La selección Colombia se fue a jugar a Barranquilla por las eliminatorias de Brasil 2014 y en www.quintoarbitro.com decidimos viajar hasta allá para acompañar con trabajo a nuestra selección. Tras muchas dificultades económicas, de transporte y con el sufrimiento por el incesante calor de la costa colombiana, llegamos para los partidos Colombia vs. Venezuela y Colombia vs. Argentina.
Al empezar a escribir esta columna pensaba plantear mi punto de vista sobre el comportamiento del técnico Leonel Álvarez en el manejo del equipo colombiano en estos dos encuentros fundamentales en la segunda fase de las eliminatorias. Iba a decir que me disgustó desde la elección de la sede hasta el comportamiento del cuerpo técnico en los partidos, pues se notó la falta de inteligencia para conseguir lo mínimo que se esperaba: hacer respetar la casa. Sin hablar de la convocatoria, la paupérrima elección de la nómina convocada y la dificultad de Álvarez para saber qué hacer durante el transcurso de los dos partidos, dejaron sus consecuencias.
Sin embargo, ya tenía todo preparado para desahogarme y regarme en críticas, porque definitivamente a Leonel le quedó grande la selección, Barranquilla y su “egocentrismo”, pero al final del partido contra Argentina la vida me dio un regalo de fútbol que cambió el apellido del dueño de esta historia de Álvarez a Messi.
Cuando los miembros de la prensa y alguno que otro colado que podría ser yo ¿por qué no? asistíamos a la zona mixta (lugar destinado para la interacción entre la prensa y los jugadores previo a la salida del estadio) esperábamos ver al emblema del fútbol mundial, el que está en boca de todos, el “rey” Lionel Messi.
Si hacemos cuentas, en el mundo existen 208 federaciones asociadas a la Fifa así que podemos plantear que en el mundo juegan aproximadamente 187.200 jugadores profesionales si suponemos que cada una de esas federaciones cuenta con 36 equipos profesionales, cada uno con un promedio de 25 jugadores, uno entre todos ellos sobresale de los demás Lionel Messi, ese que algunos aquí en Colombia se atreven a criticar ¿Será que ellos son mejores entre 187.200 personas en cualquiera que sea su trabajo? Lo dudo mucho.
Si el estadio Metropolitano es una olla ¿podrán imaginar cómo es la planta baja de ese escenario? con un agravante, éramos por lo menos 500 personas allí abajo.
Poco a poco Messi empezó a terminar su recorrido por la zona. Cuando daba su última entrevista yo aguardaba a unos 5 metros tras una valla de protección para que cuando llegara el “crack” mundial pudiera ver una camiseta de Argentina que tenía lista para que él me la firmara.
Hacía de todo para que la viera, gritaba cual mujer obsesionada, pensaba que si un buen busto me hubiese acompañado, hasta hubiera sido capaz de mostrárselo, todo para que este grande del fútbol plasmara su marca en mi camiseta.
A pocos segundos de terminar su última entrevista y con el desespero de no saber qué hacer, un policía y mi mejor amigo me dieron la mejor idea: “…chino láncesela… hágale”.
Con la autorización implícita de la seguridad y el apoyo de mi compadre, arrugué la casaca y con una puntería de abogado en moto, coloqué mi trofeo justo en los pies del astro mundial. Pasaron 10 eternos segundos hasta que él se agachó mientras continuaba hablando para la prensa de su país y decidió firmarla.
Al ver el movimiento le di gracias a la vida y sólo pensé ¿tendrá con qué firmarla? Inmediatamente saqué de mi bolsillo el “sharpie” que había comprado esa misma tarde y con decisión, lancé el marcador que viajó cuál película de suspenso en cámara lenta. La parábola que intenté hacer salió tan perfecta que efectivamente el marcador llegó a su destino, el rostro del jugador. Sí yo le había pegado en la cara al mejor jugador del mundo...
En dicho momento se escucho un unánime “ohhhhh” con el eco del escenario y la voz de 120 personas ¿Qué podría hacer?
Quería llorar, no sabía qué hacer, me dije “perdí la única oportunidad, va a mandar la camiseta al demonio”, pero me equivoqué. Con su humildad y cariño se acercó a mí, pidió otro marcador y pintó unos trazos en la camiseta, sea lo que sea, lo hizo él.
Que lección de humildad, de cariño y de envidia. El mejor de 187.200 profesionales en ese deporte aguantó mi irrespeto y enseñó que no se es grande por dinero o fama, sino por lo que se es. Hoy en día me pregunto: ¿Si le hubiera pegado a algún jugador colombiano, cómo terminaría esta historia?
Por estas cosas es que afirmo que por algo somos Colombia y ellos Argentina.
Acá les dejo unas fotos, ojalá les guste tanto como a mí, podrán entender que los nervios las hicieron corridas.
Twitter: @andresroarueda