El Congreso de rodillas

Mar, 18/08/2015 - 13:14
Un Estado de Derecho como el colombiano, basado en una democracia sana y consolidada, necesita de unas instituciones fuertes, que cumplan cabalmente su función, que se controlen entre sí y que colab
Un Estado de Derecho como el colombiano, basado en una democracia sana y consolidada, necesita de unas instituciones fuertes, que cumplan cabalmente su función, que se controlen entre sí y que colaboren armónicamente para cumplir los fines del Estado. Entre las Ramas del Poder Público en Colombia, la más desprestigiada, hasta hoy, y que más debe soportar el desamor de la ciudadanía es el Congreso de la República, la desinstitucionalización del Legislativo ha llegado a sus niveles más preocupantes. Las causas son múltiples: los abusos que durante años han cometido algunos de sus miembros, la falta de pedagogía y de conocimiento de la ciudadanía alrededor de las funciones que deben cumplir, la desinformación de los medios de comunicación, los intereses políticos del Ejecutivo, la infiltración de grupos armados al margen de la Ley,  etc., hacen que hoy sea rentable, políticamente, hablar mal del Congreso. El Parlamento tiene básicamente tres funciones principales y otras accesorias no menos importantes: hacer y reformar las leyes, reformar la Constitución Política y ejercer el control político al Ejecutivo. Adicionalmente, en el caso de los representantes, velar por los intereses de su departamento y tratar de gestionar recursos para el mismo - no ‘mermelada’ con ‘mordida’ incluida y contratista amigo -, gestión de recursos para el mejoramiento de la calidad de vida y la satisfacción de las necesidades básicas insatisfechas. Hoy, en la práctica, tenemos un Congreso arrodillado y sin poder, la agenda legislativa del Congreso es prácticamente inexistente, la agilidad, solidaridad y responsabilidad para aprobar los proyectos de ley del Gobierno no existe a la hora de discutir y votar los proyectos de los congresistas, de igual manera pasa con los proyectos de acto legislativo presentados por los compañeros congresistas en contraste con los del Ejecutivo. Ni hablar de los debates de control político, hoy tímidos y parcos reclamos al Gobierno de parlamentarios cuyos compromisos con el Ejecutivo impiden que ejerzan su función debidamente, o ¿cuál es el último gran debate que se recuerda? En cuanto a la gestión de recursos, como se mencionó antes, se ha confundido la gestión de los mismos con la entrega de ‘mermelada’ a cambio de favores y votos en el Congreso. La necesidad que tenemos los congresistas de llevar resultados a nuestros departamentos ha sido maquiavélicamente utilizada por el Gobierno para controlar las decisiones mayoritarias en el Parlamento. El Congreso representa, fielmente, palmo a palmo, a todos y cada uno de los ciudadanos que vivimos en Colombia. Allí hay de todos los partidos, gente buena, estudiosa, preparada, disciplinada y trabajadora, comerciantes, ganaderos, agricultores, empresarios, por supuesto también hay gente mala, ignorante, poco trabajadora, incluso hay personas que representan, por desgracia, a grupos delincuenciales o al margen de la Ley. En conclusión todos los colombianos, de todos los tipos, están representados en la casa de la democracia. A muchas personas y grupos les interesa que el Congreso esté en la situación en la que está; cuando las cosas salen bien, es gracias al Ejecutivo; cuando salen mal, es por culpa del Congreso; cuando un congresista comete un error, o un delito, somos todos los bandidos o irresponsables; y cuando a un periodista no le gusta un proyecto, es el Congreso en pleno el que debe pagar los platos rotos. Lo que debemos preservar es la imagen del Congreso, de la institución, no de las personas que estamos allí, que para la historia podremos ser un simple accidente. Nuestra democracia necesita un Congreso fuerte, si las cosas siguen por el camino que van y el Congreso sigue en decadencia, es la democracia y el Estado los que están en riesgo. Ya empezó también la desinstitucionalización de la Justicia. Rápidamente y escándalo tras escándalo, la Rama judicial pierde la confianza popular. Fallos y sentencias políticas, actos de corrupción, índices de impunidad disparados etc., hacen que esta Rama del poder público pierda poco a poco la legitimidad necesaria para cumplir su función. El Ejecutivo cada vez más poderoso podría caer pronto en las manos de un popular, carismático y demagógico dictador como los de Venezuela. ¿Quiénes más interesados y más contentos con la desinstitucionalización del país que aquellos que pretenden igualar sus acciones terroristas con los actos legítimos del Estado de Derecho? No nos engañemos, cambiemos lo que tengamos que cambiar, ajustemos lo necesario, pero preservemos nuestras instituciones, nuestro Estado y nuestra Democracia, que hoy mas que nunca necesitan del concurso de toda la ciudadanía. Santiago Valencia G. @sanvalgo Representante a la Cámara
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