Algunas, muy pocas, lectoras comprenderán de que les hablo cuando les digo que soy de aquellas extrañezas, que en éste, el país de la fiesta y los compadres, se la pasa sola. Especialmente aquí en Colombia en donde las mujeres, normalmente, no van solas ni al baño. Déjenme contarles, que desde chiquita, en vez de salir a disfrutar del descanso con los compañeritos, como los niños normales, yo prefería quedarme, para sorpresa e inquietud del profesor, en el salón SOLA escribiendo dizque un diario. Ahora, cuando esos gajes del oficio me lo permiten, voy de compras sola, salgo a caminar sola, me tomo un café sola y almuerzo sola. Nunca he sentido lastima de mí misma por esa condición; nunca me había enterado que debía sentirla, al contrario, me he vanagloriado de ella, me complace, hasta me he echado porras: “eeh, yo puedo andar sola y ustedes, partida de acompañados, ¡no!”. En verdad, la soledad es algo que he aprendido a disfrutar de corazón, no permanentemente, pero sí una buena parte del tiempo.
Nunca me había llamado la atención mi normal y dulce encoñe con la soledad, sin embargo, esta vez decidí hacer énfasis en ese hecho, porque hace unos días me pasó algo que me ocurre con mucha regularidad, y parece ser que a muchas mujeres raras, también. La diferencia de esta vez, es que la insistencia de una mesera me hizo notar que la soledad pareciera ser una peculiaridad en el país de los felices acompañados. Y para no dar más largas al lector, la cosa fue más o menos así:
Mesera: ¿Espera a alguien?
Yo: No
Mesera: ¿De verdad?
Yo: Eeh… Sí.
Mesera (con cara de tragedia): Entonces, ¿viene sola?
Yo (señalándole la silla de enfrente): Pues, como ve, sí.
Mesera: ¿Qué va pedir entonces?
Estuve a punto de decirle: No, no vengo sola, venimos mi yo cuerdo y mi yo dramático, tenemos una pelea tremenda y usted con sus preguntas no nos deja concentrar. Ahora, si nos permite, ¿me trae un almuerzo? ¡Gracias!
No se me ocurrió pensar que la mesera seguramente estaba pensando: “Pobre, no tiene quien la saque a almorzar. ¡Y encima me está ocupando una mesa en la que podrían pagarme dos almuerzos!”.
Ese día regresé a mi oficina con la leve sensación de que alguna cosa exótica había pasado… Y le conté a mis compañeras y amigas el suceso. Ellas, sin dejo de sorpresa, me contaron sus experiencias cuando andan solas o cuando entre varias mujeres salen solas (sin hombres). Cabe aclarar que la mayoría de ellas son mayores de treinta, así que la cosa se pone peor. A todas ellas va dedicada esta columna.
Yo soy de las dos, no sólo ando mucho sola y lo disfruto, como ya lo expuse, sino que además, hago muchos planes con mis amigas (sin hombres) SOLAS. Aclaro, no soy lesbiana, por si acaso alguno ya lo está pensando. Salimos de rumba SOLAS, tres viejas de más de treinta, así, a lo Sex and the City. Nosotras vamos a lugares donde se baila salsa; y debo decir que cuando ya los tragos me agarran, soy de las que se para en la pista a bailar SOLA y prefiero, en ese momento, que ningún hombre se me arrime.
Lo que yo no había captado era la mirada que muchos hombres y mujeres tienen sobre las osadas que andan solas o salen en combo solas (repito: si son de más de treinta, peor). Y lo voy a resumir en una frase que alguna vez una tía me dijo cuando yo iba a salir a fumar sola a la tienda, estando de vacaciones en un pueblito “olvidado de Dios” en Caldas: “Mija usted es mujer, no salga sola que eso es mal visto, creen que está buscando macho”.
Es decir, querida solitaria, palabras más, palabras menos, y aunque usted en pleno post-siglo de la liberación femenina no lo crea, no se sorprenda si una noche de parranda con sus amigas (SOLAS, sin hombres) usted se percata de que hay unas parejitas por ahí o un grupo de animados muchachos, mirándolas con cara de: “¡Estas hembras quieren macho!” o “Venga pa acá mamita yo le doy lo suyo”. O peor aún, no se le haga raro si usted está sola tomándose un café y el cajero (a) la mira con cara de: “Pobre, esta no tiene ni quien la saque”… ¡Hágame el favor!
Pues déjenme decirles que ¿sola? Sí y qué, y solterona ¡qué le importa! Acaso ¿Quién dijo que era pecado quebrar, en este país del sagrado corazón, la santísima regla que cita “Naced, casaos, reproduciros y… ¡Muéranse!? ¿Cuál es el problema, mis conservadores colombianos? Si en el país de la santísima virgen es regla, y muy deliciosa por cierto, romper la regla. Entonces, solterita, claro y buscando macho, a ratos, así como cuando los hombres están buscando hembra, a ratos. Entonces en medio de estos nuevos días, ¡que reine la igualdad mi gente y a beber en paz que esto es un ratico!
Ahora, ¿quién les dijo que cuando las mujeres salen solas, necesariamente están buscando macho? Cuando salimos solas, AUNQUE TENGAMOS MÁS DE TREINTA, es porque queremos que los tipos nos deje hablar tranquilas, es decir, que no nos cohíban del maravilloso placer de rajar de sus intimidades masculinas como debe ser. Ese espacio de chicas maravilloso en el que nos podemos regodear en lo profundo de nuestra feminidad es tan vital para nosotras, como para ustedes, hombres, ir a ver el partido de fútbol con los amigos. Así que antes de hacer el patético papel de arrimarse a un grupo de mujeres solas, cerciórese de que no esté interrumpiendo un plan de chicas, porque a lo mejor, caballero, sale desplumado.
Así que, señor mesero (a), toda esta carreta es para pedirle el favor de que la próxima vez que vea a una mujer sola, sentándose a la mesa del restaurante, absténgase de hacer la pregunta pendeja (con cara de pesar) ¿Está sola? y traiga más bien el vino, porque ese excelso momento de libertad íntima y femenina, que a usted le cuesta comprender, apenas comienza.
@weneardi
Sí, mesero, vengo sola... ¡y qué!
Dom, 18/08/2013 - 00:32
Algunas, muy pocas, lectoras comprenderán de que les hablo cuando les digo que soy de aquellas extrañezas, que en éste, el país de la fiesta y los compadres, se la pasa sola. Especialmente aquí e