Instrumentos de paz

Vie, 05/04/2013 - 02:01
Ahora que la inspiración franciscana ha llegado al mundo gracias a la elección como Papa del arzobispo argentino Jorge Mario Bergoglio, lo que corresponde a los colombianos es asumir su momento y em
Ahora que la inspiración franciscana ha llegado al mundo gracias a la elección como Papa del arzobispo argentino Jorge Mario Bergoglio, lo que corresponde a los colombianos es asumir su momento y empoderarse de la Oración por la paz de San Francisco de Asís, como lo sugirió por Twitter, el director de Colciencias, Carlos Fonseca, durante sus días de recogimiento. “Señor haz de mi Instrumento de tu Paz, que lleve tu amor, perdón, alegría, luz, riqueza y fe, donde habiten el odio, rencor, tristeza, oscuridad”, dijo con cierto aire revisionista bienintencionado en un arranque de esperanza en medio de ese desolador escenario de discordia que protagonizaban en particular dos antagónicos expresidentes. Aunque aparentemente se trataba de una evocación religiosa, para los que saben entender esta remembranza no es otra cosa que un contundente llamado a los hombres de buena voluntad para que se decidan de una vez por todas a sembrar la paz en esta maltrecha tierra, cuya pobre humanidad agobiada y doliente no resiste un fracaso más en la tarea de acabar con la guerra. La paz es una empresa de todos los colombianos donde quiera que se encuentren, en la orilla ideológica que se ubiquen y aún con los costos que hayan tenido que pagar. Hoy es una obligada militancia si no se quiere quedar en el lugar equivocado de la historia. Eso sí, sin que asumirla signifique renunciar a sus variadas convicciones o a sus válidas distinciones. Pero resulta imperdonable que desde los egos o los intereses particulares, en momentos en que se vislumbra una tenue luz al final del túnel en los precarios acuerdos con las FARC, haya quienes prefieran poner petardos a esa intención de diálogo y de reincorporación que ha manifestado la contraparte en el conflicto armado. No le queda bien al expresidente Andrés Pastrana ventilar trapitos al sol o criticar sin ton ni son un proceso de paz que ha empezado y que, aún a medias, da muestras de querer plantar la reconciliación entre los colombianos. Esa jugada a tres bandas en la que critica al presidente Juan Manuel Santos porque no tenía una mandato de paz lo deja como un rebuscador de popularidad o aprovechador del rio revuelto para intentar un reencauche político, justo en la materia en que se rajó en su cuatrienio. El mandato de paz es constitucional así no sea por iniciativa popular o refrendado en la urnas. Desde luego que tiene derecho a opinar y sugerir redireccionamientos, si se hace con miras a lograr un cese definitivo al fuego, por lo menos con uno de los actores armados. Pero esa postura belicosa le queda bien al expresidente Álvaro Uribe, que por razones personales y concepciones filosóficas nunca ha creído en la paz con la guerrilla antes de reducirla militarmente. Y aunque no salga airoso con sus propuestas derechosas, Uribe ha sido coherente, por lo menos desde que la guerrilla acabó con la vida de su padre, porque antes era un liberal socialdemócrata que confiaba más en un proyecto solidario. Pero buena falta le hace a esa derecha recalcitrante entender que a la reconciliación cristiana que tanto pregonan no están llamados los justos sino los pecadores. Y en ese sentido poco agrega llamarlos facinerosos, bandidos o malhechores. Es con ellos que se hace la paz. Y lamentable además que pocos hayan entendido que en un proceso como estos se requiere estar dispuesto a prestar el servicio modesto y desde la humildad por esa causa noble. Por eso es justo y necesario el llamado a retomar la Oración de San Francisco por la paz, que hace Fonseca. Esta debiera ser una actitud que se replique en todos los rincones de la función pública, donde cada directivo o dirigido haga votos y jure estar como los scouts “siempre listos” para la paz y pa´ las que sea, como se dice ahora. En esa dirección, desde la acción política se debe generar una apropiación con alma vida y sombrero alrededor de la urgencia de la paz. Y desde la administración pública se deben construir nuevos conceptos de visiones, misiones y objetivos para que el lenguaje único sea la paz aún a costa de la invisibilidad personal. Se cuentan con los dedos de la mano los funcionarios o los hombres públicos que tienen claro esto. La historia reconocerá por ejemplo al general Jorge Enrique Mora, que ha sorprendido por su comprensión del conflicto en la mesa de La Habana, o al propio Enrique Santos Calderón que a todas luces se la jugó por su hermano, por Colombia y por la paz. Pero encontrar alguien hasta reiterativo y comprometido con la paz positiva como Fonseca no es fácil. Es probablemente uno de los pocos en la administración Santos que entiende que su actividad se relaciona estrechamente con el postconflicto. Tanto que ha trazado una verdadera línea verde en su despacho. No la que con mezquindad ven algunos por ser la cuota del Partido Verde en el gobierno, sino esa que por convicción férrea lo lleva a afirmar permanentemente que la ciencia debe servir para la paz, la inclusión, la convivencia, la productividad y la sostenibilidad. Quizás no sea franciscano pero repite permanentemente aquel postulado de la encíclica sobre el progreso de los pueblos de Pablo VI que dice que ¨el desarrollo es el nuevo nombre de la paz¨. En todo caso, es un convencido de que el deber y salvación de Colciencias está en el inaplazable compromiso con la paz con los demás y con la naturaleza. En eso radica el espíritu verde del Director. No es sino escucharlo o leer sus trinos que, a diferencia de los Twitter francotiradores que se apoderaron de este innovador escenario tecnológico, reflejan que tiene claro que es un instrumento de paz, de reconciliación con la naturaleza y del moderno concepto de desarrollo. Ha sido uno de Los primeros en tirarle un salvavidas de coexistencia a Gustavo Petro cuando anunció que puede hacer un pacto con el Distrito para lograr cero basuras, mientras algunos derechistas se inclinaban por la revocatoria del alcalde. Está completamente sintonizado con el tema agrario como uno de los más espinosos en la mesa de negociación en la Habana y comprende la necesidad de la investigación minero- energética como asunto sensible en esta coyuntura que involucra más que nunca la paz con los demás y con la naturaleza. Por eso su empeño se concentra en la gran expedición del agua y la biodiversidad. Algo así como una versión moderna de la Expedición Botánica de José Celestino Mutis. Y asume el tema de las regalías, no como el fortín de la infraestructura y las megaobras sino como el acceso de las regiones a la sociedad del conocimiento, como el desarrollo a partir de la concepción de un país donde los ecosistemas forman parte de una estrategia de sociedad sostenible. La ciencia para la inclusión de las regiones. Y no es una postura mediática o un lambetazo al gobierno. Es que por primera vez llega a esta entidad alguien con una filosofía incluyente, que critica vehementemente la exclusión y el maltrato a las mujeres, que se preocupa por la inclusión social y por combatir los modelos extractivos; y que piensa que se debe avanzar hacia una civilización que no sea esclava del consumo sin límite para que el ciudadano exija calidad y durabilidad en las compras. Ese es el tipo de estudio científico que le interesa. O el de la innovación que se requiere impulsar sobre el proceso de paz actual y el postconflicto para ofrecer visiones alternativas o complementarias. Con razón algunos uribistas no lo ven con buenos ojos. A ellos perdónalos Señor porque no saben lo que hacen.
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