Muchos historiadores coinciden en que la radio pública nació en 1912 con el hundimiento del Titanic que no pudo comunicarse con nadie, una vez ocurrida la tragedia. Entonces comenzó la reglamentación de las emisiones radiofónicas.
En 1920 la asignación de frecuencias en los EE.UU. incentivó la formación de cadenas radiales. En 1922 llega la radio comercial.
La radio, siempre la radio. Primero la palabra, después la escritura y posteriormente la radio.
Colombia se ha preciado de hacer buena radio. Eso no se puede desconocer.
Sesenta y cinco años de Caracol y RCN, 60 de Todelar, diez de la W. Un año de Blu, la nueva alternativa de la radio, según su eslogan.
Décadas después de estos comienzos, ensayos, fracasos y triunfos y en medio de una feroz lucha por acaparar frecuencias y el espectro, la radio colombiana acusa cansancio, fatiga y abandono como el caso de la AM, llena de brujos, teguas, espiritistas y otras yerbas. Parecería que se agotó la originalidad, la creatividad, el talento, la agilidad y la proyección.
Las llamadas grandes cadenas utilizan el mismo cliché, pierden fuerza con una programación totalmente predecible y sin dignidad, se copian la programación que está impuesta por Caracol que, también en parte, la reproduce de la cadena Ser, perteneciente al mismo grupo Prisa: Hoy por hoy, La ventana, Hora 20, El alargue, Hablar por hablar, A vivir que son dos días… Es decir, otra copia que los demás copian, incluso en los mismos horarios.
El Tren de la tarde (RCN) tratando de alcanzar La luciérnaga; Voces RCN imitando Hora 20. Se dirá que no hay nada nuevo bajo el sol: no es tan cierto. Cada día hay que idear, innovar, realizar, cambiar las propuestas, arriesgar…
¿Qué se hicieron los creativos? ¿Quién define los contenidos? ¿Por qué no se permite la llegada de nuevos talentos, la permanencia o presencia de los llamados hombres de radio? ¿Por qué no se colonizan nuevos espacios?
“…Igual que ayer y antes de ayer, sigo mirando al techo una y otra vez como si no tuviera nada más qué hacer…” (Los Bunkers).Hay que intentar, ser valientes, reinventarse, readaptarse. Ese es el nombre del juego. Aquellas locuras de La hora Philips, La caracola o transmisiones en directo de La vuelta a España o el Tour de Francia son cosas del pasado. Mero fútbol, sumercé. Cuando expiraban las radionovelas y la radio atravesaba por un mal momento surgió el formato de 6 am 9 am con Yamid Amat, Alfonso Castellanos, Julio Nieto Bernal, Juan Gossain, Julio Sánchez Cristo. Desde entonces nada nuevo bajo el sol. A la radio de hoy le falta encanto, aventura, estética. No hay como la imaginación. Nada supera la inmediatez de la radio. Hemos pasado de la caja de madera a sintonizar la radio en el celular; la radio elimina las distancias. Lo que ideó la radio es ahora la televisión. Seguramente hay por ahí mucha gente que puede planear, descubrir fórmulas, pensar de una manera diferente, pero no encuentran la oportunidad. Por eso la vía fácil es el plagio. ¿Para qué tanta facultad de comunicación social? La memoria de la radio está en Todelar, Caracol, RCN que se quedaron con todo, incluso destruyendo instituciones como los más recientes casos de la HJCK y Radio Santafé. De contera, vienen liquidando la radio regional con esquemas centralistas que no convocan ni unen ni reúnen. Al leer y repasar crónicas de este medio, su origen y crecimiento lejos están los años dorados. Da nostalgia lo de hoy. Claro que hay cosas rescatables y valiosas, pero son hechos aislados, cuya suerte depende de criterios políticos e intereses económicos. Desde luego nadie hace negocios para perder plata. La audición ahora es universal, la transmisión por internet es el futuro inmediato. La BBC es un magnífico ejemplo, pero necesitamos nuestro propio modelo ¿Pero qué vamos a ofrecer? Lo mismo que antes. Es urgente encontrar gente interesante e inteligente que haga que el público los quiera escuchar, que ese público participe cada vez más, a tono con la tecnología y el imperio de las redes sociales. Hay que dejar de ser, como el famoso perro de La Víctor la voz del amo, de una organización, de una corporación porque cada quien va a tener su propio twit. Eso es pasión por la radio. Pasión que se encuentra cada vez menos. “No se puede ser la gran cosa, si se es la última gran cosa”, ha sentenciado Leo Laporte, el número uno de los podcats en los EE.UU., a sus 55 años. La radio colombiana tiene que competir, al aire o en la red, con millones de voces y ofertas actualizadas que están disponibles en el propio internet. En el medio se pide a gritos que las grandes cadenas hagan una sincera autocrítica, una evaluación honesta y realista de lo que está pasando y para dónde vamos. Los señores Santo Domingo, Ardila, Tobón y Prisa tienen la palabra. De momento, seguimos extrañando a Yamid Amat, Juan Gossaín, los Tobón… Que no falten Darío, Gustavo, Vicky, Yolanda, Julio, Alberto, Darcy, Nestor, Javier, ni Rubenchos o Jorge Antonio, pero que haya otras propuestas frescas… Que Todelar supere sus problemas internos y vuelva a ser el circuito del pueblo colombiano y que La Blu nos demuestre que realmente es la alternativa de la radio. Además, todo ello tiene que ver con la pauta publicitaria, cada vez más esquiva, precisamente por falta de norte. La radio colombiana puede más. No basta la inmensa tecnología de que se hace gala si el rey es el zapping y la crítica imparable, con tanta chabacanería por la presencia de personajes que van de un lado para otro viviendo del mismo cuento. Programar la radio, más que una técnica, debe ser un arte. De momento, no hay nada nuevo bajo el sol.