No todas las pereiranas juegan fútbol

Sáb, 25/08/2012 - 13:07
Este es un llamado para que alguien que conozca al Presidente Santos me recomiende para el cargo de ministro de cultura. Si, en su momento, Olga Duque de Ospina alegó que haber criado a sus hijos era
Este es un llamado para que alguien que conozca al Presidente Santos me recomiende para el cargo de ministro de cultura. Si, en su momento, Olga Duque de Ospina alegó que haber criado a sus hijos era una hoja de vida apropiada para ser ministra de educación, yo supero ampliamente esa pretensión porque me he leído Cien Años de Soledad en voz alta, procuro no hablar con la boca llena y me sé de memoria el Soneto a Teresa, de Eduardo Carranza. O sea, soy una persona culta. Uso gafas, me brilla la cabeza y empiezo las frases con unos silencios largos que revelan, antes de hablar, una profunda e introspecta hondura del pensamiento; requisito sine qua non de la erudición. Por lo demás, le puedo sostener una charla sobre fútbol a Piedad Bonnet y una sobre literatura a William Vinasco. Aunque no pertenezco a ninguna minoría apreciable; tengo sangre de españoles oportunistas, como la mayoría de mis compatriotas, y piel delicada como las matronas del Cáucaso; no soy propietario de ninguna prenda Leonisa, no me visto de látex, ni le casco a nadie con un látigo y tampoco pertenezco a ninguna élite acomodada de provincia y menos –que sería más grave– al inventario de cuotas burocráticas de ningún parlamentario o candidato a alguna magistratura del Estado; puedo decir, eso sí, que hago parte del reducido grupo de personas que no lee a Poncho Rentería y eso demuestra, a todas luces, una estoica necedad por evadir la mediocridad. Lo demás, para no incurrir en lugares comunes, es que mi vida es “un libro abierto”, “el país  conoce mi honestidad y vocación de servicio”, y que “mis bienes personales son, apenas, una pichurria si se les compara con mi desinteresada lucha por el bien común”. En fin, si me ponen a conversar con Roy Barreras estoy seguro que saldría bien librado pues me precio de tener las habilidades psico-motoras suficientes para ostentar el grado mayor de la cultura colombiana. Renunció protocolariamente, en pleno, el gabinete de Juan Manuel Santos, por eso es el momento de posicionar mi nombre como el de una persona capaz de rescatar las raíces culturales de nuestra sociedad. Tarea que en realidad se reduce a tres acciones fundamentales: presentar el circo Hermanos Gasca en el Teatro Colón, mandar a Gloria Zea al exilio e implantar el Septimazo en todas las calles terminadas en siete. La implementación de tan metódico plan no será fácil, por supuesto; por lo que conformaré el Magno Comité de la Gran Cultura integrado por quienes han demostrado dedicación absoluta al mantenimiento y protección de nuestro patrimonio material e inmaterial y, sobra decir, que hayan hecho algún aporte valioso en mínimo un área especializada de la cultura: Simón Gaviria, por haber convertido la carencia de lectura en una fortaleza que enaltece a los analfabetos; a Alejandra Azcárate por haber hecho de la sensibilidad social, un arte; a Yidis Medina por mejorar y potencializar la factura estética de la revista Soho; a Shakira por haber intervenido con acierto la letra del Himno Nacional; a Dania Londoño por mostrarle a los norteamericanos nuestros verdaderos atributos; a Felipe Negret por defender a capa y espada la temporada taurina de Bogotá; a Samuel e Iván Moreno Rojas por su interés en la custodia de, buena parte, de los bienes materiales de la Nación; a Angelino Garzón porque le jala a cualquier cosa; a Jorge Noguera para que grabe las reuniones de dicho Comité y a Juan Carlos Esguerra para que haga las transcripciones y la relatoría subsecuentes. A estas alturas, el lector de este artículo debe estar aburrido de tanto cliché, de tanto sesgo y trivialidad en aras de un “humor” que por repetitivo va perdiendo su poder catártico. No lo culpo si deja de leer en este punto. ¿Por qué perder el tiempo en un cocido varias veces recalentado? El punto es que los colombianos nos contentamos con parte de la historia y eso hay que cambiarlo desde la fuente donde se origina: la cultura. Me explico: Simón Gaviria no es solamente un delfín que omitió leer un proyecto de ley, es también, entre muchas otras cosas, un aguerrido político con principios liberales, padre de familia, etc. Alejandra Azcárate no es solamente una niña linda que se equivocó escribiendo sobre las mujeres con sobrepeso, es también comediante, modelo, empresaria, amante excepcional –me atrevo a pensar– y muchos otros etcéteras. Shakira no es solamente cantante, Dania no es solamente puta, Negret no es solamente un dirigente taurino, no todo es blanco y negro y no podemos focalizarnos en la sola punta del iceberg. Todo es un compendio de historias, todo hace parte de una maraña innumerable y cambiante de contextos, todo tiene, además, interpretaciones varias y disímiles significados. No todas las pereiranas juegan fútbol. No todos los costeños son recostados y conchudos. No todos los parlamentarios son corruptos. No todos los uribistas son voltiarepas. No todos los reinsertados son asesinos. No todos los caballistas son paracos. No todas las prepago son actrices, modelos o universitarias. No todos los ministros sacan tajada de las contrataciones. No todos los gatos son pardos. No todos los colombianos traficamos coca y –por poner un punto final– no todos los choferes de buseta son unos malparidos a la carrera. Digamos, en aras de la claridad, que generalizar es un recurso del lenguaje, pero no debe serlo del pensamiento y menos aplicado a la razón. Etiquetamos con facilidad y nos lleva, a veces, una vida entera corregir una postura ideológica, reconocer la bondad, reivindicar el valor y la honestidad, enaltecer alguna virtud o, simplemente, perdonar. Debemos hacer un esfuerzo por conocer los pedazos de historia que nos hacen falta para ampliar la noción de ¿quién es el vecino? ¿quién, la que nos sirve el tinto, el taxista, el que nos abre la puerta, el que vigila el barrio, el portero, el policía, la secretaria, el que nos atiende por la ventanilla, el peluquero, la manicurista, el panadero, el que nos hace los impuestos, la cajera, el embolador, la enfermera? En pocas palabras: el otro, al que debemos reconocer, sin distingo alguno, como un interlocutor válido que permite, en mayor o menor medida, ampliar nuestra visión de mundo. No podemos contentarnos con una sola historia, como dice Chimamanda Adichie, escritora nigeriana inspiradora de este texto: “Una sola historia crea estereotipos, y el problema con los estereotipos no es que puedan ser falsos, sino que son incompletos. Hacen que una sola historia se convierta en la única historia.” Los invito, entonces, a que me ayuden a regar el run-run de mi aspiración ministerial y a escuchar a esta maravillosa mujer africana, en el siguiente link: http://www.ted.com/talks/lang/es/chimamanda_adichie_the_danger_of_a_single_story.html
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