Life, una autobiografía

Sáb, 18/01/2014 - 04:01
 

 

“Yo vivo la vida, la vida no me vive a mí”

-Garrincha-

 

La vida es para acordarse. Si. Para acordarse pero también para vivirla. Para tocarla, ca
    “Yo vivo la vida, la vida no me vive a mí” -Garrincha-   La vida es para acordarse. Si. Para acordarse pero también para vivirla. Para tocarla, cantarla, llorarla, perderla, burlarla, para follarla, comérsela entera. Para todo esto es la vida. Y cuando se es el guitarrista principal de la banda más grande de Rock de la historia habrá algo de esto. Keith Richards recuerda –cuando recordar es siempre interpretar- desde sus casi setenta años los momentos que permitieron la formación de los Rolling Stones. Recuerda todo. Sus primeros amores, sus primeras canciones, su primera guitarra, su primera fumada de marihuana, sus primeros arrestos (y sus segundos y terceros). Recuerda, por supuesto, uno de los momentos más importantes en la historia del Rock, el momento en el que Keef conoció a Mick Jagger en una estación de tren. Recuerda cuando se le ocurrió la idea de Satisfaction, de Jumpin Jack, de Gimme Shelter. Cuando escribió, junto a Jagger, su primera canción como los Glimmer Twins secuestrados en una cocina durante toda la noche: As tears go by. Recuerda las grabaciones de Exile On Main St (el que asegura ha sido el mejor trabajo de los Stones) viviendo y tocando como prófugos de las autoridades fiscales al sur de Francia. Recuerda a sus amigos, los excesos y las adicciones. Dejó la heroína en el 78. Del todo dice él. Había probado por primera vez el porro en una gira del 65 cuando les preguntó, exhausto, a  unos músicos gringos como hacían para sentirse tan bien después del trajín de cada concierto. Ellos le dieron el cigarrillo de la risa y unos calmantes. Keith sólo alcanzó a probar el cigarrillo, no podía creerlo. Dice haber dejado la cocaína en el 2006 luego de un golpe y una cirugía en la cabeza. La cocaína, como la aspirina, disuelven la sangre. Ya estaba muy viejo para andar mezclando descalabradas con polvos blancos. Pasaron varias mujeres, no tantas como Jagger o Wyllman hubieran deseado, y a todas las quiso. Haleema, Linda Keith, Anita Pallenbergh, Lil Wergilis, una gruppie negra, una modelo alemana y, la que es hasta ahora su esposa, Patti Hansen. Explica como descubrió afinar la guitarra a cinco cuerdas, afinada con la que suenan sus grandes éxitos: Honky Tonk Women, Happy, Gimme Shelter, Rocks Off, etc. Recuerda a sus grandes amigos: Bobby Keys, Gram Parsons, y Mick Jagger. Aunque de Jagger dice que es más hermano que amigo. Con los hermanos se discute y se pelea siempre, pero no por eso dejaran de ser hermanos. Lanza afirmaciones con la mayor sencillez. Afirmaciones que envidiaría cualquier hegeliano. El infierno, por ejemplo, -dice Richards- no es un lugar de llamas y gritos, sino es el sitio donde están todos tus seres queridos pero donde ellos pasan sin verte, no te reconocen. El infierno es no-ser-reconocido. Genio. Habla sobre la amistad, quizás lo mejor que se hayan inventado hasta ahora (junto con los perros, que es otra forma de amistad pero distinta). Ella es la posibilidad de acercar o atenuar distancias. Camaradería. Recuerda sus hazañas y excesos, como no. La primera es haber fundado tremenda banda, pero, sobre todo, haberla tenido junta durante tantos años. Haber festejado (de parranda, se dice en estos lados) por nueve días seguidos sin dormir. Claro, a punta de pepas y polvos y Jack Daniels. Asegura dormir solamente dos veces a la semana, es decir, dice haber vivido algo más de tres vidas humanas consciente y lúcido, sin duda más que cualquier gato…hagan las cuentas. La hazaña de haber derrotado a la lista de personajes que no superarían los 30. Haber sido el papá de Jack Sparrow. Haber derrotado a la heroína. O de pronto mejor, haberla usado y vuelto adicta a él y no al contrario. Para Constaín, una de las más importantes: haber escrito este pedazo de libro equiparable a cualquiera escrito por Dickens o Proust, de prosa tremenda, como sus canciones. Y no extraña que lo haya hecho: un buen escritor, ya sea de canciones, de poemas, de escolios o de grandes tratados, tiene siempre una sensibilidad particular, una capacidad para apreciar lo que pasa y decantarlo con su pluma. Richards no es la  excepción. Recuerda la hazaña de haber burlado tantas veces a la policía, a la muerte. De haber vivido. Es imposible reducir una vida a hoja  y media de reseña, como imposible es reducirla a un libro de 500 y pico páginas. La vida es recuerdo pero también olvido. El infierno también seria poder recordarla toda. Recordar (y al mismo tiempo vivir) es poder escoger con que momentos nos quedamos. Richards habla de todos y de todo. No en vano es un Stone. No en vano lleva setenta años sin estirar la pata. Si hubiera que imaginarse a Keith Richards habría que pintárselo con una sonrisa socarrona entre los cachetes, burlándose de todos y de todo. “This is the life, I’ve live all of it, and I remember all of it”. La vida es para acordarse, pero para acordarse hay que haber vivido.
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