¿Quién le teme a Virginia Mayer?

Lun, 08/07/2013 - 01:08


"Le quedo grande a los hombres colombianos" dijo Virginia en uno de sus últimos escritos. Que decepción. A ese tipo de generalizaciones nos tienen acostumbrados reinitas de esas que produci
"Le quedo grande a los hombres colombianos" dijo Virginia en uno de sus últimos escritos. Que decepción. A ese tipo de generalizaciones nos tienen acostumbrados reinitas de esas que producimos de manera industrial, todas iguales: que lucen igual, que se peinan igual, que adelgazan igual, que se mueven igual, que posan igual, que hablan igual, diciendo igualmente pendejadas, que se ríen igual, que se visten igual, que terminan actuando igual en telenovelas, o igual presentando lo que tan charramente llaman la farándula en nuestros igualmente "serios" noticieros, o en programas de relleno, donde igual se medio empelotan o se empelotan todas igual, porque igual se ponen los mismos culos e igual las mismas tetas, "del mismo modo y en el sentido contrario". Reinitas de esas que de verdad se creen soberanas y esperan que se las corone igual un mafioso o igual un viceministro. Pero que, sintiéndose coronadas y en su pedestal, igual nos miran al resto, y en especial a nosotros los que representamos al promedio del hombre colombiano, con el desdén típico de un aristócrata inglés.
¿Pero tu Virginia? ¿Tú? Una mujer real, inteligente, valerosa y atractiva. Una mujer tan interesante y versátil que igual escribe sobre Susan Sontag, Madonna o las prostitutas del centro de Bogotá. Una mujer de verdad, una mujer de mundo que sabe que estereotipar, de una sola, así, a medio país, es escoger el peligroso camino del facilismo y del agravio, que muchas cosas las ve en blanco y negro, cuando, tu lo sabes como nadie, es en los matices donde se encuentra generalmente la vida, la vida de verdad, la tuya, la mía y la de los demás. Pero caes en la simpleza de generalizar y llamarnos a los cerca de veinte tres millones de hombres colombianos machistas, y por ese camino nos consideras muy poco para ti. Por mujeres como tu, por ejemplo, es que no podemos generalizar y decir ¨ah esas colombianas tan casquivanas, tan apretaditas, tan insoportablemente leves, tan reinas de belleza, tan mostronas, tan darlings -como las llamó un Holandés amigo-, tan putas". No, no me atrevo. No solo por el respeto que me merecen las colombianas como tu o como mis hermanas, o mis colegas, sino porque sé lo duro que resulta la vida para millones de nuestras compatriotas en situación vulnerable, en un país violento y de una cultura popular totalmente sexualizada. La cultura machista existe en Colombia, como negarlo, pero igual existe entre los hombres y entre las mujeres y a veces hasta resultan mas machistas ellas que nosotros. Porque, repito, esta tan sexualizado nuestro entorno y el cuerpo femenino, que tratamos de vender un lápiz, un cuaderno o una aspiradora con la promesa de una mujer semidesnuda en la portada o en el comercial de televisión. Y ya a todos nos parece natural. Tampoco voy a caer en el error de decir que las mujeres colombianas viven en un paraíso de igualdad de genero al estilo francés o sueco, no se trata de tapar un sol con un dedo. Pero con la evolución cultural de la mujer colombiana, muchos, creo, hemos tratado de crecer a la par, y no solo la aceptamos, sino que la consideramos necesaria, justa, deliciosa; incluso ha resultado muy beneficiosa para nosotros mismos. A los hombres colombianos desde hace dos generaciones nos ha tocado enfrentar la dualidad de un país en guerra por un lado, donde somos nosotros los que generamos la violencia que nos envuelve, pero también somos sus principales víctimas, y a la cultura atada a la guerra, que en nuestro caso ha sido la perversidad del nuevo riquismo, del macho de pistola al cinto, con innumerables hijos de innumerables mujeres, como un modelo de éxito. Y por el otro, el desafío contemporáneo al rol tradicional del hombre proveedor, protector y procreador. La mayoría de trabajos que históricamente requerían la fuerza física, y que definieron la masculinidad, han desaparecido y no van a volver; la sociedad en general se protege a si misma con su sistema policial y de justicia, y los hijos se pueden hacer hoy en un laboratorio. Y si bien ha resultado difícil para nosotros convivir con la violencia, y adaptarse a esta y a la realidad social de la desaparición de nuestro rol histórico, encuentro que ha resultado igualmente difícil, sino mas difícil, la adaptación de un buen número de mujeres colombianas a esta nueva circunstancia o cambio. Porque como en la canción de Serrat, aún muchas sueñan con un hombre "fuerte pa' ser su señor y tierno para el amor", pero despojado de su rol tradicional, y aun sin un norte claro. Porque las mujeres quieren que cambiemos, y nosotros queremos cambiar, pero ninguno de los dos sabe en concreto hacia que o para donde. Le pregunté a una norteamericana, con titulo de PhD, que esperaba ella del hombre actual, y solo atinó a contestarme: "Step-up, dude", pero nunca me dijo a que o a donde.  Así mismo, hace unos años una amiga, que me atraía mucho, por aquella época también soltera, me alegaba que acaso ¿que desmerecia ella? Que a ella lo que le servia era un tipo con postgrado en inglés, de multinacional y con millaje de viajes internacionales. Ella, que tenia para ofrecer una tecnología de un politécnico de esos de la Séptima hacia arriba, me despacho con sus aspiraciones primermudistas, pues ese título mío tan criollo de la Universidad Nacional nunca fue suficiente. La pobre se negaba a vivir nuestra realidad de limitadas oportunidades, de dos canales de televisión, y un libro por año para cada colombiano que, te recuerdo, los hombres también padecemos. Catherine buscaba algo que no existía mucho en Colombia por ese entonces. Me pregunto si lo que buscan mujeres como ella, o ahora Virginia, es un modelo de hombre que solo existe en la imaginación femenina. Mi colega inglés Suman Chowdhury, doctorado en Oxford, me preguntó muchas veces como era posible que en un país con mujeres tan bonitas, los hombres fuéramos tan feos. ¿Será eso Virginia? No pierdas la fé, pues te recuerdo que hasta Florence Thomas le encontró sabor a un colombianito de la generación de los años sesenta. Y al que le gusta le sabe.
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