Desde que las Farc cancelaron su cese al fuego unilateral y el consecuente desescalamiento de las hostilidades, se ha creado una especie de pulso entre el gobierno y la guerrilla para ver quién golpea más duro que el otro: Ojo por ojo, diente por diente como en la violenta Ley del Talión.
Emboscada de las Farc, bombardeo del ejército, torres derrumbadas, bombardeo del ejército, petróleo derramado, bombardeo del ejército, emboscada de las Farc…. Y así volvimos a las arremetidas y contra arremetidas, acompañadas de declaraciones y ruedas de prensa cada vez más altisonantes de lado y lado en una escalada de violencia que está erosionando la poca confianza que se había logrado para el proceso.
Lo malo es que en estos pulsos los espectadores reclaman a sus combatientes responder cada vez con más fuerza, resistir el ataque, no ceder un milímetro y procurar que al menor descuido de la contraparte se aseste un golpe definitivo al oponente; lo que nunca sucederá porque esto no tiene fin.
Los amigos de la guerra, de lado y lado, están felices animando esta brutal escalada de violencia. Aplauden desde la platea mientras soldados y guerrilleros caen abatidos unos tras otros. Creen equivocadamente estos fanáticos que, esta vez sí, alguno vencerá pero no se dan cuenta que en esta misma insensatez llevamos cincuenta años.
Lo muertos, mutilados, desplazados, secuestrados, encarcelados se cuentan por millones y nadie gana nada. Ni la guerrilla se toma el poder, ni el gobierno derrota la guerrilla, pero todos pagamos el precio de vivir en un conflicto absurdo, en una guerra de imbéciles, matándonos entre hermanos.
Por unos pocos meses acariciamos la esperanza de acabar la guerra mediante una negociación civilizada. Los delegados de las partes suavizaron el tono, casi hasta sonar razonables y aparecieron soluciones conjuntas como la del desminado o la de la Comisión de la Verdad. Sin embargo, de repente, sin que sepamos muy bien por qué, se reiniciaron las hostilidades, los insultos y las amenazas.
Todavía no se levantan de la mesa, pero ya se siente en el aire que ese es el paso que se nos viene encima o por lo menos que esa es salida facilista que quieren provocar los entusiastas de la guerra. Para justificarla, se culparán unos a otros, que la guerrilla empezó, que el gobierno no quiere ceder, que se dicen mentiras, que se oculta la verdad…. Bla, bla, bla, pum, pum, pum.
Nada de eso tiene importancia. Lo único que importa es volver al camino de la negociación, bajarle el volumen otra vez a las declaraciones y poner el acelerador en la mesa de la Habana.
Por supuesto no es fácil, en este período se reabrieron las viejas heridas y aumentó la desconfianza. Habrá que tragarse el dolor de las muertes recientes y dejar de exhibir cadáveres como argumentos disuasivos porque producir más dolor, más daño y más odio no le sirve de nada a nadie. O tal vez sólo e sirve a alguien, a los mercaderes, aquellos que hacen su fortuna vendiendo armas, traficando narcóticos, extrayendo ilegalmente minerales, negociando secuestrados, extorsionando, lucrándose de la ilegalidad y de la insensatez que es una guerra, cualquier guerra.
¡Que se callen las metrallas que quiero oír un bolero! Dicen mis amigas. Y es verdad, el ruido asqueroso de las balas no permite disfrutar la felicidad de una melodía. ¡Paren ya ese pulso y vuélvanos a permitir soñar con un país en paz!
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El Pulso
Lun, 15/06/2015 - 17:42
Desde que las Farc cancelaron su cese al fuego unilateral y el consecuente desescalamiento de las hostilidades, se ha creado una especie de pulso entre el gobierno y la guerrilla para ver quién golpe