El reciente decreto del gobierno de Iván Duque, que ordena a la Policía destruir la droga encontrada en requisas, disparó la crítica de casi todos los enemigos del expresidente Uribe, como si éste fuera hoy el presidente de la república: que la medida es populista, que es una imbecilidad perseguir a los pobres consumidores, que los jíbaros se volverán más ricos, que los grupos que los proveen serán más poderosos y sanguinarios, que la droga tendrá precios inalcanzables para los adictos de todas las clases y todos los grados de adicción, y se tornarán violentos, que la Policía se debe dedicar a contrarrestar el crimen y la inseguridad, que la corrupción policial hará de las suyas, etc.
A modo de ilustración, el analista y connotado dirigente antiuribista Rodrigo Uprimny incluso llegó a sostener (El Espectador, octubre 7) que “el decreto tiene sobredosis de insensatez pues reproduce algunos de los más arraigados errores y prejuicios de la política frente a las drogas de las últimas décadas”.
En otras palabras, los críticos quieren significar que esta nueva acción prohibicionista no servirá para nada dado que no terminará ni con el consumo ni con la distribución ni con la producción de las drogas. La lucha contra esos flagelos lleva decenios, afirman, y no ha sido exitosa. Lo único que sirve, dicen, es “desarrollar políticas educativas y preventivas como en ciertos países civilizados”. (¿Será que los explosivos detractores del decreto creen vivir en Columbia y no en Colombia? ¿Será que la “recreativa” se la están fumando verde para ser más creativos?).
Sin embargo, no echemos en saco roto la lógica de los antiprohibicionistas (“perseguir la droga es inútil e insensato”) y apliquémosla a otros problemas con el realismo del que presumen. Así las cosas, y a la luz de tal lógica:
● ¿Para qué diablos luchar, por ejemplo, contra la corrupción? ¿Cuántos años llevamos investigando, acusando, condenando, y no desaparece? Sucede lo contrario: los medios nos despiertan a diario con nuevos escándalos. Entonces, ¿cuál es el fin de perseguirla si dicha tarea porta una “sobredosis de insensatez”…? Mejor “deje así”.
● ¿Para qué gastar millones de pesos en la neutralización del contrabando, práctica que empezó con los españoles? ¿De qué han servido las medidas para reducirlo a cero? De nada. Conclusión: permitamos que los barones del matute desarrollen libremente su personalidad, y demos a las universidades públicas el dinero que se utiliza para perseguirlos. Deje así. Lo agradecerán unos y otras.
● ¿Para qué combatir la pederastia y la pedofilia, el tráfico y la esclavitud sexuales? ¿Algún día erradicaremos esas conductas? Nunca. Es otro frente en el que este gobierno se debe de abstener de dictar decretos insensatos. Al fin y al cabo, quienes las protagonizan también tienen derecho a dar rienda suelta a la personalidad y a que nadie los moleste por sus apetencias, pendencias y tendencias. Por lo tanto, deje así.
● ¿Es razonable invertir seso y pesos para evitar y castigar la violencia contra la mujer? ¿Acaso no viene desde los tiempos prehistóricos y bíblicos y sigue “viva y coliando”? Las autoridades tendrían que revisar lo hecho y suspender cualquier medida que impacte a los varones culpables. Deje así.
● ¿Para qué concebir y ejecutar políticas contra el terrorismo y los terroristas si éstos y aquel no han desaparecido, pese a que diversos gobiernos los han acosado con tropas, aviones, infiltrados, dinero y mil y una acciones más? Se ha perdido el tiempo, razón para abortar las operaciones y esperar a que los terroristas se vayan muriendo de viejos o por un error al manipular una granada. En consecuencia, deje así.
● Por otro lado, ¿es inteligente ir tras los talentosos evasores de impuestos si las decisiones tomadas no han servido “para un carajo”? Cada cuatro años se renuevan las normas y se ejecutan estrategias, pero no se extingue la evasión. ¿Para qué insistir? Deje así. Quienes incurren en el delito deberían estar lejos de las fauces de un Estado prohibicionista, insensato, autoritario, incomprensivo.
● Más aún: ¿es serio enfrentar el crimen organizado y desorganizado, que está haciendo invivibles las ciudades? ¿Es coherente seguir efectuándolo, si las bandas aumentan en número y ejecuciones de semana en semana? Sería una tontería intentar someterlas con la fuerza de la ley, de una ley que no funciona. ¿Por qué no permitir que, al menos sus integrantes más jóvenes, ejerzan en las calles y comunas el sagrado derecho al libre desarrollo? Deje así.
Podría continuar con más escenarios nefastos en los que habría que imponer el “buenismo” de quienes, insisto, creen vivir en Columbia (donde se es ángel o príncipe) y no en Colombia, motivo relevante para no atacar ciertos hechos, no perder esfuerzos de ningún tipo y ser más “recreativos”.
El tema tiene un fondo concreto, que queda para otro día, que se conecta con esta reflexión de El Espectador: “El número de quienes han perdido completamente la fe en la democracia aumenta porque la abundancia de palabras de los dirigentes no corresponde a lo exiguo de los actos de gobierno efectivos”. ¡Reflexión que es del 22 de julio de 1967!
INFLEXIÓN. Pese a todo, le apuesto a Jacques Cousteau: “Si fuéramos lógicos, el futuro sería verdaderamente sombrío. Pero somos más que lógicos: somos seres humanos y tenemos fe y esperanza, y podemos trabajar”.
Deje así
Sáb, 13/10/2018 - 05:16
El reciente decreto del gobierno de Iván Duque, que ordena a la Policía destruir la droga encontrada en requisas, disparó la crítica de casi todos los enemigos del expresidente Uribe, como si ést