Análisis sobre las cien mil viviendas gratis

Mié, 23/05/2012 - 09:02
Nadie se opone a que el Gobierno construya y entregue 100.000 viviendas a los pobres más pobres, si es que este aumentativo tiene cabida en un país en que la desigualdad e inequidad es mayor que en
Nadie se opone a que el Gobierno construya y entregue 100.000 viviendas a los pobres más pobres, si es que este aumentativo tiene cabida en un país en que la desigualdad e inequidad es mayor que en otros países de Latinoamérica. Lo que no parece lógico es regalarlas, porque hay muchos centenares de miles con el mismo derecho a recibir la casita. El asunto se le puede enredar al gobierno, porque saldrán las etnias a reclamar. Los indígenas, las negritudes, etc. y todos los que merecen el rótulo de pobres. ¿Por qué a mi vecino le dieron y a mí no? Pero, no se trata de criticar por criticar sino de tratar de comprender la factibilidad de este ofrecimiento. Y esa factibilidad nace de números sencillos. Son solo dos datos: 100.000 unidades y un año de plazo. Como desde 1963 he andado entre cemento, acero, ladrillos y equipos de construcción, aproveché una de las largas e incómodas esperas en un aeropuerto donde ya no hay ni donde sentarse en las salas de “millaje”. A falta de papel buena era servilleta y calculadora en mano inicié a introducir números, mientras escuchaba el repetido mensaje sobre el cierre del aeropuerto de Bogotá. Las cifras que fueron apareciendo en la pantalla, ahuyentaron el cansancio pues a medida que avanzaba, el tema se hacía más interesante. Pensé que un razonamiento similar al que yo tenía en curso, lo debe haber realizado uno de los tantos asesores del Ministerio de la Vivienda, pero resolví escribirlo, por si se les ha olvidado entregárselo al responsable de lo que parecería una verdadera hazaña si sale adelante. ¿Saben los lectores que hay necesidad de construir más de dos casas por minuto para cumplir con el ofrecimiento del presidente? Eso aparte de las 200.000 anuales del programa preelectoral que de hecho ya está atrasado. Entro a explicar cómo llegué a esa conclusión. El asunto es sencillo. La experiencia me indica que los constructores trabajan 25 días efectivos al mes. Inicialmente supuse ocho horas diarias de labor por día por obrero, pero el resultado me alarmó de tal manera que resolví ampliarla a doce horas. Las cuadrillas iniciarían a las siete de la mañana, tomarían una horita de descanso y seguirían hasta las ocho de la noche. La primera multiplicación era fácil: 300 días de trabajo y 12 horas al día. Eso significa 3.600 horas de muchos obreros en todas las regiones del país, cifra bastante superior al promedio año real en el sector. Y si tengo que hacer 100.000 viviendas en 3.600 horas entonces, ¿cuántas tengo que hacer por hora? Simple regla de tres. Basta con dividir el número de viviendas por las horas de trabajo. El resultado es 28 casitas por hora, o sea que el gobierno estará obligado ante el país entero, a entregar más de dos casas por minuto. En cifras exactas una solución cada 26 segundos. Completé la reflexión, asumiendo que diez de las compañías más competentes del país se encargaran del plan. Cada una debería construir 10.000 soluciones, que representan casi 850 unidades mensuales por cada empresa. La cifra, aunque retadora, parecería realizable en condiciones ideales, que necesitarían concentración de esfuerzos en pocos municipios, pues la dispersión, que aparentemente es obligatoria socialmente, complica la logística y encarece el precio. Solamente un trabajo masivo bien coordinado con expertos directores de proyecto y un excelente flujo de caja puede traer la factibilidad del plan. Es un elemental tema de buena administración. Pero hay que pensar en que muchas de las grandes constructoras de vivienda no han trabajado en lo que mal se denomina vivienda social y a la mayoría de los medianos y pequeños esta cifra mensual les puede quedar grande, como se dice en el lenguaje popular. Me gustaría estar equivocado en mis apreciaciones y dejo como tema de reflexión estos números a los que dominan el tema, los miembros de la Cámara de la Construcción, Camacol. Y a los técnicos del Ministerio de Vivienda, si no han hecho la cuenta de servilleta, que se santigüen pues con el nuevo ministro las cosas van en serio.
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