Solidarizarse con los campesinos tiene un gran mérito. En una sociedad tan anestesiada frente al sufrimiento ajeno, el rechazo social es fundamental y protestar es necesario para la democracia. Pero hay algo que me parece un síntoma de inmadurez política y es que siempre reaccionamos y atacamos las consecuencias de nuestros problemas y no las causas. Estamos indignados frente a los gritos de dolor de nuestros campesinos, pero somos totalmente indiferentes con la enfermedad que padecen.
Si analizamos la historia de Colombia, nos damos cuenta que el agro está profunda y directamente relacionado con los problemas de pobreza, desigualdad y violencia. En el siglo XIX, tanto en los Estados centralistas como federalistas, otorgaron grandes cantidades de terrenos baldíos a las personas más influyentes de la época, como militares, políticos y prestamistas del Estado. Esto agravó considerablemente los índices de desigualdad, ya que la explotación de la tierra era en ese entonces el principal recurso de producción y una de las pocas actividades económicas. Pero no toca ir tan lejos, si analizamos los índices de la pequeña, mediana y gran propiedad rural en Colombia, nos damos cuenta que hace cinco años el campo colombiano presentaba unos índices de concentración de la tierra más altos que hace 30. Aparte de esto, encontramos millones de hectáreas que se encuentran mal utilizadas, muchas de ellas en ganadería extensiva y que van en contra de la vocación agrícola de las regiones. Tampoco podemos olvidar que al mejor estilo del siglo XIX, el gobierno anterior entregaba subsidios a los más privilegiados. Si la fórmula de la igualdad material consiste en: "darle un trato igual a los iguales y desigual a los desiguales", o sea, darle un trato especial y preferente a quienes están en condiciones de pobreza y desigualdad; en el gobierno anterior se aplicó la fórmula de la "desigualdad material" que consistió en darle un trato preferente a los iguales y un trato igual a los desiguales. Además, si le sumamos la precaria infraestructura, el alto costo de los insumos, el exagerado valor de los combustibles y de los fletes y en general, el impacto negativo de los TLC, no tiene por qué sorprendernos el actual paro agrario. No se puede eximir de responsabilidad al actual gobierno. A Santos es a quien le corresponde tomar las decisiones necesarias y liderar las reformas estructurales que representen soluciones efectivas para los agricultores. Pero de igual forma, no podemos negar que resulta bastante paradójico que quienes hipnotizaron al país con la conveniencia de los TLC y el Agro Ingreso Seguro, quienes están en contra del proceso de paz y quienes se opusieron a las leyes de víctimas y restitución de tierras, ahora pretendan hacer creer que ellos son los grandes reivindicadores del agro en Colombia. Quiero finalizar con una reflexión de Albert Eistein: "Hablar de crisis es promoverla, y callar en la crisis es exaltar el conformismo. En vez de esto trabajemos duro. Acabemos de una vez con la única crisis amenazadora que es la tragedia de no querer luchar por superarla."El grito campesino
Vie, 30/08/2013 - 00:03
Solidarizarse con los campesinos tiene un gran mérito. En una sociedad tan anestesiada frente al sufrimiento ajeno, el rechazo social es fundamental y prot