Tac, tac, tac, tac. El incesante martillar en la casa vecina me sacó del sueño. Tac, tac, tac, tac, tac. Me asomé por la ventana a ver qué era lo que estaba pasando y me encontré con una escena que me rompió el corazón: habían comenzado la demolición de una hermosa casa estilo inglés, de esas que hicieron furor en Bogotá a finales de la década de 1930, para construir uno de esos horribles edificios multifamiliares modernos con fachada de vidrio y estuco, adornada con microbalcones cerrados por barandas de aluminio.
Mi cabeza se llenó de imágenes del barrio de mi infancia otrora inundado de esas casonas de dos pisos con impecables fachadas de ladrillo coronadas por empinados techos de tejas de barro, con imponentes escaleras de madera y habitaciones tan grandes como una cancha de fútbol 5. Tac, tac, tac, tac. Me dolió ver que otra de esas inmensas casas del pasado se venía al suelo por el ímpetu constructor de nuestra ciudad.
Casa Teusaquillo - Arturo Aparicio.
Curiosamente hace un par de semanas me había puesto a pensar en la falta de memoria arquitectónica que hay en Bogotá. Las casas no se conservan, sino que se derrumban. Aparentemente los constructores se tomaron muy en serio eso de hacer crecer la ciudad hacia arriba y hoy son pocas las casas que sobreviven a las ganas de sacarle el jugo a un terreno en barrios como La Soledad, Teusaquillo, Chapinero, Quinta Camacho, El Nogal, La Cabrera o El Chicó.
En ese ímpetu constructor hemos perdido verdaderas joyas del desarrollo urbano de nuestra ciudad: construcciones que parecían salidas de postales hollywoodenses con mansiones al estilo Berverly Hills; casaquintas de esbeltas torres, miradores, zaguanes y cuidados jardines; casas que eran una huella de la ciudad soñada en la década del cincuenta y del sesenta, cuando Bogotá aún era una pequeña conurbación antes de que empezaran el éxodo rural y el desplazamiento.
Residencia barrio El Nogal - Gumercindo Cuéllar / BLAA.
Embargado por esa desazón me puse a buscar en internet imágenes de la vieja Bogotá y di con una maravillosa galería fotográfica de la Biblioteca Luis Ángel Arango. Mi corazón se llenó de emoción al descubrir esa Bogotá que no me tocó, pero que sobrevive gracias al trabajo de registro que muy juicioso hizo el fotógrafo Gumercindo Cuéllar. Fue como viajar en el tiempo, aunque al final me quedó el sabor amargo de saber que muchas cosas bellas no resistieron la embestida de las retroexcavadoras.
Residencias barrio El Nogal - Gumercindo Cuéllar / BLAA.
Hoy miro con desdén a los supuestos responsables de proteger el patrimonio de nuestra ciudad quienes durante años se han hecho los de la vista gorda ante el desmonte de nuestra historia arquitectónica. Hoy me dan tristeza los arquitectos que dicen que las casas viejas no son más que talanqueras para el desarrollo y el crecimiento de una ciudad. Hoy lamento no haber tenido la posibilidad de conocer tantas casas y edificios que marcaron una época y seguramente hoy nos podrían contar más sobre cómo fue creciendo esta despelotada Bogotá.
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Post-It: Debo reconocerlo, tal vez me pasé de amargura cuando escribí esta columna sobre la Sobreactuación Olímpica. La alegría que nos han dado los deportistas nacionales en los juegos de Londres es insondable. Ojalá esto sirva para que tanto gobierno como sector privado entiendan que el fútbol no es el único deporte que se practica en el país y que así haya más apoyo y estímulo para aquellos que de verdad hacen brillar el nombre de Colombia en el exterior.
@colombiascopio
juanpablocalvas@gmail.com
Casa Teusaquillo - Arturo Aparicio.
Curiosamente hace un par de semanas me había puesto a pensar en la falta de memoria arquitectónica que hay en Bogotá. Las casas no se conservan, sino que se derrumban. Aparentemente los constructores se tomaron muy en serio eso de hacer crecer la ciudad hacia arriba y hoy son pocas las casas que sobreviven a las ganas de sacarle el jugo a un terreno en barrios como La Soledad, Teusaquillo, Chapinero, Quinta Camacho, El Nogal, La Cabrera o El Chicó.
En ese ímpetu constructor hemos perdido verdaderas joyas del desarrollo urbano de nuestra ciudad: construcciones que parecían salidas de postales hollywoodenses con mansiones al estilo Berverly Hills; casaquintas de esbeltas torres, miradores, zaguanes y cuidados jardines; casas que eran una huella de la ciudad soñada en la década del cincuenta y del sesenta, cuando Bogotá aún era una pequeña conurbación antes de que empezaran el éxodo rural y el desplazamiento.
Residencia barrio El Nogal - Gumercindo Cuéllar / BLAA.
Embargado por esa desazón me puse a buscar en internet imágenes de la vieja Bogotá y di con una maravillosa galería fotográfica de la Biblioteca Luis Ángel Arango. Mi corazón se llenó de emoción al descubrir esa Bogotá que no me tocó, pero que sobrevive gracias al trabajo de registro que muy juicioso hizo el fotógrafo Gumercindo Cuéllar. Fue como viajar en el tiempo, aunque al final me quedó el sabor amargo de saber que muchas cosas bellas no resistieron la embestida de las retroexcavadoras.
Residencias barrio El Nogal - Gumercindo Cuéllar / BLAA.
Hoy miro con desdén a los supuestos responsables de proteger el patrimonio de nuestra ciudad quienes durante años se han hecho los de la vista gorda ante el desmonte de nuestra historia arquitectónica. Hoy me dan tristeza los arquitectos que dicen que las casas viejas no son más que talanqueras para el desarrollo y el crecimiento de una ciudad. Hoy lamento no haber tenido la posibilidad de conocer tantas casas y edificios que marcaron una época y seguramente hoy nos podrían contar más sobre cómo fue creciendo esta despelotada Bogotá.
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Post-It: Debo reconocerlo, tal vez me pasé de amargura cuando escribí esta columna sobre la Sobreactuación Olímpica. La alegría que nos han dado los deportistas nacionales en los juegos de Londres es insondable. Ojalá esto sirva para que tanto gobierno como sector privado entiendan que el fútbol no es el único deporte que se practica en el país y que así haya más apoyo y estímulo para aquellos que de verdad hacen brillar el nombre de Colombia en el exterior.
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