De Holanda con amor

Lun, 03/10/2016 - 04:16
Concluyo por fin mi ciclo de lecturas de las obras de los autores holandeses que se promocionaron en la Feria Internacional de Bogotá. Autores que desconocía pero que la magia (que
Concluyo por fin mi ciclo de lecturas de las obras de los autores holandeses que se promocionaron en la Feria Internacional de Bogotá. Autores que desconocía pero que la magia (que aún existe) de las ferias, con todos los egoísmos, mezquindades y personalismos que arrastran, nos acerca para conmovernos y enriquecernos. Sin más rodeos diré que con “El viaje de las botellas vacías”, de Kader Abdolah (iraní nacionalizado en Holanda), y “Cesarión”, de Tommy Wieringa, cierro por ahora mi viaje a las entrañas de esa literatura que alegró varias de mis madrugadas. Esperaré la del próximo año que, con seguridad, será la Feria de la Paz (¿Posconflicto?) a la que vendrán otros autores. “Cesarión” es una novela ambiciosa, pero, para mi gusto, de las tres partes en que se divide me agradó sólo la primera, la del planteamiento del regreso, del descubrimiento de la vida que se cuenta. Es la historia de un pianista que regresa a un pueblo costero de Inglaterra para el entierro de un familiar y en el hotel donde se hospeda y ejecuta el piano por diversión conoce a una mujer a quien le cuenta su historia. Historia que inicia con la relación de madre e hijo, Ludwig Unger, hasta cuando este descubre que la mamá fue una artista del cine porno y a pesar del odio y el rencor que lo anima al sentirse traicionado por ella, permanece a su lado hasta su muerte. Nada nuevo en el planteamiento de los dos planos en que se desarrolla la narración. Por su parte “El viaje de las botellas vacías” me cautivó desde el principio. Es una novela lineal y es narración de la problemática de todo refugiado, el enfrentamiento entre la nueva realidad con la realidad de su pasado clavada en la memoria con todo lo que conlleva un choque semejante. A Bolfazl, su esposa e hijo, le dan una casa para empezar. Su vecino, René, un homosexual, le plantea el primer choque cultural e intelectual. En realidad, la novela se centra en la relación de estos dos vecinos y a través de esa relación el autor nos permite conocer de cerca la adaptación del refugiado a la ciudad, Ámsterdam, en aspectos cruciales como el idioma, lo religioso, lo político y lo cultural. Siempre habrá una comparación mental de cada nuevo acontecimiento con la realidad de su país, su familia, sus costumbres, las botellas vacías de su abuelo y el horizonte que se abre para él y su familia. En forma sencilla esta primera novela de Abdolah cautiva, precisamente porque su lenguaje es conciso y eficaz, sin rodeos, sin trascendentalismos, tal como fluye la vida. Y nosotros, que hemos sido de muchas maneras desplazados, comprendemos el drama interior de este personaje de ficción.
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