Usted es una persona razonable pero le gusta que lo hagan llorar. Acéptelo.
La última vez que lloró fue cuando vio el documental sobre The artist is present, obra de la artista Marina Abramovic. O tal vez no lo ha visto: así que ya sabemos cuándo será la próxima vez que llorará. De cualquier manera, éste es el tipo de cosas que le gustan a usted: que le revuelvan las entrañas con momentos íntimos pero indescifrables, volátiles pero profundos, ligeros pero violentos. Le gusta que le toquen la venita de la sensibilidad, y se autodenomina una persona sensible para no pasar por sensiblero.
Marina Abramovic es una importante artista conceptual nacida en la antigua Yugoslavia en 1946. Se trata, sin duda, de una mujer creativa que ha trascendido en el mundo del arte con algunas obras curiosas. The artist is present no es su primera pieza que obtiene amplio reconocimiento internacional, aunque, probablemente, sí la que más atención mediática ha recibido. Consistió en un performance presentado en el Museo de Arte Moderno de Nueva York entre marzo y mayo de 2010, en donde la artista permaneció sentada y en silencio durante un tiempo acumulado de 736 horas y medio. Los visitantes al museo tenían la posibilidad de sentarse frente a ella y mirarla a los ojos. Muchos lloraron.
El impacto de la obra fue tal, que llegó a convertirse en una de las piezas artísticas de mayor alcance jamás mostradas en el famoso MoMa de Nueva York. Los últimos días de la exposición, filas de muchas cuadras se acumulaban frente al museo. Se abrió un grupo de Facebook llamado Sitting with Marina y un blog con el nombre Marina made me cry, el tipo de blog que, muy probablemente, habría creado usted si hubiera asistido personalmente a la pieza.
Aquí, inevitablemente, surge la pregunta de por qué nos gusta tanto que nos hagan llorar con estupideces. Somos una especie difícil de entender. Bastaría con leer las noticias para llorar con más que buenos motivos, ¡pero no!, tenemos que ver La lista de Schindler, o Titanic o The artist is present para que se nos forme un nudo en la garganta. Nos gusta la sensiblería y nos negamos a aceptarlo. Nos gusta sentirnos «conectados» a través de una mirada, un suspiro o una lágrima (por favor disculpe los lugares comunes, pero estoy tratando de hacerlo llorar), somos tan frágiles, oh, tan, pero tan frágiles. Sniff.
Algunas de los performances anteriores de Marina Abramovic se alejan de la sensiblería y recuerdan, más bien, a la famosa serie de MTV, Jackass. Por ejemplo, en los años setentas, sus piezas incluían cortarse a sí misma con cuchillos, o ingerir pastillas que la hicieran convulsionar, o privarse de oxígeno al punto de perder conciencia. Una de las más melodrámaticas consistió en echarse en el suelo, desnuda, y poner a disposición de la gente una serie de objetos para que usaran sobre su cuerpo. Había miel, plumas y rosas, pero también elementos cortopunzantes, un látigo y una pistola cargada. Los asistentes, lógicamente, fueron llevando la experiencia a extremos muy violentos. Al final, la conclusión fue que la gente es ―sorpresa― violenta por naturaleza.
La atención que recibió The artist is present no es tan difícil de entender, pues, a la larga, no es más que la representación de un mensaje fácil que ablanda el corazón de las personas y permite llegar a conclusiones tipo «Es que la gente vive muy sola» o «Es que el mundo es muy duro». Pero tal vez aquellos que necesitan sentarse frente a una mujer que les sostenga la mirada por quince minutos para sentir que se les revuelve el estómago y que pierden compostura, no están mirando con atención. Bastaría con salir a la calle y obervar lo que ocurre. Y más si se ha nacido y crecido en Colombia.
Tal vez si las lágrimas en verdad dependieran de la realidad y no del arte o la fantasía, la lluvia del cielo se vería reemplazada por la lluvia del corazón.
Ya, ahí tiene su final sensiblero. Llore.
Imagen: Jill Greenberg