¿Gobierno bipolar?

Lun, 01/10/2018 - 06:38
Hace unos días alguien me dijo que el actual gobierno se parecía a una persona con trastorno bipolar, anotación que llamó mi atención y me hizo reír. Así que averigüé si mi amigo acertó en c
Hace unos días alguien me dijo que el actual gobierno se parecía a una persona con trastorno bipolar, anotación que llamó mi atención y me hizo reír. Así que averigüé si mi amigo acertó en coloquialidad o -incluso- cayó en un error clínico con su afirmación, además de en un juicio exagerado. Sin embargo, en mis lecturas sobre qué es el trastorno bipolar, surgieron varios conceptos (trastorno, personalidad, trastorno de la personalidad) que me ayudaron a contextualizar las palabras de mi amigo. Con tanta contradicción, por ejemplo, lo que decía Iván Duque en campaña y lo que dice ahora como Presidente; o lo que expresan sus ministros frente a lo que son aparentemente sus banderas de gobierno, es viable que secularmente ya se piense que nos encontramos ante un gobierno bipolar. Bipolar o no, lo que sí deja claro es que hay muchas voces hablando en una misma cabeza y eso es lo que percibe la ciudadanía: Un trastorno en el discurso. Durante los primeros 30 días de gobierno, el Presidente Duque ha buscado estimular el emprendimiento desde la economía creativa con el plan ‘Exprimiendo la naranja’; el diálogo social y la participación ciudadana a través de un ejercicio llamado ‘Taller Construyendo País’; la seguridad con el plan ‘El que la hace, la paga’; el ambiente, con un ministro que repite todo el tiempo “conservar produciendo y producir conservando” mientras avala los peligros del fracking; o más disonante que lo anterior, el turismo con un ministro de comercio que dice que este es nuestro nuevo petróleo (¿Y si hay nuevo petróleo para qué someternos a los riesgos del fracking?); finalmente la equidad, a partir de un discurso de 'reactivación económica', que abre la agobiante posibilidad de que más ciudadanos de la clase media y baja colombiana paguen, planteando el advenimiento de la que es sin duda la peor reforma tributaria en muchos años, en la que literalmente hasta el pan y el circo no lo van gravar. Algunos de los planes y metas que se decían en campaña sonaban prometedores y respetuosos de las libertades individuales, los derechos fundamentles y las necesidades de cientos de personas. Pero al cabo de los primeros días de gobierno, con solo las declaraciones del ministro de Defensa y el ministro de Hacienda, la realidad esperanzadora que vendieron ha cambiado enormemente. El Ministro de Defensa, al hacer generalizaciones como que la protesta social es financiada por la mafia; al retornar al método antiguo de las fumigaciones con glifosato; al apoyar la eliminación de la dosis mínima; entre otras acciones, hace pensar que no hay mucha coherencia frente a la línea del discurso conciliador que maneja el Presidente. De hecho, la última manifestación de incoherencia la recibimos de parte del embajador de Colombia en Estados Unidos, quien se atrevió a decir que apoyaría una intervención militar de Estados Unidos en Venezuela (como si no supiera qué es la guerra, o las consecuencias de esta). De modo que hay intentos disonantes de parte del Presidente por cumplir sus promesas de campaña, y los compromisos a los que ha llegado en espacios como el Taller Construyendo País. Pero estos intentos (planes, programas, políticas) deben sobrevivir a escándalos con grandes notas de inequidad (como los famosos bonos de agua del Ministro de Hacienda), y al desconocimiento de la realidad que viven los municipios para los cuales fueron creados. Solo en materia de cultura, quienes conocemos el sector, sus problemáticas y retos, nos preguntamos ¿cómo va a ser la cultura una prioridad, un potenciador de un nuevo sector económico, una opción sostenible de desarrollo y progreso, si lo que refleja el presupuesto de la nación es un recorte a este sector? O en materia económica, cómo ‘Exprimiendo La Naranja’, que suena más a exprimiendo la cultura, y otras medidas para impulsar la economía creativa (llamada por el actual gobierno como economía naranja), puede ser una solución real para los emprendedores de la creatividad y la cultura, cuando muchos de estos han constituido pequeñas y medianas empresas que no son de carácter industrial, y que ante el estímulo equivocado, podrían sucumbir. Esperamos que el Plan Nacional de Desarrollo sea el que dé claridad ante tanta disonancia. Que sea lo suficientemente incluyente como dice que va a ser, para que ahora sí se tenga en cuenta a los artistas, a la cultura, a los líderes sociales, al equilibrio ambiental y a tantos problemas que requieren de soluciones efectivas. Sin duda, una cosa es decirlo y otra muy diferente cumplirlo. Pero también una cosa es la bipolaridad y otra cosa un desorden de personalidad múltiple, porque con tantas voces hablando y cada una corriendo para su lado (ya con Pachito hablando y sin tener aún a Ordoñez en el escenario -que seguro será otra isla para esta arista-) estamos quedando a un paso de las buenas intenciones y un populismo que supo en campaña posicionar al cantante, al mago, al ‘cuenta chistes’, al guitarrista, al malabarista del fútbol y sobre todo al orador. Hasta ahora, el único que vemos que ha entendido toda esta fuente de esnobismos y anglicismos en este discurso innovador de gobierno, es el alcalde de Girardot que afinó la praxis de la economía naranja durante un Taller Construyendo País: “Señor Presidente, ya aplicamos la Ley Naranja y contratamos seis payasos para recuperar el espacio público en la plaza de mercado”.
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