La sed de sangre de santos inocentes

Vie, 29/12/2017 - 11:11
Aura Lucía Mera es una periodista caleña que lleva escribiendo por más de 50 años en El País de Cali y tiene una columna de opinión en El Espectador. Estuvo casada con Rodrigo Lloreda Caicedo, m
Aura Lucía Mera es una periodista caleña que lleva escribiendo por más de 50 años en El País de Cali y tiene una columna de opinión en El Espectador. Estuvo casada con Rodrigo Lloreda Caicedo, ministro en tiempos de Belisario Betancourt. Es una figura destacada del conservatismo radical del país y de la sociedad más elitista y clasista de Cali. Fue adicta a la cocaína y al alcohol sobre lo que ha escrito dos libros que supuestamente, han ayudado a muchos a dejar y superar esos vicios. Hasta ahí cualquiera diría que es una buena persona que admitió sus errores, muy personales, en pro de ayudar al prójimo. Pero su columna del domingo 26 de diciembre muestra todo lo contrario. Su primera frase, la que asegura debe escribirse con mayúsculas, indica otro de sus vicios. Revela la fecha y describe con lujo de detalles el lugar donde pronto dará inicio la humillación, tortura y asesinato de cientos de toros para la complacencia de unas pocas personas que no pertenecen a esta civilización, afortunadamente, y que aún disfrutan de esta clase de espectáculos. Aunque para ella son “tardes de tauromaquia inolvidables” y “rituales sagrados” para millones de personas desmarcan el entretenimiento y la apología a la cultura salsera que ofrece la Feria de Cali. Mera asegura que son miles y miles de aficionados colombianos que heredaron este “ritual sagrado” por ser directos descendientes de españoles, árabes y romanos. Con esto intenta crear un discurso simplista y sin fundamentos de meritocracia, como si todos los colombianos merecieran ser amantes de este salvajismo y aparte estar orgullosos de semejante herencia. Se le olvida a la señora periodista, desde su visión elitista y ultra conservadora, que los colombianos son más indios que españoles por el solo hecho de ser nativos del continente que esos antepasados robaron, saquearon, explotaron, contaminaron, violaron, asesinaron y colonizaron. Y que esos mismos indios adoraban, respetaban, conservaban, protegían y cuidaban toda forma de vida que la “pachamama” ofrecía. De seguro los aborígenes hubieran hecho lo mismo que los griegos, descritos por la periodista, que desarrollaron una afición y culto al toro. Pero no para verlos sufrir y ser asesinados como parte de una feria, sino para protegerlos por su belleza, nobleza y elegancia. La periodista cita a Enrique Ponce, conocido asesino de toros entre quienes disfrutan de este sangriento y violento show, a quien se refiere como maestro. Esta asegura que “el toreo es grandioso, mágico y que es el único espectáculo artístico donde no hay nada preparado”. Ignora la periodista, al igual que Ponce, que hoy en día y gracias a las redes sociales, es un secreto a voces los atropellos que sufre el toro antes de salir al ruedo y que comienza desde el mismo instante en que es transportado hacia la plaza. Y tiene que ser así, pues la naturaleza del comportamiento de cualquier animal herbívoro es pasivo. Así que por el contrario a lo que afirma el “maestro”, y quien lo cita, todo está preparado y fríamente calculado para el máximo sufrimiento del toro y el regocijo de los ilustrísimos asistentes que necesitan calmar sus ansias de sed de sangre de estos santos inocentes. Hay que recordar que en el ruedo no solo el toro es asesinado, muchas veces los caballos de los rejoneadores perecen en estas mal llamadas fiestas. Pero la columna de la señora Mera no solo es una alabanza y defensa al maltrato animal sino una afrenta a un candidato a la presidencia del país, quien aseguró que prohibiría las mal llamadas corridas de toros si llega a la Casa de Nariño. Lo llama politiquero y populista por proponer algo que millones de colombianos vienen pidiendo desde hace muchos años y cuya propuesta ha muerto en sus muchos intentos en el Congreso de la República. Es sabido que muchos de sus cabildantes gozan de ese ultraje animal y simplemente no es conveniente para sus negocios e intereses politiqueros. Un ejemplo de esas figuras del poder adictos a esta clase de espectáculos es el corrupto ex procurador Alejandro Ordoñez. Por un lado, condenaba públicamente la homosexualidad y el aborto justificado mientras por el otro aplaudía cuando un toro caía ante la espada de un cobarde vestido de ajustada ropa de colores. Ante la propuesta del candidato, a la que Mera tilda de amenazas, hace un llamado a las huestes taurinas a no sucumbir, pues por ser minoría tienen el sagrado derecho constitucional a hacerse sentir y respetar. Y en el más exabrupto de todo su escrito dice que las “corridas deberían ser patrimonio cultural de Colombia y no el pretexto para ganar votos como en Francia, España y México”. Vale aclarar que los galos son una sociedad mucho más moderna y civilizada que la colombiana y que desde hace mucho tiempo, se prohibió el maltrato animal. La madre patria, de cuya herencia recibimos el mal gusto por este espectáculo sangriento, según cita la respetada periodista, va por el mismo camino. Pero no gracias a los politiqueros y sus lazos con las ganaderías, sino por la factura que la juventud, especialmente los llamados “millennials” (los nacidos cerca o en el nuevo siglo), le están pasando a sus dirigentes en las urnas. Conocidos son mundialmente los plantones y protestas que por semanas se han llevado a cabo en ciudades como Madrid después de que en 1991 Canarias prohibiera las corridas de toros y luego Cataluña siguiera su ejemplo. Ya son más de 80 provincias y municipios que han copiado la prohibición entre las que se cuentan Asturias y Andalucía. Cada día son más y más los ciudadanos del mundo que rechazan esta clase de prácticas y rituales que para unos pocos resultan en un alegre show, menos para el actor principal. Pero además de abogar porque esta clase de abuso animal sea declarado patrimonio cultural de Colombia Mera, citando a otro aficionado a estos actos sangrientos, dice que prohibir las corridas de toros es más grave que censurar a la prensa, a la libertad de expresión y que, por el contrario, defenderla es defender la libertad. Habría que analizar, que ha pasado después de que se han prohibido las corridas de toros en esos países y ciudades ¿Acaso en Francia, España y México la prensa se ha visto amenazada o se ha prohibido? ¿Acaso en esos mismos países sus ciudadanos perdieron la libertad de expresarse u opinar de lo que se les dé la gana y como se les dé la gana? ¿Será que los habitantes de Canarias, Cataluña, Asturias y Andalucía, entre otros, se volvieron esclavos o lacayos de sus sistemas sociales y perdieron sus libertades y derechos civiles? La respuesta a todos los anteriores interrogantes es no, simplemente se le acabo el macabro negocio a unos pocos. Mahatma Gandhi decía que “la grandeza de una nación y su progreso moral podían ser juzgados según la forma en que tratan a sus animales”. Así que desde el punto de vista de Gandhi y de los millones que están en contra de ese vejamen, esos países y ciudades hoy en día son mucho mejor. Hay que anotar que los Estados Unidos no solo es una superpotencia mundial en la protección de los derechos civiles como la libertad de prensa y de expresión en el mundo entero sino también en la protección animal. Y si bien las corridas de toros existen, allí ni se sacrifica, ni se pica o se le hace el menor daño al animal. Algo que algunos legisladores en Colombia vieron como solución, pero no, para los aficionados a ver correr sangre esto no es posible porque hace “parte de la fiesta brava”. Mera hace un repaso histórico de estos acontecimientos asegurando que Cali lleva más de 300 años “celebrando” esta práctica y que en diciembre de 1760 en la actual plaza de Caicedo se lidiaron 12 toros cada día durante una semana. Es decir, se asesinaron 84 toros en siete días para deleite de sus asistentes. Es absurdo pensar que todos los caleños se sientan orgullosos de este acto, por el contrario, muchos deben estar sintiendo vergüenza de semejante dato. Y si lo que busca la autora de esas palabras es que se avalen las corridas de toros por ser un algo histórico cultural heredado de españoles, romanos y griegos. Entonces se deberían restaurar los procedimientos de la santa inquisición, la venta de esclavos, las peleas a muerte de gladiadores y la quema de personas por sospechas de brujería. Después de todo esos eran actos culturales o sociales avalados, y hasta auspiciados, por gobiernos e iglesias hasta hace muy poco. Mera también trae a colación el artículo primero de la ley 916 de 2004 que el Congreso de la República creó en el 2004 estableciendo el Reglamento Nacional Taurino que, tristemente dice: “Los espectáculos taurinos son considerados como una expresión artística del Ser Humano”. Una ley hecha por los amigos de las ganaderías en un congreso que actualmente, tiene el 80% de imagen desfavorable, que no ha querido pasar leyes para endurecer las penas a pedófilos, violadores y corruptos, prohibir el uso del asbesto, legalizar el aborto, etc. En su intento de manipular la opinión, a la señora periodista se le olvidó, casualmente, que la Corte Constitucional admitió el maltrato animal como un derecho de los seres vivientes. Y le dio al Congreso un plazo de dos años para que tome una decisión de fondo sobre las corridas de toros. De lo contrario, esos espectáculos quedaran prohibidos en todo el país. Conociendo la poca importancia que hoy en día esto suscita en el cabildo nacional, que el 2018 es año electoral donde los congresistas están más empeñados en hacerse reelegir que cualquier otra cosa, y la ampolla que eso suscita políticamente, de seguro nada va a pasar. En dos años, cuando entre en vigor la prohibición al vencerse el término que dio la Corte Constitucional, el congreso se lavará las manos achacándole la decisión a los togados. Finalmente, la periodista se declara decepcionada del candidato presidencial por, según ella, caer en las trampas del populismo. Pero si defender el maltrato animal es populismo pues que viva, y que vivan los animales. Y que muera ese espectáculo de mescolanza de sangre, tripas, vísceras y arena que, gracias a Dios, es una “fiesta única”. No se debe apelar a la demagogia para decir que prohibir las corridas de toros es violar la legalidad de una minoría. Ningún acto que incluya la sangre de inocentes debe ser referido como legítimo, así como quienes los defienden no deben tener el status de minorías, pues la vida de un ser viviente está por encima de cualquier cosa o movimiento. Y mucho menos cuando ellos, los animales, tienen más derecho a estar en este planeta que cualquier otro ser. Al menos ellos no lo están acabando, ni gozan viendo sufrir otro animal como lo hacen los depredadores que asisten al asesinato de otro ser vivo mientras aplauden y se regocijan al ver derramar la sangre de un santo inocente.  
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