Para este verano, el museo madrileño Thyssen Bornemisza ha organizado una exposición de Edward Hopper (1882-1967), un artista único de la escena norteamericana en el siglo XX.
Pintó siempre la soledad de unos mundos que correspondían generalmente a escenas neoyorquinas. La ciudad donde la soledad de la clase media es una de las grandes características. El individualismo, los lleva a emprender la batalla del aislamiento.
El inicio de su existencia, no fue fácil. Durante años se ganó la vida como ilustrador de revistas pero, en 1913 en la feria de arte del Armory Show, vendió su primera obra de arte y logró instalarse en el barrio de Greenwich, donde vivió toda su vida junto con su esposa Josephine Nivison.
Nighthawks,1942
Su proyecto pictórico siempre mantuvo el interés en representar el mundo interior de los seres humanos. En medio de la Depresión Norteamericana, desarrollo el comienzo de una carrera donde pudo observar el mundo íntimo de las relaciones humanas que plasmó en sus personajes en cafés, teatros o esquinas. Seres que viven un estado emocional de abatimiento y en una espera que termina en soledad.
Sus composiciones de sus habitaciones siempre están medidas por un trabajo donde la luz le da un orden geométrico con diagonales, que ilustra claramente cuánto estudió al holandés Johannes Vermeer (1632- 1675). Cuando Edward Hopper pinta paisajes, la luz tiene una claridad de la ausencia. De su mundo pictórico norteamericano siguió de cerca tanto el realismo de Winslow Homer (1836-1910) como la obra de Thomas Eakins (1844-1916).
Hotel Room, 1931
Sus atmósferas frías desembocan en una soledad cotidiana; se trata de imágenes donde la fuente de inspiración fue una vida norteamericana con una desolación anímica que, el mismo Hopper llamó: historias de una amalgama de muchas razas.
Dentro de todos los movimientos imperantes de esa época en el que fue pintor y grabador, defendió en su esencia al imperio de la imaginación. Afirmaba que una de las flaquezas del arte abstracto radicaba en un intento por sustituir la concepción privada de la imaginación por cálculos del intelecto. Así, pintó siempre su mundo real y, al mismo tiempo imaginario.
Estación de gasolina, 1940
Cada tema tiene su respectiva escenografía. La vemos en los cuartos con sus mujeres tristes, solas, con la gestualidad del cuerpo abatido por sentimientos, o en los diálogos de las personas en los cafés donde hay un posible desencuentro, o en los paisajes desolados donde no habita sino el silencio. Recorre también las estaciones de gasolina donde se siente la ausencia o, en las esquinas donde aparecen personajes paralizados por la inercia, que esperan recostados sobre una pared.
Cuando la vida está en otra parte
Dom, 26/08/2012 - 01:03
Para este verano, el museo madrileño Thyssen Bornemisza ha organizado una exposición de Edward Hopper (1882-1967), un artista único de la escena norteamericana en el siglo XX.
Pintó siempre la
Pintó siempre la