Este viernes, en Barranquilla, la Policía Nacional capturó al cantante de música urbana “Mosta Man”, sindicado de concierto para delinquir, homicidio y microtráfico. Es decir, que este señor es más malo que tomar leche entera después de los 40 años.
Pero más malo, aún, es el nombre artístico del cantante. Confieso mi total ignorancia ante el significado de tal mote. Se que man, traducido al español, significa hombre. ¿Pero, Mosta? Averígüelo, Vargas.
Si nos dejamos llevar por el universo de las noticias, nos vamos a encontrar con un sub mundo que le ha dado vigorosidad a un “nombre que se da a una persona en vez del suyo propio y que, generalmente, hace referencia a algún defecto, cualidad o característica particular que lo distingue”. Me estoy refiriendo al ‘apodo’.
Hagamos contexto.
Desde hace siglos los apodos son utilizados para identificar, de buena o mala forma y como alternativa, a cualquier tipo de personaje. El ser humano tiende a caracterizar a sus coterráneos con palabras alusivas a sus defectos, sus virtudes, su ternura, su cariño, su genio o por molestia.
Existen apodos famosos y para famosos, por montones. Acá algunos:
- ‘El manco de Lepanto’ (Miguel de Cervantes Saavedra).
- ‘El Ché’ (Ernesto Guevara).
- ‘Billy the kid’ (Henry McCarty).
- ‘Platón’ (el nombre de este filósofo era Aristocles).
- ‘Calígula’ (El emperador romano Cayo Julio César Augusto Germánico).
- ‘Iván “El Terrible” (El zar Iván IV de Rusia).
- ‘Scareface’ (Al Capone).