El exilio o la prisión

Dom, 30/04/2017 - 03:18
Lo tremebundo de los seres humanos que deciden lanzarse en andanadas de malas acciones contra la sociedad, es que en su febrilidad devastadora logran desmantelar no sólo sus escasos principios ético
Lo tremebundo de los seres humanos que deciden lanzarse en andanadas de malas acciones contra la sociedad, es que en su febrilidad devastadora logran desmantelar no sólo sus escasos principios éticos, sino desmoronar los de aquellos que cómplicemente los rodean. La degradación se instala en costumbre ascendente, tal vez, con reticencia al principio, pero pasado algún tiempo y ya con una buena carga de acciones negativas sobre los hombros, la consciencia se aturde y añadir al prontuario una nueva maniobra ilegal no causa enfado ni sentimiento de culpa. Animales de costumbres somos. Un asesino probablemente experimente algún agobio de incorrección en sus primeros homicidios, luego el remordimiento se eclipsa, la macabra rutina no produce ni dolor ni emoción; igual le ocurre al ladrón, al corrupto y a cualquier otro tipo de infractor consuetudinario. Lo que verdaderamente provoca conflicto al delincuente habituado e instalado en la ilegalidad es cuando decide desmontarse de su penosa actividad, “jubilarse” con el fruto de sus fechorías. Una aspiración corriente de cada ser humano, honrado o pícaro. Los de la primera categoría con tranquilidad de consciencia se dedican a otros menesteres, a desempeñar otras ocupaciones, a descansar; a contrario, el pillo está tan comprometido con sus compinches, con las organizaciones ilícitas y con el engranaje en el que participó, que le es difícil obtener esa paz que anhela. Eso de que “delinco un tiempo y luego me retiro” es mera teoría, y se troca en “infrinjo y me toca continuar”, es la dura norma a la que ha de someterse el truhán, porque es imposible salir de ese infierno en el que creyeron participar temporalmente. El vínculo malévolo construido es una cadena de pesado lastre, de imposible desatadura y que conlleva al hábito y al mantenimiento por exigencia personal o de los secuaces de “negocios”. Lo usual por imposibilidad de enmienda es “Morir en su ley”, esa que el individuo se inventó, forjó y usufructuó. Muchas de estas “profesiones” podrían analizarse, la de los narcotraficantes es bien conocida e ilustradora, sin embargo en esta ocasión nos explayaremos en la de los gobernantes indecorosos (¿será esto un oxímoron?). El caso de los gobernantes corruptos, devenidos además dictadores, es un verdadero drama, no sólo por el evidente perjuicio que causan a la sociedad, sino también para sí mismos. Y esto dicho sin ninguna compasión ni menos exculpación. En esta calamidad andan metidos muchos “altos dignatarios” en el mundo, no obstante, la de los sátrapas venezolanos es de particular atención por acaecer en nuestro vecindario y por la tentación que tienen los izquierdistas pro guerrilla de nuestro país de copiar este “modelo”. Esos bolivarianos están obligados a permanecer en el poder so pena de pasar a la cárcel por sus innumerables delitos que fácilmente una corte de justicia neutra puede dictaminarles. Tal vez, así se entienda el berrido que con tanta fuerza mugen del gastado eslogan “patria o muerte”; es decir, se quedan atornillados ejerciendo sus desvaríos y atropellos so pretexto de patria para evitarse la muerte (física o política), así esta última pueda serles más honrosa y menos penosa que una cárcel por sus múltiples delitos; esos en cuya enumeración se gastarían ríos de tinta; baste con anotar, en el caso chavista, como resumen: corrupción, tiranía, desprecio y pisoteo de la democracia, despilfarro y mal manejo del erario público, contravención de las libertades individuales, privación de libertad de los opositores, eliminación de la libertad, aniquilación de la expresión individual y pública, más los etcéteras que son de gran dimensión. Cada día la situación de los actores de la supuesta revolución bolivariana, que para mejor propaganda apellidaron de socialismo del siglo XXI, se les hace más insostenible. Manifestaciones multitudinarias, rechazo del 70% de la población, asesinatos de manifestantes, encarcelamiento a granel de sus opositores, eliminación de los tres poderes estatales. Es comprensible su angustia, no abandonarán el poder por las buenas porque la prisión la presienten muy cerca, a menos que el exilio les sea otorgado en algún país compinche, Cuba el más opcionado; el charter con estos exiliados sería enorme, pero, y ¿cómo renunciarían a sus pertenencias mal habidas? Las que poseen en el extranjero como fruto de sus corruptelas será de fácil encautamiento, a pesar del testaferrato. Ya nadie les cree que se trata de una revolución del pueblo y para el pueblo, el desencantamiento es general, el velo de la verdad cobija cualquier desorientación pretérita, cualquier espíritu dubitativo, cualquier cuerpo hambriento, cualquier cuerpo anhelante de sanación con medicinas inexistentes, cualquier espíritu sediento de libertad, cualquier mente o cuerpo harto de opresión. Es decir la inmensa mayoría. La flamante canciller bolivariana, Delcy Rodríguez, en patadas de ahogado, intenta confundir los organismos internacionales, con ningún éxito; su argumentación y retórica son pobres, insensatas, no convencen sino a la cúpula chavista de quien es su mandadera. Ya no despierta rabias en la comunidad internacional, sino risotadas cada vez que emite chillidos más incoherentes y desentonados que sus ropajes de colorines y maquillajes exuberantes con los que cree ocultar el exabrupto que defiende. Es tan flagrante el nivel de despropósitos cometidos por estos señores bolivarianos que los apoyos de que habían gozado comienzan a desaparecer, los incondicionales como el del “Nobel de paz” ya los abandonó, este señor, poco dado a fidelidades, ya se pronunció, quitó el barco. El mismísimo hijo del Defensor del Pueblo ha pedido a su padre el acabar con ese régimen. Hasta William Ospina nuestro gran escritor, el de bonita prosa, pero pésimo calado político, ha comenzado a matizar sus (des)propósitos y reclamar democracia; raro en él, así continúe en sus delirios dogmatizando que “Hugo Chávez es el hombre más grande y el político más visionario que ha tenido América Latina en las últimas décadas”: Uff. Los pequeños países del Caribe que habían mantenido apoyo firme a la dictadura chavista a cambio de petróleo, comienzan a ceder, el exabrupto es demasiado grande para perpetuarlo. La mismísima Fiscal General, chavista hasta el tuétano, comienza a dar pasos en otra dirección, tal vez, buscando salvar su pellejo. La desbandada se instala. Ante tal desmoronamiento de apoyos, la dictadura bolivariana decidió abandonar la OEA, no sin antes tildarla de instrumento del imperio y de denigrarla por indebida injerencia en su política interna. Es decir, le resulta inconcebible a esta satrapía que otros países puedan encontrar inaudito que la opresión, la corrupción, la mordaza de los medios de comunicación, la estrangulación de la libre expresión y el asesinato sean reprochables. Esta inadmisible actitud recuerda a los dictadores que sucumbieron en las primaveras árabes; todos esos autócratas cayeron de manera violenta; algunos, como Bashar al-Ásad de Siria o Kim Jong-un de Corea del Norte hacen fila frente al cadalso de la historia. Esos países sin costumbre de democracia lograron expulsar a sus tiranos, imposible que Venezuela, de una tradición más bien demócrata, no logre más temprano que tarde deshacerse de estos zánganos destructores de sociedad y de país. Para la república de Venezuela (sin bolivarianismos baratos) se vislumbra una luz al fondo de ese horrendo túnel y para el castrochavismo su aniquilación. El exilio o la cárcel será su disyuntiva. Y para los aprendices de estas ideologías una advertencia grande, en particular a los seguidores de Timochenko el nuevo mejor amigo del Nóbel de paz y con cuya anuencia e irrestricto apoyo, desconociendo la voluntad del pueblo expresada en las urnas, se preparan “legalmente” a atestar a Colombia el mismo golpe del que Venezuela hasta ahora está intentando sortear. Que el cántico guerrillero no engolosine la mente colombiana ni comprometa nuestros votos. Sirenas de execrable cantar.
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