Fechas para olvidar

Mié, 07/01/2015 - 13:00
Así como la gente se detiene en la calle a ver un muerto, no comprendo el masoquismo de recordar las fechas de nuestros malos eventos.

Yo no recuerdo el día –ni siquiera el año- en el que ases
Así como la gente se detiene en la calle a ver un muerto, no comprendo el masoquismo de recordar las fechas de nuestros malos eventos. Yo no recuerdo el día –ni siquiera el año- en el que asesinaron a mi abuelo. Tampoco el día –ni el año- en el que mi novia de entonces perdió un embarazo. No he hecho esfuerzo alguno por recordar el día –ni el año- en el que mis padres se separaron… He preferido recordar cosas menos inquietantes, muchas sin sentido. Por ejemplo, el 20 de marzo de 2003, que no olvido porque ese día me quitaron las cordales mientras River Plate le ganaba a Cali un partido de la Copa Libertadores. Así iba, ridículo, acumulando información improductiva, pero no dolorosa. Hasta que llegó este 6 de enero de 2015. Un año había pasado desde que casi me mata un imbécil en un choque de tránsito (el tipo se llama Camilo Andrés Nariño Trespalacios y lo nombro, otra vez, porque creo en la sanción moral ante la incompetencia de la Justicia). Entonces llegó el problema. No sé ahora cómo borrar esa fecha de la cabeza, cómo tampoco deben saber hacerlo quienes en la memoria se quedan con cicatrices tras sufrir otras contingencias. Refuerzo y concluyo que las fechas que nos entristecen tienen que olvidarse. Un gusano en el hipotálamo que borre nuestras penas sería ideal para llegar al “Eterno resplandor de una mente sin (malos) recuerdos”. “Hoy estarías cumpliendo años, madre de mi corazón. Te extraño”, escribió hace poco un reconocido cronista colombiano en su muro de Facebook. Muy diferente hubiera sido resonar el día de su fallecimiento, ¿no? “El tiempo, las oportunidades que da la vida y la mala memoria deben ser buenos remedios para malos recuerdos”, escribí yo en mi propio muro de lloriqueos. Recordar es vivir. Y vivir debería ser sinónimo de felicidad. Así que yo intentaré seguir en mi ridículo intento de no recordar la fecha en la que alguien muera o en la que sufra otra adversidad, que ojalá no sea pronto. Quedarnos con las fechas y las escenas en las que sonreímos tal vez nos haga más felices o al menos más tranquilos. Recordar tristezas es tan masoquista como detenerse en la calle a mirar un cadáver. @javieraborda
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