Avianca tiene un dueño que puede tener pasaporte colombiano, pero, en la práctica, es un ciudadano del mundo: el señor Efromovich. El anterior propietario, Julio Mario Santo Domingo, había nacido en Barranquilla, pero también era ciudadano del mundo; incluso, pasaba menos tiempo en Colombia que afuera.
En realidad, una compañía no es colombiana porque sus dueños lo sean, sino porque está registrada aquí, y no importa quienes sean sus accionistas si son honestos, buenos empresarios, cumplen la ley local y, sobre todo, prestan un buen servicio. Por esas razones, el señor Efromovich fue muy bien recibido en el país. Lamentablemente, en el último año el servicio ha tenido serios tropiezos, primero por la huelga de pilotos, y recientemente por fallas en la operación, que también parecen estar relacionadas con los pilotos.
Se dice que Avianca es la segunda compañía actual más antigua del mundo, antecedida solo por KLM, porque su historia se remonta a la primera mitad del siglo XX cuando reemplazó a SCADTA (1940), empresa fundada hace un siglo por algunos colombianos asociados con pilotos alemanes entrenados en la Primera Guerra Mundial.
En los mismos años, las familias Samper de Bogotá y Echavarría de Medellín habían fundado empresas locales. Durante los siguientes años la compañía creció y se convirtió en pionera de la aviación nacional con sus famosos Junkers, DC-3 y DC-4: abrió nuevas rutas, se hizo cargo del correo, incursionó en el negocio de la carga y comenzó a volar a Europa y Norteamérica.
Es motivo de orgullo que la aerolínea nacional sea la segunda en América Latina después de la gigantesca LATAM, con cerca de 25.000 empleados, 200 aeronaves, más de 1.000 destinos en casi 30 países; también, que se una con otras líneas de la región y, eventualmente, haga una alianza con UNITED, o que pueda adquirir a la TAP portuguesa para poner pie en el viejo continente. Sin duda, Avianca hace parte de la historia del transporte aéreo, es la línea bandera, y de ello nos sentimos orgullosos.
A Efromovich le conviene mucho tener a Colombia como base de su empresa por varias razones: el volumen de pasajeros en vuelos nacionales e internacionales, el número y significado de las rutas nacionales, la capacidad logística y la calidad de sus empleados, el soporte técnico en áreas críticas como el mantenimiento, el uso de Bogotá como principal hub, y, principalmente, porque la compañía es una consentida de los reguladores y nadie se atreve a meterse con ella.
Todavía la mayoría de nuestra población tiene un lazo de afecto con Avianca, como si fuera parte de nuestra nacionalidad, parecido al cariño por la selección de fútbol: nos sentimos felices cuando aterrizamos en naciones lejanas y vemos los avioncitos rojos con el nombre Avianca-Colombia, sin importarnos quiénes son sus propietarios.
Hace algún tiempo la gente salía alborozada a recibir los nuevos equipos como el Constellation en los sesenta o el Jumbo 747 en los años setenta, cuando aterrizaron por primera vez en estas tierras; también sentíamos un profundo dolor solidario cuando algún avión de la flota sufría un accidente, dentro o fuera.
Recordemos cómo nos producían tristeza los lamentables casos del Tablazo, de Madrid, New York y la explosión del vuelo a Cali, perpetrada al parecer por Pablo Escobar. En pocas palabras, la compañía está metida en el corazón de los colombianos, así en algunos períodos haya sido deficiente, tanto con sus antiguos dueños como ahora.
A Avianca le sucede lo que a muchas empresas emblemáticas y queridas cuando se convierten en monopolio o hacen parte de oligopolios favorecidos por los gobiernos: comienzan a abusar y hacer lo que les parezca útil para mantener o mejorar sus balances, sin que aparezca por ningún lado la Aeronáutica Civil o la Superintendencia de Industria y Comercio para llamarles la atención o sancionarlas.
Durante la huelga de pilotos del año pasado, la mayoría de la opinión se hizo del lado de la compañía por varias razones: era una huelga ilegal, pues se trataba de un servicio público esencial; los pilotos presentaron un petitorio exagerado como exigir que la empresa les compensara por el pago de impuestos o que recibieran un salario similar al que devengan los pilotos en otros países y otras perlas; además, los huelguistas eran una minoría dentro del sindicato. ¿Qué sucedió al final? Que Avianca les ganó el pulso a sus pilotos y terminó arrojando mejores utilidades que en años anteriores al cancelar muchos vuelos para ahorrar combustible y elevar indebidamente el precio de los tiquetes.
Hace un par de semanas se presentaron fallas en los itinerarios; particularmente en los menos rentables, supuestamente por problemas en el software que distribuye las tripulaciones. Sin respeto alguno por los viajeros, la compañía canceló vuelos y aprovechó la circunstancia para elevar injustificadamente los precios de los tiquetes, que para viajes internos llegaron a costar más que un billete internacional. ¿Quién defiende a los pasajeros? Nadie.
Si bien es cierto que lo más importante que puede ofrecer una aerolínea es el servicio, y que no importa en qué país esté registrada y quién sea su propietario, Avianca se está aprovechando de sus usuarios y se está dando el lujo de imponer las reglas, por encima de las autoridades nacionales que se inclinan humildes ante el poder cuasimonopólico de la empresa. Lamentablemente, no existe reciprocidad de parte de la compañía y no se pueden repetir las letras de la ranchera “amor con amor se paga”.
El caso Avianca
Mié, 05/09/2018 - 03:25
Avianca tiene un dueño que puede tener pasaporte colombiano, pero, en la práctica, es un ciudadano del mundo: el señor Efromovich. El anterior propietario, Julio Mario Santo Domingo, había nacido