Las sumisas

Sáb, 24/03/2018 - 13:22
En días pasados, la sociedad española vivió conmocionada la desaparación y muerte de un niño de ocho años. Su cadáver fue encontrado por la policía en el maletero del coche que conducía, en e
En días pasados, la sociedad española vivió conmocionada la desaparación y muerte de un niño de ocho años. Su cadáver fue encontrado por la policía en el maletero del coche que conducía, en el momento de su detención, la novia del padre de Gabriel Cruz, como se llamaba el chico. La secuestradora y homicida (habrá que decir presunta pero todo la señala a ella como culpable), Ana Julia Quesada, resultó ser una dominicana que llegó a ese país comienzos de la década de los noventa a ejercer la prostitución. Su biografía, que la prensa española escudriñó con detalle por tratarse de un caso tan escabroso, dejaba tal reguero de hombres damnificados que hacen a Ana Julia merecedora del título que doy a esta columna. Para explicarles la razón permítanme que les cuente una historia que me sucedió hace años y que aquí resulta pertinente. Al entrar a cierta librería de Madrid el encargado en ese momento, que sabía que yo era colombiano, quiso preguntarme algunas cosas sobre las costumbres de este país tan extraño para él. Era un hombre que superaba con creces la cincuentena, diría incluso que podría pasar de los sesenta años. Sacó de su bolsillo una billetera, la abrió y me enseñó la fotografía de una mulata cartagenera que, según me dijo, había conocido en un viaje turístico tres años atrás. Estaba haciendo los trámites para llevársela a España y según me aseguró, estaba muy enamorado y ella estaba loca por él. La muchacha no pasaba de los veinticinco años. Por educación no me quedó más remedio que felicitarlo por su buen gusto y desearle mucha felicidad. Pero la cosa no terminó ahí. Antes de salir con mi correspondiente compra, el hombre me preguntó: “Oiga, ¿por qué son tan sumisas las colombianas?” Quedé perplejo con la pregunta y no pude menos que interrogarlo yo también a ver por qué me planteaba semejante cuestión. Entonces el hombre se explicó: “Sí, verá usted, cada vez que quiere ir al cine con las amigas me llama a pedirme permiso”. Yo, maravillado con la historia de aquel dechado de virtudes, pensé que la cosa acababa ahí pero había más. “¿Será porque el papá es policía?”, me preguntó dejándome absolutamente anonadado. Desde entonces, cada que veo a un europeo o norteamericano mayor con una jovencita colombiana no puedo dejar de pensar: “Ahí va este con una sumisa”. Abundan las historias de hombres mayores, algunas con desenlace bastante trágico, particularmente de españoles e italianos. En los consulados de ambos países las conocen bien y parece increíble que tipos que uno supone con cierta experiencia en la vida se dejen desplumar tan fácilmente. Hubo un tiempo en que se decía que los norteamericanos buenos cuando morían no iban al cielo, iban a París. En vista de lo que hay habría que decir que algunos europeos buenos cuando mueren no van al cielo, van al Caribe. Pescar una caribeña resulta uno de los mayores sueños del personal masculino allende los mares. Aunque a veces tenga un final tan dramático como el que contaba al inicio. Lo malo de este caso, como casi todo hoy en España, es que han terminado por mezclarle política al asunto. Dirigentes del partido neocomunista Podemos han saltado a la yugular de los indignados con Ana Julia. “Claro, la atacan porque es negra, mujer e inmigrante”, dicen enardecidos. Bueno, pues sí, es todo eso, y además ha matado a un niño de ocho años, la muy sumisa.
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