Los dueños de la vida y la muerte

Dom, 30/04/2017 - 07:57
En la antigüedad griega, los hombres que morían en batalla serían recordados por la ciudad y sus ciudadanos; incluso los hombres que no morían en la guerra podían encargarle a la ciudad que recor
En la antigüedad griega, los hombres que morían en batalla serían recordados por la ciudad y sus ciudadanos; incluso los hombres que no morían en la guerra podían encargarle a la ciudad que recordara su nombre. De esta manera los hombres lograban la inmortalidad; pero ¿qué pasaba con las mujeres?: la muerte de ellas debía ser en la casa donde transcurría su vida, y su nombre sólo podía ser recordado por el esposo o su familia y se acababa cuando ellos fallecían. La gloria solo era para los hombres. (ver “ Maneras trágicas de matar a una mujer” de Nicole Loraux). Una época histórica determinada por la estructura socio-económica y política propia del esclavismo; los derechos políticos los ejercían los ciudadanos libres, y las mujeres no tenían esa condición. Traigo este ejemplo a colación para recordar que la vida de mujeres y hombres no se aleja de las condiciones políticas, sociales y económicas que les toca vivir. Hoy existen unas condiciones concretas, que determinan y explican la manera de comportarse de las personas. En sociedades como la nuestra se educa a niños y a niñas para que asuman ciertos roles basados en el sexo; se le rinde culto a la violencia a través de los programas de televisión; en los noticieros y en la prensa escrita se machaca una y otra vez -ya no de manera informativa sino como algo muy cercano al espectáculo- sobre la violación y muerte de mujeres. Esta es una sociedad que deja al garete muchos niños y niñas como los de La Guajira que mueren por desnutrición, que observa con indiferencia la miseria predominante en las barriadas periféricas de las grandes ciudades y en la gran mayoría de las zonas rurales. Esas condiciones sociales y económicas, sumadas a una educación alejada de la realidad e inalcanzable para muchos de nuestros jóvenes y niños, son caldo de cultivo para delitos como la violencia sexual y feminicidios que de tiempo en tiempo estremecen a sectores de la opinión durante algunos días, como está sucediendo en estos momentos en Colombia. Sin embargo, casi nadie se adentra en un escrutinio a fondo de las causas que originan este tipo de crímenes. Rita Segato, antropóloga argentina que estudia a profundidad la violencia de género en su país, afirma: “La violencia contra las mujeres de la forma que la estamos viendo en la Argentina es un síntoma de un momento del mundo, es un momento desesperado por varias razones, un momento en el que hay un poder de dueños, es una época de ‘dueñidad’. Hay en el mundo contemporáneo figuras que son dueñas de la vida y la muerte. Eso irrumpe en el inconsciente colectivo en la manera en que los hombres que obedecen a un mandato de masculinidad, que es un mandato de potencia, prueban su potencia mediante el cuerpo de las mujeres”. Es una teoría que desarrollan también muchos psicólogos y otros estudiosos del comportamiento humano: los violadores y asesinos de mujeres y niños pretenden castigar a la víctima porque asumen que ha desafiado su poder, que le ha desobedecido, o le ha provocado, o le ha confrontado. Para muchos la solución es endurecer las leyes que castigan a los violadores y asesinos de mujeres y de niños. Pero al parecer este procedimiento no ha sido lo suficientemente disuasivo como creyeron quienes lo propusieron. En Estados Unidos, para poner un ejemplo cercano, existen castigos muy severos contra este tipo de actos y, sin embargo, las cifras de la violencia de género son altas; las violaciones han llegado incluso hasta los campus universitarios. El problema de las violaciones seguidas de asesinatos no se va a resolver con la pena de muerte ni con la castración, ni con penas de cadena perpetua. Este problema es propio de una estructura socio-económica y política desigual, que reproduce a todos los niveles el esquema de poder de unos pocos ejercido contra la mayoría de las personas. De manera que la solución definitiva está ligada a un cambio profundo de las estructuras que rigen la vida de la sociedad. Pero mientras la sociedad logra llegar a este cambio estructural profundo, se pueden y deben adelantar cambios en la manera de pensar el mundo, de pensar las relaciones sociales. En pocas palabras, para que disminuya la violencia contra las mujeres y los niños no debemos esperar hasta que se produzca un vuelco de las estructuras sociales injustas e inequitativas, porque eso es algo que no está a la vuelta de la esquina. Se puede ir avanzando con un trabajo enfocado a producir cambios importantes en la educación, que se traduzcan en una mejor formación de nuestros jóvenes y niños, con un enfoque más preventivo que punitivo.
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