La misiva de “Timo-chenko” al presidente Santos no pudo ser más desafortunada. El cinismo de esa organización narcoterrorista es desconcertante. Sin mayores argumentos lanzó otra vez el cañazo de las “mesas de conversación”, a ver si esta sociedad vuelve a morder el desprestigiado anzuelo y reiniciamos un nuevo ciclo de apaciguamiento. Una cosa debemos aceptar del esfuerzo epistolar: vuelve a poner sobre la mesa una opción que creíamos descartada, cuando la inmensa mayoría de los colombianos espera la rendición incondicional, la judicialización de sus crímenes atroces y el perdón que le deben a miles de víctimas. No se puede volver a la disyuntiva entre derrotar la criminalidad o abrir la puerta de la negociación. El país superó ese experimento, que siempre terminó siendo adverso para los gobiernos que lo intentaron. En hora buena la postura que asumió la administración Santos con la negativa rotunda a la pretensión de retomar la agenda del Caguán.
El gobierno deja además explícito, que el único camino es aplicar la legislación para judicializar la criminalidad sin importar su origen, porque todas están comprometidas con el narcotráfico y violan los más elementales derechos de los ciudadanos. De ahí lo inconveniente del proyecto que cursa en el Congreso, mal llamado “Marco jurídico para la paz”. Una iniciativa que bajo el pretexto de constitucionalizar la Justicia Transicional, abre troneras para facilitar amnistías, desconocer normas internacionales suscritas en materia de DD. HH. y DIH y, más grave aún, levantar las prohibiciones para que criminales amnistiados participen en política.
Esta sociedad cansada de tanta violencia no va a justificar ni política ni ideológicamente el terrorismo. Por el contrario, el país debe exigir continuidad en la política de Seguridad Democrática, la liberación de los secuestrados por parte de las Farc y la dejación de las armas, como un acto de rendición unilateral, fruto del reconocimiento de su inferioridad militar, su derrota moral y la ausencia de justificación del conflicto, que se ha degradado a niveles dramáticos. No podemos conformarnos con menos.
Si las Farc olvidaron la noche de terror que esparcieron por todo el país o la burla de las negociaciones de paz, a esta sociedad le sobran viudas, huérfanos, desplazados y camposantos de NN, que pueden refrescar su memoria o la de aquellos que aún justifican una salida política. O me pregunto ¿de qué verdad, destierro o justicia habla Timochenko? ¿Cuál es ahora su discurso, si lo que vemos es la misma fosilizada ideología que mantiene vigente su proximidad a regímenes dictatoriales fracasados?
El terror no fue solo contra ganaderos, agricultores o comerciantes. Su crueldad aún tiñe de rojo los resguardos indígenas en Catatumbo, Cauca o la Sierra Nevada, aunque ahora pretenda reivindicarlos en su comunicado. Un genocidio, en términos de Acnur. El Quintín Lame solo fue una expresión de la desesperación de esas “gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas”. Este hecho o los más recientes, al asesinar a indefensos uniformados que llevaban media vida secuestrados, hacen inmoral su petición.
El costo de esta absurda guerra en términos de vidas, pobreza, daños ecológicos y atraso es incalculable. La destrucción de infraestructura, de pueblos enteros con cilindros bomba, de campos minados o plagados de narco-cultivos y el robo de erarios públicos, hacen que nos mantengamos anclados en el subdesarrollo. Pero no va a ser con un nuevo diálogo, que más parece un nuevo aire a la guerrilla para favorecer su rearme, como vamos a superarlo. El camino se abrió en el gobierno de la Seguridad Democrática. Lo aprendimos con demasiada sangre y lágrimas como para olvidarlo.