El libro de Gustavo Álvarez Gardeazábal –si usted logra terminarlo- resulta asqueante. No por la buena pluma del escritor periodista sino por la extenuante sesión de 217 páginas repletas de curas homosexuales.
“Si hubiera hecho alguna vez en mi vida el amor con un cura, podría tildárseme que estoy escribiendo este libro para vengarme de la iglesia católica, apostólica y romana”, se excusa el autor, para proseguir –sin compasión ni tregua- con la diatriba.
Lo salva un poco el humor: “Martín Ramírez era tan feo que daba pena mostrarlo. Más parecía un langaruto famélico de las tierras desérticas de África que el hijo de la robusta señora Urrea, quien cuando lo cogió entre sus brazos después del parto, vaticinó su futuro: este muchachito parece completado con orines…”.
El éxito de “La misa no ha terminado” (siete semanas primer lugar en ventas de la Librería Nacional) no puede sorprender en estos tiempos, cuando ocupan primeros lugares en emisoras y discotecas temas reguetoneros con frases como “eso en cuatro no se ve”, o “como esa cabrona se comió la fruta, por eso hoy es que hoy en día hay mujeres tan p….s”.
La canción número uno es “el serrucho”, “porque yo soy su carpintero, yo soy el que la cla…va (y el gesto es sexual ). Esta noche doy serrucho, serrucho….
“Las 50 sombras de Grey” fue éxito mundial por varios meses, sin ser otra cosa que tres tomos gordos de sexo abierto, incluyendo látigos, aberraciones y sadomasoquismo en cada página.
-“Fue una sola noche, pero resultó suficiente. Alguna cosquilla específica o alguna ingeniosa morbosidad debió habérsele ocurrido. Un mes después de la visita, el arzobispo de Tunja recibía la orden de la Secretaría de Estado del Vaticano de enviar al padre Casimiro para que realizar un curso de alta política eclesiástica. Y como allá debió seguir repitiendo las maromas sexuales tropicales que a los ínclitos jerarcas les enloquecía, su ascenso resultó vertiginoso”.
Gardeazábal no se pone con diplomacias para hablar de ningún pontífice: -“…Todo eso se acabó cuando se montó el berenjenal del Concilio Ecuménico Vaticano II y la estantería se vino al suelo bajo las órdenes de Juan XXIII, el papa gordiflón de quien siempre dijeron que era masón”.
-“Doña Mercedes tenía dos posibilidades con Martín. O lo vestía de mujer o lo vestía de cura. Alguna vez había leído en sus clases de bachillerato a un señor Benavente, que fue premio Nobel, diciendo que la loca más bruta llega a obispo…”.
-“No le gustaban los hombres jóvenes, no le gustaban las mujeres. Su meta era clara y decidida, el futuro lo tendría al lado de hombres maduros y usando la sapiencia suma. Ser obispo había sido una meta desde cuando llegó a estudiar en la Gregoriana”.
-“A esa edad, cuando no había cumplido ni siquiera los quince años, el más feo, el más flaquito de los muchachos de la clase a les había chupado la pirinola a una docena de ellos y a otra docena les había duplicado sus servicios usando sus nalguitas para que se desvirgaran y no tuvieran que ir donde las putas”.
-“Como ni los terneros de la finca succionaban igual a como él lo lograba, su fama fue creciendo y cuando cumplió los quince años eran muchos los turnos que debía establecer para satisfacer la demanda”.
No faltan los comentarios sacrílegos, dirán con horror algunos críticos: -“Prefería quedarse toda la misma contemplando sádicamente las imágenes del viacrucis y emocionándose hasta el paroxismo imaginando como le quitaban la ropa a Cristo. El se sentía rompiéndole las vestiduras, dándole azotes y después recogiéndolo para limpiarle las heridas y hacer el amor con él”.
-“El Concilio había abierto las puertas de la iglesia pero no había puesto los filtros para impedir que el sexo y la lujuria se entronizaran como herramientas de ascenso”.
-“Apenas se dio cuenta que le estaban creciendo pelos en la entrepierna y que la cosita con que orinaba se le estaba parando, resolvió que se iba para el seminario. Fue algo providencial, como lo diría alguna vez mientras se revolcaba con el obispo belfo alemán que le abrió las puertas del cielo y le dio la fama que iba a catapultarlo. Su relación con la Iglesia era totalmente sexual y sus herramientas para ascender o para simplemente ejercer su poder sacerdotal, tenía que ver con el sexo”.
Cómo es posible –se pregunta Gardeazábal- que la iglesia católica cohonestara una persecución tan despiadada contra todas las posibilidades de gozar con el sexo, pero al mismo tiempo se hiciera la de la vista gorda con la mano de curas maricones y cacorros que largaban al mundo?
“…Estos curas no hablan distinto para ejercer como sacerdotes de una religión. Estos curas hablan igual que los afeminados y que los travestis y lo hacen porque el pecado contra natura se ha apoderado de todos los resquicios de los seminarios y se está metiendo por entre las hendijas de la iglesia para causarle el más grande daño de toda su larga historia”.
Si usted no tira el libro ni siente asco, ni se ha dejado impactar….admite Gardeazábal, antes de hacer una última reflexión:
“No creo en la vida después de la muerte. Nuestro origen está en un gran agujero negro y nuestro final allí mismo”.
No pierda tiempo encomendándome en sus raciones, le contesta al padre Efraín, que le pidió no escribir tantas barbaridades. “No creo que orando se redima al último de los dinosaurios…”.
El repulsivo libro de Gardeazabal
Lun, 24/03/2014 - 18:48
El libro de Gustavo Álvarez Gardeazábal –si usted logra terminarlo- resulta asqueante. No por la buena pluma del escritor periodista sino por la extenuante sesión de 217 páginas repletas de cura