Uno de los mejores momentos del día es el rato que papá y mamá pueden, por fin, estar tranquilos: niños llenos y durmiendo, cocina limpia, quehaceres terminados... ¡Un remanso de paz! La paz puede verse desde distintos puntos de vista, desde el más cotidiano hasta el más excelso. La paz con mayúsculas parece no estar al alcance de personas del común, porque no depende de uno y es demasiado ambicioso pensar en resolver conflictos mundiales.
Sin embargo, la familia es el núcleo social más pequeño desde el cual se puede hacer mucho por conseguir la paz. En la familia hay conflictos, malentendidos, ofensas, malos sentimientos, malas reacciones, celos y culpas, por lo que la labor educativa en su interior tiene una gran repercusión en la sociedad. Tolerar, compartir, acompañar, expresar afectos y perdonar son valores sin los cuales es difícil resolver los propios conflictos.
San Agustín define la paz como “la tranquilidad del orden” y de eso saben un poco quienes son padres. Encontrar el orden y la armonía en la familia no es tarea fácil, pero no hay que tirar la toalla para poder lograr al final del día esos remansos de paz y “buen hacer” dentro de los hogares. El orden sólo llega cuando se actúa inteligentemente y se logra el equilibrio justo entre disciplina y amor.
Enseñar a los hijos el valor de la paz e invitarlos a reflexionar sobre las situaciones molestas que han vivido en el colegio o en la casa para que intenten buscar la causa y la solución, es fomentar actitudes y sentimientos de amor y conciliación con el prójimo, con aquel que se tiene al lado, que es con quien más se pelea. Nunca nadie puede adjudicarse una victoria en los conflictos, porque todos pierden demasiado en el combate. El compromiso con la paz es un compromiso con los hijos.
