Sabíamos que era una moda, mejor, una tendencia. Cuando desde el palacio Liévano mandaron con urgencia a comprar toda la existencia de ruanas en Artesanías de Colombia para ser exhibidas en los eventos públicos por los funcionarios, comenzando por el burgomaestre, durante las tres semanas de paro. Inclusive, en el palacio vecino también alcanzaron a conseguir algunas en los mercados artesanales. Así sucede con lo fashion, es un instante, una fotografía del momento.
Y entonces, con ruana y tarareando una guabina, almorzando mazamorra chiquita y desayunando tamal con chocolate, rememoraron nostálgicos esos bellos tiempos del labriego como un puntito negro en medio de las montañas mientras las trenzas de la campesina se vislumbraban entre el maizal y un pequeño con el portacomida corría entre uno y otro. El campo… se dijo entre suspiros.
Y esta instantánea de un paro que fue clamor nacional, retrata bien la ignorancia acerca del sector rural colombiano.
Para comprender por qué los campesinos del siglo XXI quieren que sus hijos estudien en colegios bilingües, cuenten con internet y ciclo rutas en el pueblo, con cines, emisoras y centros culturales; que sus mujeres siembren pan coger pero que también tengan las herramientas de la gastronomía contemporánea en sus cocinas, que sean empresarias con acceso a crédito y programas; que ellos puedan disfrutar de un partido de futbol en pantalla led mientras sus cultivos se riegan y abonan mecánicamente antes que un mayorista pase a comprarlos directamente en el centro de acopio, del que todos son socios, participando de las utilidades más allá de la siembra; en fin, es mejor mirarlo en una analogía con la vida en las ciudades. Veamos:
Imagínese que su barrio, donde está ubicada su vivienda, es una zona de reserva citadina-ZRC. Entonces usted agradecerá tener vivienda propia pero no podrá venderla en los próximos quince años y luego con el consentimiento de los vecinos, tampoco alquilar un cuarto para obtener utilidades y mucho menos realizar reformas locativas que impliquen aumentar los metros cuadrados construidos, por ejemplo. Así las cosas, usted se encuentra amarrado a esta vivienda y, siguiendo con la analogía, a su actividad actual. Eso implica que no tiene derecho a conseguir un empleo diferente en otra ciudad o país ya que le será imposible vender la propiedad o alquilarla a alguien.
Usted, como si fuera parte de una tribu Amish, conforma un núcleo indivisible con sus vecinos, entre todos deciden si utilizan o no alumbrado eléctrico, si usted se desplaza a su trabajo en carro o caminando, si su mujer realiza labores de tejido o voluntariado comunitario y si sus hijos se dedican a su misma profesión o a alguna que se necesite en el vecindario. Ni sueñe con mejorar su calidad de vida, porque su vida es ésa.
Para completar el paisaje, la junta de acción comunal de su ZRC está liderada y manejada por antiguos extorsionistas que obligaron en épocas pasadas a todo el barrio a elaborar para ellos productos ilícitos y que ahora, gracias a la ZRC, serán sus líderes, vecinos y quienes decidan su futuro.
¿Le gusta la idea? Y sino le gusta, ¿Por qué cree que al campesino colombiano si le puede gustar y que esa es una forma de vida digna para él?
Estamos privilegiando el tener un pedazo de tierra (o una vivienda, como en el ejemplo) al derecho a tener derechos. Así de simple.
Si bien es fundamental que cada campesino colombiano cuente con tierra para producir alimentos, ganadería, peces, bosques o lo que quiera, antes que eso es imprescindible que cuente con el derecho a tener derechos, que participe de la cacareada prosperidad nacional, que se integre efectivamente al desarrollo económico, que cuente con las mismas ventajas y oportunidades que sus vecinos citadinos. Y con el sagrado derecho a decidir sobre su vida y la de su prole.
Y si a algunos aún se les llenan de lágrimas los ojos al recordar un abuelo a lomo de mula cruzando los Andes con una recua de ganado, no por eso debemos condenar a los campesinos del siglo XXI a hacer la misma tarea y de la misma manera. Como una estampa bucólica.
El desarrollo rural que se propone con el Pacto Nacional para el sector Agropecuario incluye propuestas para la competitividad, sostenibilidad, generación de empleo, asociatividad, institucionalidad, seguridad jurídica, inversión nacional y extranjera en el campo, formación para el trabajo, programas por competencias, salud ocupacional, normas ambientales, acceso a mercados y valor agregado a los productos, entre muchas otras. Es una apuesta contemporánea para lograr que nuestros diez millones de campesinos tengan derecho al territorio en un territorio con derechos.
Y no solamente una parcela donde sembrar, crecer, multiplicarse y morir. Esa pobreza, tan admirada por los que compraron ruana recientemente, poco tiene que ver con los derechos fundamentales de la población rural.
Es mejor que solamente exista en la música andina y en el recuerdo.
Los hijos de campesinos son ahora bilingües
Mié, 25/09/2013 - 09:59
Sabíamos que era una moda, mejor, una tendencia. Cuando desde el palacio Liévano mandaron con urgencia a comprar toda la existencia de ruanas en Artesanías de Colombia para ser exhibidas en los eve