Mucho se ha dicho sobre el nombramiento de Erika Salamanca y el 100% de los comentarios negativos no son ciertos. Lo que pasa es que en Colombia todo lo es al son de Los Aterciopelados: “malo si sí, malo si no ni preguntes.” Ya no saben diferenciar entre un buen nombramiento y uno malo.
A Erika la conocí hace 4 años protestando contra los términos en que se pretendía pasar el proceso de paz con las FARC. Habíamos sido citados por ella vía telefónica y muchos de nosotros nos habíamos desplazado de otros estados cerca de Washington DC; de Pensilvania, Virginia, Maryland, etc.
Cuando llegué al punto de encuentro—en la entrada de la Embajada de Colombia en Washington—, percibí a esta mujer, con pinta de cachaca, de pie liderando el grupo de aproximadamente cincuenta personas. Su espíritu de liderazgo resaltaba entre el resto del grupo; todos se acercaban a ella, seguían sus direcciones y hacían coro a sus frases.
¿Quién era Erika entonces?
Una mujer trabajadora que estudió comercio internacional y cursaba una Maestría en Gobernanza y Comunicación Política en la prestigiosa Universidad George Washington.
Una ciudadana del común, y cuando digo del común, no era ni la sobrina, ni la hija, ni la prima, ni la hermana de algún político esperando ser pagado. Era Erika Salamanca, una líder consagrada a la comunidad colombiana en el área de DC.
Hoy la gente dice que llegó por trinar en Twitter (muchos son los que trinan en Twitter y no tienen la capacidad o preparación para asumir este cargo). La única explicación a ese raciocinio es que no saben qué decir porque se encontraron de nueva cónsul a una colombiana común y silvestre, sin parentela adinerada a través de la política colombiana.
Erika ha recorrido Washington de la mano del expresidente Uribe y al presidente Duque lo conoció desde antes de su candidatura a la presidencia. Su terreno común con ambos mandatarios ha sido el amor incondicional a la patria y el respeto a la democracia, además de su dedicación y compromiso en la organización de eventos sociales y políticos para promover adelanto económico e inversión en Colombia.
Hoy Erika trae más de 22 años de carrera laboral, entre muchas otras, como consultora del Banco Interamericano de Desarrollo y del Banco mundial.
No hay mejor nombramiento que ella para ese cargo porque la comunidad la quiere y la respeta, pero principalmente, conoce las necesidades de los colombianos en el exterior y más que familiarizada con la dinámica política de nuestro Estado en USA.
Ojalá el presidente anterior a Duque se hubiera dado a la tarea de nombrar cónsules radicados en el exterior para ahorrarle al bolsillo de los colombianos el peculio que se destinaría a sus viáticos si fueran residente en Colombia.
¡Suerte a nuestra nueva Cónsul de Colombia en Washington!, y que sea un ejemplo de guía para los próximos nombramientos del cuerpo diplomático en el exterior.