres patas de la mesa es como si no existieran; me refiero a la producción, el lavado del dinero y el consumo. Y tan es así que —lo estamos viendo ahora en Nariño— se habló durante cinco años con las Farc, que eran los mayores negociantes de cocaína, y no se previó qué hacer con los campos de cultivo de coca y con las rutas de tráfico que iban a abandonar. A mediados de los años 70, en los albores del fenómeno en Colombia, los integrantes del cartel de Medellín que empezaron enviando cocaína a Estados Unidos con los métodos más rudimentarios y “artesanales”, tenían solucionadas las dificultades que les planteaban tres patas de la mesa: una producción abundante en Bolivia y Perú, unos banqueros encantados de recibir chorros de dinero de un negocio que lo producía a espuertas y un ejército de consumidores cautivos en las calles de Norteamérica. Con la cuarta pata, el contrabando, tenían dificultades. Porque claro, llevar la cocaína en maletas de doble fondo, en lápidas de mármol para cementerio o en el recto de algún dinámico viajero resultaba insuficiente para el espíritu emprendedor de los empresarios paisas que primero se le midieron al asunto. Y es que, digámoslo sin remilgos, ese negocio es una empresa como otra cualquiera: hay proveedores y consumidores, como ocurre con el gas natural, las alpargatas o las empanadas. La única diferencia con estos tres productos es que en el caso de la cocaína se trata de un producto ilegal. Fue entonces cuando apareció un empresario genial, de esos que no faltan en toda gran corporación, que dio un vuelco al negocio, compró una isla en Bahamas y para más señas, infestadas sus aguas de tiburones, y la convirtió en la plataforma de reparto para el insaciable mercado norteamericano, y lo demás es historia de todos bien conocida. La compra de esa isla por parte de Carlos Lehder —nombre que no sonará para nada a las nuevas generaciones— solucionó el único problema que les quedaba a los “negociantes de riesgo” paisas, como los definió muy acertadamente el general Fernando Tapias, ex comandante de las Fuerzas Militares de Colombia, en un programa de televisión que hice hace años sobre el asunto. A partir de ahí la cocaína dejó de llegar a Estados Unidos por gramos o por kilos y empezó a fluir por toneladas en el mercado. Y entonces a todos se les llenó la boca hablando del narcotráfico, como si fuera un asunto aislado, como si no tuviera que ver con la producción, el lavado de dinero y el consumo. Es todo una gran hipocresía, una falacia en la que participan políticos, policías y medios de comunicación. Hablando con propiedad la cocaína es una commodity. No creo que haya un economista serio que se atreva a negar ese título a un producto (no lo llamemos bien si les parece escandaloso) que tiene un valor. Como el petróleo, el café o la carne de bovino. Atrae y seguirá atrayendo a esos negociantes de riesgo que son los narcotraficantes, mientras haya mercado. Un titular de prensa de estos días decía: “DEA: Cocaína de Colombia sigue siendo una amenaza para EE.UU.” Y a renglón seguido se añadía que en 2016 en Estados Unidos, la disponibilidad y el consumo de cocaína han aumentado significativamente debido a los incrementos en el cultivo de coca y la producción de cocaína en Colombia, principal origen de esa droga que llega al mercado estadounidense. Esto les vendrá muy bien a los políticos que se oponen al acuerdo de paz entre las Farc y el Gobierno de Juan Manuel Santos en las campañas electorales que se avecinan. Fariseísmo puro, en México no ha habido proceso de paz y el consumo de heroína que llega desde allí a las calles norteamericanas también ha aumentado, ¿si aumenta la demanda por qué extrañarnos de que aumente la producción? El día que alguien investigue seriamente la historia de las cuatro patas (¡cómo me gustaría saber el papel de algún banquero!) de esa mesa que es la droga, nos vamos a llevar sorpresas. Entre tanto sigamos jugando tener los “mejores policías del mundo”, a proporcionar argumentos para series de Netflix y a ser una “amenaza para Estados Unidos”, no sea que se quede en exclusiva con ese dudoso honor el gordito Kim Jong-un.
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