¡Robaron otra vez a mi hermana!

Mar, 06/08/2013 - 01:04
Paolita sólo hizo una llamada en la calle, apenas después de salir de la casa por la mañana. Luego guardó muy bien el celular para no perderlo ingenuamente en el atiborrado TransMilenio. Así suce
Paolita sólo hizo una llamada en la calle, apenas después de salir de la casa por la mañana. Luego guardó muy bien el celular para no perderlo ingenuamente en el atiborrado TransMilenio. Así sucedió hasta que antes de salir del bus a la estación de Los Héroes, dos hombres, más altos y corpulentos, la apretujaron con fuerza en la puerta, uno al frente y el otro por la espalda, y la obligaron a entregar el Iphone que pocas semanas atrás había comprado. Ella quedó sin respuesta, sin reacción (por fortuna, porque en esas van y la matan con una puñalada) y también con la impotencia propia por no haber gritado. El malhumor igualmente le llegó ante la falta de solidaridad que se ve diariamente en la ciudad. “Seguro alguien tuvo que darse cuenta de lo que pasó y no hizo nada porque no le dio la gana”, reclamó mi hermana, a quien ya le habían robado dos celulares caminando por esta Bogotá Inhumana. En mi trabajo estaban ofreciendo hace unas semanas boletas a 20 mil pesos para ganarse un millón. No se ofrecían tratando de invocar a la suerte sino de ayudar a otra víctima. Una pareja sacó nueve millones de pesos para pagar una deuda, llegó tranquila hasta su casa y allí la abordaron sujetos que les arrancaron su dinero con fiereza. Ahora tienen que pagar un préstamo que jamás les sirvió. Y se sentirán robados no sólo por los delincuentes sino por los intereses del banco. En Villa Magdala, les robaron hace poco a una señora y a su hijo aproximadamente 20 millones de pesos, entre computadores, televisores, dos millones de pesos en efectivo, joyas y otros artículos electrodomésticos. La señora, amiga de mi madre, asiente que no vive en un conjunto cerrado y que los ladrones forzaron la chapa de la entrada para entrar. “Al menos no estaba ella dentro de la casa, porque quién sabe qué hubiera podido pasar”, cuenta, en un intento frustrado de optimismo. Kienyke Robo de celulares “En el Centro Comercial Santa Fe está pasando lo absurdo”, me comenta otro conocido. Están atracando a la gente en los pasillos, escopolamina va y viene de los cajeros electrónicos y el chalequeo es constante. “Uno no se imagina que lo puedan atracar literalmente dentro del centro comercial, pero es verdad”, dice como si estuviera contando la historia de una película. Seguramente usted, como yo, conoce más casos de esta calaña de la vida real. Es más, los noticieros de televisión han gozado hace rato con los videos de la Policía que muestran cómo se roba a placer en todo el país, chuzando a inocentes personas. Por ahí van y capturan a unos cuantos y los policías los muestran -otra vez con la venia de la TV- como trofeos que horas después siguen delinquiendo, matando por unos pesos. Qué lejos se siente ese sonado precepto religioso de poner la otra mejilla ante una ofensa. ¿Poner la otra mejilla? ¡Jamás! Y es que el ladrón no solo roba sino que agrede y ofende. El caco que se justifica en la necesidad de comer es extraordinario. Todos son fruto de la mala fe. La pobreza y la falta de educación podrán ser atenuantes, pero jamás consideraciones para comprenderlos. La sugerencia entonces no es irse a matar contra un desgraciado que lo intente robar porque saldrá perdiendo, sino que se haga realidad la más dura represión y castigo contra los atracadores, sean de uñas negras o de cuello blanco. Alguna vez escuché a alguien decir que un ladrón no debe morir porque eso sería exagerado, propio de una dictadura o del más canalla poder. En cambio – agregaba- debe perder un dedo por cada fechoría que cometa. Confieso que no me suena totalmente reprochable la idea. Al igual que un violador merece la castración. En Twitter: @javieraborda
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