El ombligo olímpico lapidado

Mié, 22/08/2012 - 00:32


El mundo, no Occidente, no la cultura cristiana, no el budismo y el hinduismo. El mundo entero debe asustarse y reflexionar sobre el peligro de la implantación o eventual triunfo de la corri
El mundo, no Occidente, no la cultura cristiana, no el budismo y el hinduismo. El mundo entero debe asustarse y reflexionar sobre el peligro de la implantación o eventual triunfo de la corriente fanática del islamismo radical. Y no es la cultura musulmana toda y menos el ancho mundo árabe. Son los grupos y tendencias que viven, se reproducen y crecen al interior del islamismo y en las canteras de las comunidades de esa índole que se asientan en Europa, América, Rusia, países africanos y asiáticos.
En los Juegos Olímpicos de Londres que recién terminan, una atleta tunecina, Habiba Ghribi, obtuvo medalla de plata en la prueba de 3.000 metros con obstáculos. Dedicó el triunfo, por supuesto, a su pueblo y en especial a las mujeres. Habiba, 28 años, vestía un traje deportivo que mostraba sus piernas, abdomen y brazos desnudos, puesto que esa es la indumentaria para esta clase de eventos. Exhibía claramente su ombligo olímpico. Sin embargo las corrientes más atrasadas y religiosas de su país lanzaron una andanada de rechazos como este:”Túnez no necesita mujeres que corran desnudas”. Incluso hubo quienes pidieron que se le retirara la nacionalidad, todos ellos en la red Facebook. Casos parecidos ocurrieron contra otras atletas árabes. Wojdan Shherkani, saudí y competidora en judo, la llamaron “prostituta”, y Tahmina Kohistani, atleta afgana, la calificaron como “vergüenza nacional”. Según la ola de la “primavera árabe”, que más parece la ilusión de los periodistas y de los demócratas árabes, Túnez es uno de los países más avanzados en legislación protectora de las mujeres, pero el partido islamista que comparte el gobierno desde su concepción salafista quiere reformar hacia atrás, inclusive imponer la sharia. Podrán deducir las mujeres que viven en países democráticos de occidente y de oriente que podría pasar si los nuevos misioneros musulmanes dominaran el mundo entero como aspiran los fundamentalistas  en Irak, en Afganistán, los ayatolás de Irán o los palestinos del Hezbolá en Israel, para poner algunos ejemplos “talibanes”. Un documento del analista alemán, Matthias Kuntzel, quien vive en Hamburgo, cuenta que en la guerra de Irak e Irán, 1980-1988, el ayatolá Jomeini compró en Taiwán 500.000 llaves de plástico que entregó a legiones de niños que bordeaban los doce años los cuales, con su llave al cuello, abrirían las puertas del paraíso cuando muriesen en el frente de batalla. De esa manera, Jomeini compensaba la desventaja de Irán frente al bien armado ejército de Sadam Husein. Ese ejército infantil estuvo asignado a limpiar las rutas minadas por los iraquíes. Los niños avanzaban en cerradas formaciones haciendo explotar las minas con sus cuerpos, para que detrás pudieran avanzar los soldados. Las llaves plásticas, entonces, les servían de acceso a “los jardines de Alá”. La agrupación militante y mística de jóvenes entre 12 y 17 años se denomina los Basiji Mostazafan, Movilización de los Oprimidos, creada por Jomeini y presidida por el actual Presidente Ahmadinejad, para cuyos miembros lo más sagrado es el martirio, prédica que le permite al régimen utilizarlos contra los universitarios y la oposición que hace pocos años, 1999 y 2003, alcanzaron a expresarse  y probablemente ganaron las elecciones, pero los aplastaron con estas milicias paramilitares  que en solo Teherán, capital de Irán, llegan a 1.250.000. Durante la guerra entre Irak-Irán se calcula que 450.000 niños marcharon a los frentes de batalla. También tienen los Basiji un área de adultos mayores de 47 años que cumplen papeles parecidos a los SS de Hitler. (Similares son los comités bolivarianos de Chávez o a los piqueteros de Cristina Fernández viuda de Kirchner). Los franceses y los australianos han tenido graves disturbios en épocas recientes. Los inmigrantes musulmanes han querido implantar sus símbolos culturales religiosos en la vida pública como las  escuelas, rechazando las costumbres y las leyes del país que los recibe. No se trataba de que renunciaran a sus creencias, sino que asumieran las normas de convivencia sin crear factores de autoexclusión y enfrentamientos. Pero estos acontecimientos son pequeñeces al lado de la amenaza wahhabista, de sectores chiíes y sunitas que se destruyen entre sí en algunos lugares, de gobiernos radicales u organizaciones terroristas que consideran infieles los creyentes de las demás religiones del orbe o a los agnósticos y que es necesario conquistar para el Islam, puesto que pronto vendrá el Profeta.
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