Va la madre…

Jue, 10/05/2018 - 05:30
Después de la navidad y el año nuevo la fecha de celebración más importante, en mi concepto, es el Día de la Madre.

Una jornada saturada de matices, excusas, pretextos, novedades, regalos, reg
Después de la navidad y el año nuevo la fecha de celebración más importante, en mi concepto, es el Día de la Madre. Una jornada saturada de matices, excusas, pretextos, novedades, regalos, regaños, filas, trancones y, por allá en un rinconcito, el objetivo principal: decirle a la mamá que es ‘lo mejor que ha pasado’. En Colombia las formas de conmemorarlo dan para escribir, si alguien se lo propone, un libro de la extensión de las páginas amarillas. Me atreví a garabatear un capítulo de este ‘posible’ texto y se los traigo a colación: Para nadie es un secreto que el reino de los regalos absurdos hace presencia, con más notoriedad, este día. Tanto así, que hasta los almacenes de cadena se han atrevido a programar madrugones y trasnochones para que, de manera insípida, miles de personas compren electrodomésticos y los entreguen, a manera de agasajo, a la persona que les dio la vida. ¿Qué tiene de valioso regalar una licuadora o una plancha? Para una persona que se dedica a los oficios del hogar son herramientas indispensables. Pero para una mamá que además de hacer los oficios del hogar trabaja en una compañía, se aguanta los caprichos del marido y las rabietas de los hijos, estas herramientas se convierten en el arma perfecta para el momento en que su genio y su tolerancia superan el 300 por ciento. No conozco la primera madre fan de los ‘gadgets del aseo y del hogar’. Un ejemplo de esto es mi hermana Mónica. Desde que tengo uso de razón, no ha sufrido por la vanguardia de los aparatos eléctricos almacenados en cuatro paredes. En los años 90, después de la muerte de mi mamá, ella asumió el complicado rol de ser la responsable del hogar. Cuando vivíamos solos en la casa de mis papás un daño eléctrico enloqueció a la cocina. Los cables, literalmente, se cruzaron y generaron un destino sin retorno a la hora de desayunar, almorzar y comer. La estufa colapsó y los fogones no funcionaron… bueno, no directamente. El daño fue tal que, para poder prenderlos, debíamos activar el interruptor que encendía la luz. Es decir: cuando lo colocábamos en ON, la hornilla iba pasando de color negro a color rojo, lo que marcaba el momento de descargar las ollas y procesar los alimentos. Y cuando estaba de noche, con un leve giro de una de las perillas de la estufa, el bombillo que iluminaba el espacio tomaba fuerza y dejaba el ambiente tenue, digno de una discoteca bogotana. El nivel relajante de la luz tampoco logró minimizar el carácter de mi hermana y la potencia de los madrazos, cada vez que quería fritar un huevo. Cansada de pelear contra este milagro de la electricidad se relajó y aprendió a utilizar el nuevo electrodoméstico, con encendido de pared. Alguna vez pensé en patentarlo… Tras estos años de reingeniería, nunca se preocupó por cambiar la estufa; o por si los fogones, unos más grandes que otros, eran de diferentes materiales, antiadherentes y en aluminio o en hierro. Es más: podría preguntarle por la marca del aparato y estoy seguro de que no tiene idea. La lista de regalos absurdos sigue: maquillaje genérico; vajillas; películas, discos y libros piratas; productos para bajar de peso; perfumes, sin conocer los favoritos; más implementos de cocina como sartenes y ollas pitadoras; y textos de autoayuda. Estos vienen acompañados de flores, que las madres terminan arreglando; largas filas en las puertas de los restaurantes; e invitaciones caseras a almuerzo, servido en montañas de loza que, al final del día, son lavadas por la homenajeada. O, simplemente, el hacerle caso a la agasajada, cuando dice: mi regalo más importante es su cariño. Y hay muchos que se toman la afirmación en serio y no regalan nada. A mí me tocó fácil. En esa etapa marcada por las ganas de callejear mi papá fue el encargado de la celebración. Él compraba el regalo y mi hermana y yo lo entregábamos. Él anunciaba la fiesta y mi hermana, mis tíos, primos, amigos y yo, la pasábamos buenísimo. No recuerdo que mi mamá terminara lavando la loza, pero si, que se gozaba la reunión de ‘cabo a rabo’. La Federación Nacional de Comerciantes (Fenalco), asegura que la ropa y los zapatos son los objetos preferidos por los colombianos, para regalar a las mamás. Les siguen el dinero en efectivo, los bonos de compra, los artículos de tocador, tarjetas y chocolates. Este año la celebración cae en día festivo, lo que representa para los comerciantes un repunte en las ventas. Sin embargo, no todo es color de rosa. El Día de las Madres, según las autoridades de Bogotá, es el día más violento del año. Las riñas, las lesiones personales, los robos, los atracos, la violencia intrafamiliar, la violencia de pareja y los presuntos delitos sexuales son la constante. Las Casas de Justicia extienden sus horarios de atención, en el fin de semana, al igual que las Comisarías de Familia. ¿Qué nos queda por hacer? Pues lograr que esa jornada sea memorable. Yo felicitaré a mi hermana, a mi abuela, a mis tías, a mis dos suegras (¿qué tal mi suerte?), a la mamá de mis hijas y a muchas amigas. Y rezaré un Ave María por la persona que, durante su vida, consideró que yo fui lo mejor que le pudo pasar. ¡Feliz día, mamá! @HernanLopezAya
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