Imaginemos por un momento el siguiente escenario: Presenciamos la persecución del lobo a los tres cerditos, las dos primeras casas han sido derribadas y los puercos se ocultan confiados en la estructura de ladrillo. El lobo se acerca hacia el refugio y tras recitar su recordada amenaza comienza a soplar violentamente… hasta aquí todo bien, ¿pero qué pasaría con la historia si el soplido del lobo terminara por derribar esa casa, si ese terrible exhalar se convirtiera en una fuerza implacable que destruyera todo a su paso, incluida la vida de los cerditos?
Formulo esta pregunta pensando en la última película de Martin Scorsese “El lobo de Wall Street”, donde Leonardo di Caprio encarna a Jordan Belfort, un ambicioso corredor de bolsa que amasó una fortuna a base de fraudes y trucos ilegales. Belfort personifica de una u otra manera el nuevo sueño americano, hay que hacer dinero y hay que hacerlo rápido, no importa cómo, lo único importante es hacerlo por montones y gastarlo descontroladamente, porque al final solo hemos conseguido aprender una lección: Nada dura para siempre.
Evidentemente Belfort solo es uno de los innumerables ejemplos de lobos que pueden citarse hoy en día, puesto que este desenfrenado apetito por el dinero fácil se ha convertido en una fuerza indetenible, que no deja más que pobreza y devastación a su paso. Pero el relato de “El Lobo de Wallstreet” tiene un agravante y es que a pesar de todo el daño que le causó a cientos (probablemente miles) de personas no es suficiente para que su castigo fuese ejemplar; el sistema está tan corrupto como para que Belfort pagara tan solo 3 años de cárcel y ahora pueda vivir impunemente como consultor y conferencista.
Y es que a diferencia del tradicional lobo de los cuentos clásicos, este nuevo tipo de lobo tiene una característica aterradora, ha conseguido eliminar la moraleja de las historias en las que participa, desplazando a los personajes tradicionales para abrirse paso como protagonista y narrador, disfrazando a la bestia insaciable como un hombre de negocios, un esnob y hasta un filántropo desinteresado.
Volvamos entonces al escenario inicial: Tras despertar entre las ruinas de su hogar, el único cerdito sobreviviente (pues sus hermanos fueron engullidos por el lobo) perdió su empleo y tuvo que ser sometido a terapias psicológicas para tratar el profundo trauma que le generó ver a sus hermanos ser engullidos vivos. Entre tanto, el seguro le negó cualquier tipo de indemnización porque su póliza no cubría daños generados por “soplidos violentos” y el banco se negó a autorizarle un crédito mientras se encontrara desempleado y no contara con un inmueble para hipotecar. Tras meses de lucha, demandas y abogados, el chancho terminó sus días entre la mendicidad y una terrible adicción al crack que eventualmente lo mató. El lobo por su parte, fue capturado varios días después y gracias a una brillante acción de su abogado, fue condenado a 5 años en una instalación para personas mentalmente desequilibradas, pues según argumentaron, fue víctima de las burlas de los cerdos durante años, hasta que en determinado momento y debido a tanta presión sufrió un episodio psicótico que lo llevó a matar y devorar vivos a dos de los implicados. Tras pasar poco más de 4 años en el manicomio, recupero su libertad y ahora tiene una de las empresas de energía eólica más lucrativas del mundo.
¿Quién le teme al lobo feroz?
Lun, 03/03/2014 - 10:43
Imaginemos por un momento el siguiente escenario: Presenciamos la persecución del lobo a los tres cerditos, las dos primeras casas han sido derribadas y los puercos se ocultan confiados en la estr