Manizales: una ciudad sin rumbo

Vie, 31/01/2014 - 11:33
En Manizales la discusión sobre movilidad se está volviendo eterna. Cada que se implementa algo se hace mal, se cae a pedazos y nadie responde. Aquí eso del costo político, del control público, d
En Manizales la discusión sobre movilidad se está volviendo eterna. Cada que se implementa algo se hace mal, se cae a pedazos y nadie responde. Aquí eso del costo político, del control público, de la destitución, no se ha visto. Dejo la inquietud: si el Procurador está buscando a quién inhabilitar por ineptitud administrativa, en esta ciudad encuentra un racimo de uvas frescas. Es cierto: se acaba de inaugurar una línea de cable de utilidad innegable, pero a la par se han cometido al menos tres grandes errores en los últimos cinco años. El primero se dio intentando el tránsito de pagar con monedas y billetes a pagar con el saldo electrónico de tarjetas, lo que ahora se llama Sistema Estratégico de Transporte Público (SETP) y que en su momento se presentó, con pompa, como Transporte Integrado de Manizales (TIM). La prisa (dicen unos), o la simple ineficacia del modelo, diseñado entre otras cosas para que los recursos pasen a través del omnipresente SuSuerte y así los conductores no puedan embolsillarse los pasajes de la puerta trasera, terminó en 2010 con un paro de transportadores que paralizó Manizales. La liquidación aún está pendiente y los funcionarios del TIM acumulan tres años de vacaciones pagas. El sistema, que le ha costado a la ciudad más de quince mil millones de pesos y por el que ahora se arriesga a demandas de hasta noventa mil millones, funcionó cinco días. El segundo de los errores es una vergüenza de talla internacional: una línea de cable que se construyó desde un lugar que nadie ve (la salida trasera de Cable Plaza) hasta un lugar que nadie visita (el parque Los Yarumos). La idea, que en sí misma es suficientemente mala –entre otros motivos porque el recorrido es tan corto que cuesta una carrera mínima en taxi, e incluso se hace a pie-, terminó asaltada por contratistas mediocres y lleva dos años cerrada por ‘fallos técnicos’. El resultado: una inversión de más de tres mil seiscientos millones de pesos –sin contar la pérdida operativa-, funcionó unas tres semanas. Por último un error del que pocos se quejan porque no afectó de forma dramática el tráfico al interior de la ciudad, pero que revela una característica preocupante de las administraciones locales: el terminal de transporte. El nuevo es útil, amplio y bien ubicado, pero dejó el espacio gigante del viejo no subutilizado, sino totalmente inutilizado. Manizales y sus sucesivos gobiernos han constituido una ciudad convencida de que, en procura del emprendimiento, uno hace cosas nuevas y le deja de importar la suerte de las antiguas porque, según el paradigma, hay que ir siempre hacia delante. Se me ocurre una idea loca: si pensábamos levantar un nuevo terminal de transporte, no era para abandonar el anterior, igual de grande pero viejo, a la intemperie. Al paso que va, el antiguo terminal en unos años será otro espacio como la bodega putrefacta que florece en todo el centro del centro de la ciudad, y que creo alguna vez fue una empresa de nombre Única que quebró y hoy, más de una década después, aún se encuentra en proceso de liquidación. En todo pasa: frente al Teatro Fundadores se caen los cimientos de una escuela colonial mientras en la Nubia la Universidad Nacional le apuesta al desarrollo de un campus tan imponente que, se piensa, devorará poco a poco el espacio del aeropuerto. El cuidado con el que se instalaron unas vacas horrendas a lo largo de la Santander no se compadece con el trato que se le da, en Chipre, a los bustos irreconocibles de los próceres que se esconden tras sucesivas capas de polvo y aerosol. Bavaria, cuando trasladó sus oficinas a las Palmas, abandonó en la avenida principal de la ciudad un lote de cientos de metros que hoy, resquebrajado, desconchado, roto hasta su último vidrio, despide un hedor difícil de soportar para quienes, cruzando la calle, estudian en la Universidad Autónoma. La discusión de transporte en Manizales es un caos (fenómeno curioso en una ciudad de arquitectos y urbanistas), aún limitándonos al municipio y dejando por fuera el desastre administrativo, financiero y político que es el pretendido Aeropuerto del Café. Por eso es que, cuando por fin algo se hace bien, me cuesta leer argumentos tan flojos como que le sirve a la ciudad porque “le luce” o críticas tan clasistas como que “la medida se tomó contra los que tenemos carro particular”. Además de las dos líneas de cable que funcionan, el bulevar de la Santander (en esta ciudad les cuesta usar el vocablo andén, acera o corredor) es el único logro urbanístico que me atrevo a celebrarle a Manizales. Pero no porque luzca, porque sea muy chick, muy cool o muy ‘de ensueño’, sino porque, por primera vez, parece una construcción que reduce problemas de gente común y que es realista en cuanto a la ciudad que buscamos y la topografía que tenemos. Ese, creo yo, es el primer debate que hay que dar para definir el modelo de movilidad que piensa adoptar una ciudad: ¿qué tipo de ciudad es la que estamos construyendo? ¿Qué tipo de ciudad es la que podemos construir? ¿Nos cabe una autopista colosal como en Miami, un súper metro como en New York o un tranvía como en San Francisco? ¿O deberíamos dejar de mirar e imitar las metrópolis norteamericanas?
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