Las Agencias Calificadoras de Riesgo (ACRS) son las compañías privadas que califican los riesgos de crédito y dicen qué países, como emisores de títulos de deuda, son buenos o malos prestadores. Con el paso del tiempo, estas oficinas han terminado por convertirse en las casandras de la globalización; basta con que ellas digan que un país puede convertirse en un mal pagador o un pagador demorado de sus compromisos de crédito para que, como por arte de magia, se caigan las bolsas de valores, el valor del dinero se duplique y tambaleen los equilibrios fiscales. Ellas convierten en realidad los pronósticos que hacen. Ha sucedido, recientemente, en Europa con los países como Grecia, Portugal y Francia. Ocurrió también con el crédito de los Estados Unidos en el gobierno de Obama.
Solo es necesario que una de estas casandras diga que el rating de crédito de un país baja de AAA a AA para que aparezcan, como por arte de magia, síntomas de crisis reales que antes no existían. Es increíble que los gobiernos de los países “calificados” se sometan a los designios de estos prestidigitadores de los mercados financieros que ponen en jaque sus economías sin ninguna posibilidad de responderles.
¿Quiénes están detrás de las casandras? Se sabe que pasan de setenta en número, pero que solamente tres de ellas –Moody’s, Standard & Poor’s y Fitch- manejan este peligroso mercado de predicciones; el poderoso multimillonario Warren Buffet llegó a tener el 20% de Moody’s. Se sabe también que las sostienen los “emisores” de títulos que las contratan para el análisis de riesgos particulares sobre los cuales las ARCS se pronuncias después, macroeconómicamente, al calificar los riesgos generales por países. Obama trató de meterlos en cintura cuando bajaron la calificación de la deuda de USA, promoviendo una ley a través del Congreso de los Estados Unidos, cuyo resultado, empero, por el poder de lobby de ellas, fue más de maquillaje que de contenido. Entre las reglamentaciones normativas globales que debería promover los países está, precisamente, la que aclara y reglamente la acción, muchas veces irresponsable, de estas calificadoras de riesgos. Establecer, por ejemplo, que sus predicciones apocalípticas tienen que ser evaluadas, antes de lanzarlas a los cuatro vientos, por organismos económicos multilaterales serios, un comité integrado por bancos centrales o equipos solventes de análisis de inversiones, sin ningún compromiso, con intereses particulares. También deberían incluir, dentro de los criterios de calificación, además del costo de la deuda, su impacto social y político. Lo contrario sería aceptar que dos o tres astronautas de los que trabajan en esas compañías tengan más poder que los gobiernos de Alemania, Francia e Inglaterra e inclusive los Estados Unidos, para manejar sus crisis monetarias y financieras. Increíble, pero cierto.