¿Estamos condenados al sufrimiento extremo?

Sáb, 08/11/2014 - 00:55
(En medio del debate mundial sobre la eutanasia publicamos de nuevo esta columna de Fernando Fernández en su espacio habitual de los domingos. Fue publicada por primera vez el 13 de enero de 2013
(En medio del debate mundial sobre la eutanasia publicamos de nuevo esta columna de Fernando Fernández en su espacio habitual de los domingos. Fue publicada por primera vez el 13 de enero de 2013) Mientras festivamente departía abrazos de inicio de año, reapareció el fantasma que me surca desde hace tiempo y se atraviesa con cierto descontrol en mis alegrías: la evocación de la tristeza y dolor que embarga a los enfermos terminales que en la antesala de muerte se entregan a tremendos estertores, y aúllan conscientes su desgracia, esa que transmiten a su entorno quien impotente no sabe aplacarles tan horrendos dolores, y que como gran recurso consolatorio acude a la superstición religiosa para calmar los suplicios que ningún analgésico inventado ya logra menguarles. Y es que pienso en las personas que he tenido a mi derredor, víctimas de esta realidad; en particular, evoco a un conocido cuyo incurable cáncer detectado hace varios años lo conduce a un patíbulo que cada día le es más visible, pero que en virtud del dolor le parece lejano, se retuerce de insoportable dolencia, de normal impaciencia y de infamia ante su irreversible degradación física y moral. “Qué dios se acuerde de mí”, musita con frecuencia, es su única esperanza; su familia y contexto cercano calla pensando exactamente lo mismo, rumiando con amor y estoicismo tal desenlace como solución única y final a este monstruoso e injusto padecimiento. Y, claro, pienso también en mí, cuando me llegue ese momento que es muy probable a medida que la inexorabilidad del tiempo me marque más profundamente el derrotero.

- La palabra eutanasia tiene su etimología en el griego: eu (‘bueno’) y thanatos (‘muerte’).

Pero, pocos se atreven a tomar medidas, a hablar libremente sin los tapujos a que han condenado dos mil años de judeocristianismo, a gritar a los cuatro vientos que la vida tiene sentido cuando es vivida con goce y dignidad; al menos para los que creemos que el hedonismo debe ser una búsqueda permanente, un propósito más real que la utopía de la felicidad, esa que por estos días todo el mundo receta a granel para el año que en ciernes tenemos encima.

- “La eutanasia es la acción o inacción hecha para evitar sufrimientos a personas próximas a su muerte, acelerando este insalvable proceso para evitar la crueldad del dolor”.

Y ¿de dónde nace todo este sadismo que obliga a soportar tan atroz calvario? Sin duda, sus mayores fundamentos son de origen religioso, cuya ideología ha logrado confiscarnos la propiedad de nuestras propias vidas para ponerlas en manos de un ser extraterrestre a quien aparte de atribuirle omnipotencia sin límites también se le hizo dueño de cuerpos y almas: el experimento de expropiación no ha sido de gran provecho, este fantástico espécimen resultó insensible a nuestro dolor, y parece más bien regocijarse del sufrimiento de los seres que dizque creó con gran esmero.

- “La eutanasia tiene por finalidad evitar sufrimientos insoportables o la prolongación artificial de la vida de un enfermo.”

Y entonces como único recurso se entra en oración a ese dios bondadoso que “nos ama”, para que acabe con el remedo de vida que resta a los que de esta manera sufren: que así como los ha traído se los lleve, es decir que cese la sevicia y el sufrimiento a que los ha condenado. Sí, “que dios se lo lleve” dicen/piensan resignadamente… lo que connota que haya un mínimo de humanidad y misericordia, que se detenga la espera sádica de la caprichosa voluntad de la entelequia de leyenda que en el mejor de los casos es autista. La oración, el rezo es una petición a un dios para que este se apiade, es una súplica al testaferro de nuestras vidas para que interrumpa el arbitrario e inútil sufrimiento. Cómo si de algo pudiese servir la oración, aparte de embaucar la mente con engañifas cerebrales. Ya los experimentos de que da parte el científico Richard Dawkins nos han explicado la inutilidad de tal práctica. Se rescata el beneficio de la autosugestión inducida, en cuyo caso un sicólogo entrenado puede ser de mayor utilidad. Este es tema de otro costal correlacionado y sobre el que vendremos en otra ocasión. Pero entretelones se escucha el retintineo sado-dramático: expiarás tus faltas para ser digno de un mejor mas allá, comenzarás tu infierno en tierra, te purificarás antes de entrar al paraíso. Pamplinas. El dolor insoportable es aquí y ahora, y a él hay que ponerle remedio  y fin, así como lo hemos venido mermando en tantos siglos de ciencia médica, así como hemos paliado el sufrimiento físico y siquiátrico con descubrimientos terapéuticos que han hecho más llevadero este “valle de lágrimas”.

- “Más perniciosa práctica es el ´encarnizamiento o ensañamiento terapéutico´, la distanasia, mediante la cual se procura posponer el momento de la muerte recurriendo a cualquier medio artificial, pese a que haya certeza de que no hay opción alguna de recuperar la salud, con el fin de prolongar la vida del enfermo a toda costa, llegando a la muerte en condiciones inhumanas. Normalmente se hace según los deseos de otros (familiares, médicos) y no según el verdadero bien e interés del paciente”.

Si bien es cierto que la religión y sus creencias fabricadas y fuertemente ancladas constituyen el atolladero no resolutorio, también hace parte del meollo la impotencia que produce la ausencia (o precariedad) de un marco jurídico que permita la correcta celeridad que evite el extremo dolor, sin convertir a los actores bienintencionados en delincuentes, y también hay que decirlo, que evite los abusos que pudieran derivarse de un inadecuado uso. Por fortuna, manejo se da –por supuesto subrepticio– en el mundo médico sin tanto platicar del tema, dejando que la naturaleza actúe, sin tratar de alterarla, sin ponerle obstáculos, pero esta es lenta e insensible al dolor y al tormento. “No hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista”, se corea a guisa de jaculatoria para conjurar la morosidad de la solución que termina imponiéndose, claro cuando ya todos los recursos de paciencia y dignidad han sido sobrepasados. ¿Quién no ha tenido que vivir de cerca este drama, esta fatalidad? Y ¿cuántos podrán escapar de vivirlo personalmente? Pocos, muy pocos. Se utilizan eufemismos para no herir susceptibilidades y eludir la discusión religiosa y legal, por ejemplo se habla de “limitación del esfuerzo terapéutico”, práctica muy común en el mundo médico. Largo avizoro en Colombia el recorrido conducente a una solución, ese mismo que ya se ha dado en países progresistas, aquellos ya no temen al aborto ni al matrimonio homosexual. Lejana veo la emancipación de los paradigmas religiosos, largo veo el debate en nuestro congreso sobre la legislación de la eutanasia –que al menos ya comenzó. Ya se ven las organizaciones religiosas alineadas con su arsenal de biblias, con sus argumentos medievales, a los anacrónicos purpurados ejerciendo su influencia sobre los legisladores y sobre los procuradores de camándula; y, oh paradoja, en un país laico y no confesional como reza su Constitución, máximo elemento legal rector de nuestro ordenamiento. Mientras nos liberamos de todas estas trabas religiosas y se defina un marco legislativo, sigo divulgando entre mis cercanos que mi caso llegado de imposibilidad de recuperación corporal frente a una enfermedad extrema, se me salve de un sufrimiento intolerable, de una vida vegetativa e inhumana; que me ayuden no con rezos sino con cápsulas sublinguales eutanasiadoras que según escucho son de gran celeridad y efectividad; eso dicen. Claro, firmaré un documento escrito para evitarles problemas, por fortuna existen formatos en las asociaciones que propenden por este derecho y mediante los cuales se deja constancia expresa de la voluntad del único dueño de nuestros propios cuerpos: nosotros mismos. ---- PD: Traigo a colación sobre este tema la estupenda novela de la sarda Michela Murgia, “La acabadora”, y sobre la cual he presentado en este espacio una reseña hace ya algún tiempo.
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