El curioso Alcalde de Aguachica

Lun, 16/07/2012 - 01:00
Lo que acaba de hacer el Alcalde de Aguachica (Cesar) parece un chiste. O una anécdota de la intolerancia y el oscurantismo del que aún no somos capaces de liberarnos. Porque “consagrar” y “en
Lo que acaba de hacer el Alcalde de Aguachica (Cesar) parece un chiste. O una anécdota de la intolerancia y el oscurantismo del que aún no somos capaces de liberarnos. Porque “consagrar” y “entregar” el Municipio a Dios como “El Salvador” no es un genuino acto de fe. Es un atropello. Y porque el autor del adefesio, Alfredo Vega Quintero, no lo hizo en calidad de Pastor de la Iglesia Misionera Macedonia ni en un privado ejercicio de oración con sus feligreses.  Lo cometió en su condición de Alcalde Municipal y mediante un  acto administrativo, el Decreto 307 del 5 de julio del 2012. Está bien que el Alcalde profese y practique una determinada fe religiosa. Está en todo su derecho. Que haga parte de ese torrente de seres humanos que, como dicen los filósofos posmodernos, ante la crisis de los grandes relatos de la modernidad acudan a la religión para dotarse de las certezas, las esperanzas y los sueños de felicidad que los veloces tiempos que corren nos arrebatan a diario. Que cultive unas convicciones y valores morales para orientar su vida diaria. Lo que no está bien es que pretenda convertir su religión en oficial, en el credo de todos los ciudadanos que debe gobernar. El fue elegido para administrar los asuntos públicos de su municipio.  Y sus competencias no incluyen la invasión de la libertad religiosa de sus gobernados. No me cabe duda de la violación a la Constitución que comete este Alcalde. Constitución que juró defender en su posesión del cargo. Y el juramento es de los actos más sagrado para un cristiano. Una Constitución que desconoció a la Iglesia católica como “la religión de la nación” consagrada en la anterior Constitución de 1886. Que elevó a norma constitucional, en su artículo 19, la libertad de cultos de la que son beneficiarias directas iglesias como la del Alcalde. Y que en su artículo 68 establece la libertad en la educación religiosa. ¡Vaya paradoja! Constitución que nos puso a tono con el derecho a la libertad religiosa consagrado en el articulo 18 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos. Hay además razones históricas y sociológicas para defender el carácter laico y no confesional de los Estados democráticos modernos. La humanidad dolorosamente comprendió que Estado y religión constituía una mezcla explosiva y sangrienta. La experiencia de la modernidad permitió adjudicar al Estado el dominio de lo público y conminar la religión al espacio de las libertades individuales, al mundo privado. Me gustaría preguntarle al flamante Alcalde de Aguachica que diría en su condición de ciudadano si su gobernante le diera por expedir un decreto que prohíba la existencia de Dios. O que reviva el concordato. O que restablezca la primacía y los privilegios de la Iglesia católica. Estoy seguro de que lideraría una sublevación religiosa. O se moriría de risa, porque le parecería un chiste. Como el chiste que él acaba de protagonizar.
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