En nombre del Señor todo está permitido

Sáb, 08/02/2014 - 16:36
Enceguecidos y fanatizados, enjaulados en su única lectura, la Biblia, con reafirmaciones personales y colectivas en liturgias acondicionadoras, los soldados del Señor, cristianos, están dispuestos
Enceguecidos y fanatizados, enjaulados en su única lectura, la Biblia, con reafirmaciones personales y colectivas en liturgias acondicionadoras, los soldados del Señor, cristianos, están dispuestos a cualquier cosa, convencidos de que poseen una superioridad conferida por un ser celestial que crearon y que los asiste. Nada es obstáculo para sus fines de expansión y evangelización cuya meta final es la instauración de la ley de su dios imperando sobre la humanidad. El método: se aniquila la razón y se la reemplaza por la fe, se menosprecia la normatividad legal laica y se la reemplaza por la ley divina que han construido para sus propios intereses. Así todo deviene posible, toman control de mentes incautas y cualquier desmán o delito lo vuelven aceptable en nombre del Señor. Una fanaticada irracional que en su ansia de eternidad y necesidad de sobrellevar la vulnerabilidad humana busca fundamento en entelequias supraterrenales que les den seguridad y objetivo de vida. Allá ellos con sus peregrinas costumbres de vida y gobierno de sus intelectos, dice uno tolerantemente; sin embargo, al tornarse peligrosa, por ubicarse fuera de la ley laica instituida habrá de ser vigilada. Su proceder pone de manifiesto que el fin que se fijan de imponer esa ley divina justifica cualquier medio utilizado, y en su procura todo lo consideran permitido. Peor aún es constatar que ese fin se confunde con el enriquecimiento personal a expensas de una manada de crédulos que no escatiman ingenuidad para dejarse explotar. En nombre del Señor justifican la discriminación contra los discapacitados y contra cualquier diferencia que salga de la simplista “normalidad” que se han definido. En nombre del Señor practican la homofobia –una de sus aversiones favoritas– para ello sacan el anacrónico Libro del que leen insulsos versículos condenatorios, teniendo cuidado de no desempolvar otros que aun con fe son esperpentos de difícil explicación: muerte por lapidación a los adúlteros, quema sacrificial de animales, explotación de los extranjeros, esclavitud, impureza de las mujeres menstruando, prohibición de prédica a las mujeres y otras escandalosas joyas. En nombre del Señor la falocracia es de rigor; en sus células familiares el amo supremo y garante del credo es el macho, este ordena, la hembra obedece. En nombre del Señor se atenta contra los Derechos Humanos atropellando las minorías. Cualquier desafuero, por supuesto en nombre del Señor, es permitido: robar, estafar, lavar dinero, engatusar al otro, odiar al prójimo, no tolerarlo, repudiar a su familia, molestar e imponer sus cultos y peroratas con megafonía al vecindario. Poco ha cambiado de siglos anteriores cuando en su santísimo nombre se practicaba: la guerra santa, el asesinato de los no creyentes, la expoliación, la monstruosa inquisición, el repudio de la ciencia. Otras perlas cristianas de difícil olvido, también en nombre del Señor, ya mencionadas en anterior columna: El pastor pastuso que en nombre y orden del más allá fornicaba a sus feligreses; o el apóstol que sermoneaba sobre la construcción de campos de concentración para homosexuales; o el orador que predicaba castigos eternos para los adúlteros y pronto le descubrieron amantes; o el evangelista que repudiaba a los homosexuales y luego fue pescado pagando servicios sexuales a un joven prostituto; o el pastor que maltrató a su mujer por veinte años; o el concejal cristiano que le mandó sicario a su mujer para quedarse con su amante; o los curas-amantes que pagaron sicario para hacerse matar, así sermonearan castidades y afirmaran que sólo su dios tiene derecho a disponer de la vida; o los clérigos que en gran número se dieron a la pederastia, por fortuna ahora la ONU está acusándolos de impunidad; o el que (Philippe Barbarin, arzobispo de Lyon) declaró que las bodas homosexuales abrían la puerta al incesto y la poligamia; o el cabildante bogotano que condena el matrimonio homosexual por depravado y antinatura, así como las fiestas de Halloween y el último video de Shakira por considerarlo obsceno, y ahora le han descubierto que es seguidor de sitios pornográficos en Twitter; o el otro que…; y el otro que… Qué su dios los perdone. 5000 iglesias existen en el país y un promedio de 80 solicitudes mensuales de creación de estas lucrativas empresas, dizque espirituales porque basadas en la Biblia. ¿Da acaso este libro de fabricación acomodaticia y de dudoso origen histórico para tamaña cantidad de vertientes de exégesis? ¿Hay tantas diferencias y discrepancias ideológicas entre ellas? Pues sí, son muy diferentes en la medida en que, como cualquier empresa mercantil, tienen una destinación diferente de fondos, cuentas separadas para el mismo dios que veneran; ese dios del lucro personal, de la ganancia embaucadora. Qué fácil resulta convencer mentes sencillas y ávidas de certeza en un más allá que garantice la continuación de sus existencias. Los papas católicos, que no son de mejor calaña, vendían indulgencias, y entre más elevado el monto más la gloria era grande, más el perdón divino actuaba; ahora ya “modernizados” ganan sin indulgencia millonarias sumas a través de bancos que poseen y de los que se lucran, sin que, claro, desprecien generosas limosnas. El caso de las iglesias (sectas) cristianas es diferente, en general no tienen bancos, a estos los usan solo para acaudalar sus dividendos, sonsacan diezmos y primicias; dos líneas de negocio que recaudan: la primera “religiosamente” una vez al mes de manera “voluntaria” y que corresponde al 10% del devengo de cada bobo-creyente y la segunda, tal como lo ordena el Libro (el de contabilidad sobretodo), la entrega del primer mes de los ingresos del año. Los feligreses gozan de la magnanimidad de los cobradores de dinero para la salvación de sus almas: si hay atrasos estos captores pueden recibir las “cuotas” atrasadas sin mayor empacho, así como donaciones y otros tributos adicionales. Entre más dinero se aporte, mayor será la gloria eterna. Amén. Entre tanto nuestro Estado impávido, sin pronunciamiento ni acción porque ambiciona cooptar los votos cristianos a sus gestas electoreras. Deber de un Estado constitucionalmente laico es velar porque estos atropellos no ocurran y que las mentes endebles que “piadosamente” contribuyen no sean abusadas. Una reforma constitucional se impone para que sea posible investigar minuciosamente las cuentas de estas iglesias e identificar la destinación de estos fondos, que ya no son noticia: en muchos casos están yendo a bolsillos privados, al enriquecimiento personal de sus muy religiosos dirigentes. Y terminar de una vez por todas con el privilegio de que gozan las iglesias de no pagar impuestos como cualquier empresa, estas claramente lo son; además de ser insidiosas maquinarias de partidos políticos que han creado o que apoyan, con claro desacato de la separación entre lo religioso y lo secular.
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