El sentido de vida

Sáb, 04/08/2012 - 01:01
Playa, brisa y mar. Más exactamente un bello mar Caribe, bajo un quiosco en la arena blanca, —bueno, no tan blanca por el carbón que Colombia deja sacar de sus entrañas—, disfruto de excelente
Playa, brisa y mar. Más exactamente un bello mar Caribe, bajo un quiosco en la arena blanca, —bueno, no tan blanca por el carbón que Colombia deja sacar de sus entrañas—, disfruto de excelente compañía y profunda conversación. Este era el ambiente cuando mi concuñado me preguntó: —Carlos, ¿la gente qué busca cuando asiste a sus conferencias? —. La verdad, no supe contestar con claridad. Pude divagar por el médico interior, la salud, la espiritualidad, el alma y el cuerpo, pero nada era totalmente acertado. La conversación sigue su curso. Con él siempre hemos dialogado profundo y agradable. Unos intercambios de frases más adelante el me suelta "el sentido de la vida". Allí supe qué buscamos las personas en lo más profundo de nuestro ser. Le cuento que a las charlas por las que me preguntó, a los conversatorios, como los llamo dado su carácter de dialogo socrático, asiste una diversidad de personas tan grande que asombra. Asisten desde jóvenes de 15 - 18 años hasta jóvenes de 80 años, jóvenes de espíritu que han superado las barreras del cuerpo. Igualmente participan en forma activa, con comentarios, proposiciones, preguntas, personas cuyo oficio pasa de lustrabotas, por aseadores de calle, comerciantes, conductores, gerentes, amas de casa, estudiantes universitarios, pensionados y una amplia gama de oficios. Por lo mismo, los niveles educativos cubren todos los estamentos académicos. En ese momento, en esa playa, alejado de mi ciudad, supe que todos, todos y cada uno de nosotros asistimos, ya que lo conversado nos acerca paso a paso al sentido de vida que vamos construyendo. Darle significado a la existencia, ojalá un significado que deje huella, es tal vez el motor último que nos hace levantarnos en la mañana y transcurrir el día con energía, con valentía, entusiasmo y pasión. Para lograrlo nos fijamos uno o varios propósitos, que son la meta a alcanzar, metas para el día, para la hora, para el mes o para la vida entera. Propósitos y metas que requieren sentimiento, sí, sentimiento, palabra derivada del sentir, de la emoción, de los sentidos, para darles color, forma y textura, cual abeja que recolecta el néctar de las flores para otorgarnos su dulzura convertida en miel. Ya que el sentido de vida, es miel para el alma. Cuando perdemos el sentido de vida, nos abruman la depresión, las adicciones, las rupturas, la enfermedad e incluso la perdida del soporte material, el empleo, las finanzas. Llegan entonces los momentos de soledad, de cuestionamiento. Hasta cuando algo o alguien despierta la fortaleza interior que ha dormitado, y logramos encontrarle un nuevo sentido a la vida. Volvemos a fijar rumbo, planteamos nuevos propósitos y todo comienza a fluir. Encontramos la mano amiga que se tiende para ayudarnos, los extraños aparecen para hacer parte de nuestra existencia. El universo entero vuelve a confluir para darnos su aliento. Creo firmemente que todos tenemos no una, ni dos, sino infinitas oportunidades para darle sentido a nuestra vida. Creo de verdad, que sintonizar con nuestros Dones, Talentos y Habilidades, es la forma de conseguirlo. Con toda la ayuda externa que tengamos, la respuesta solo la encontraremos en nuestro interior, allí donde la gema personal brilla con toda su intensidad.
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