En una ocasión le preguntaron por sus constantes cambios de puntos de vista, y Churchill respondió: “Quien quiera mejorar, tendrá que transformarse, y quien quiera llegar a ser perfecto, tendrá que transformarse muchas veces.”
La infancia y la adolescencia fueron para él etapas trágicas, caracterizadas por el desapego y frialdad de los padres y por un sistema educativo drástico y brutal, que lo llevaría a transitar por más de una escuela, siempre con un rendimiento mediocre. Pero una vez finalizados sus estudios, y con su ingreso al ejército, se opera la primera reinvención del joven Churchill. Se destaca por su temeridad y empieza a leer vorazmente. También allí comienza su vocación como escritor y como corresponsal de la guerra, de cuyas batallas será testigo excepcional, logrando obtener algo de fama y reconocimiento con la publicación de sus escritos.
Apoyado en dicha fama pretende ingresar a la política, pero su primer intento resulta fallido. Ya de civil, y en calidad de periodista y corresponsal, decide cubrir la guerra de los Boers en 1899, pero no puede resistirse a la tentación de participar en la misma, por lo que se involucra y resulta capturado por el enemigo. No obstante, el destino (del cual era muy creyente) juega a su favor: logra fugarse, y con ello toda Inglaterra sabe de su hazaña, tras la cual, rápidamente regresa al campo de batalla ahora convertido en militar.
En su segundo intento por ingresar a la política, finalmente lo consigue como diputado del partido conservador. Sin embargo, bien pronto se siente desperdiciado en su nuevo puesto, y decide reinventarse como miembro del partido liberal, pasando a sus filas, en el ala más radical de éste, en un acto calificado como traición a su partido y a su clase. En todo caso, un acto de conveniencia y fino cálculo político, pues esta colectividad estaba por comenzar a gobernar y el no quería quedarse en la trastienda.
Luego de ocupar el cargo de Ministro de Defensa en el gobierno liberal, al que se ve forzado a renunciar, se hace nombrar teniente coronel a cargo de un batallón en el frente de batalla, durante la primera guerra mundial, teniendo ahora por superiores a sus antiguos subalternos.
De regreso a la vida pública, promueve la creación de un partido de centro e intenta regresar sucesivamente al parlamento, sin éxito. Luego de ello, se reinventa como Conservador, y en dicha condición ejerce como Ministro, a pesar de la animadversión que le seguían profesando los miembros de dicha colectividad.
De aquí en adelante el agnóstico y supersticioso Churchill, el hombre sin religión, será conservador por convicción, pues la revolución bolchevique lo transforma notablemente, y lo hace más consciente del peligro de la izquierda, a la que cree que solo podrán llegar a contener los movimientos fascistas y nazistas en ascenso. Lo que no prevé es que combatir ese fascismo y ese nazismo será la razón del resto de su existencia, cuando se reinvente como el generalísimo en la conducción de la guerra.
Fuente: Winston Churchill, una biografía. Sebastián Haffner. Ediciones destino. 2002.
@amvela