La guerra de los desprestigios

Sáb, 10/05/2014 - 04:15
La campaña presidencial paso de aburrida a insoportable. La poca credibilidad que ofrecen los candiatos punteros en las encuestas, uno por uribista y el otro por uribista renegado, ha mermado el en
La campaña presidencial paso de aburrida a insoportable. La poca credibilidad que ofrecen los candiatos punteros en las encuestas, uno por uribista y el otro por uribista renegado, ha mermado el entusiasmo de los electores hasta el punto que ninguna medición logra ocultar que en esta contienda no existe fenómeno electoral alguno y por el contrario refleja que es la batalla de los anticarismáticos o aspirantes antipopulares. A Oscar Ivan Zuluaga no lo bajan de ser muñeco de ventrílocuo y al presidente candidato Juan Manuel Santos lo perciben como una persona a la que no se le puede creer del todo. No le rebajan que le haya hecho conejo a quienes lo eligieron para que cuidara los tres huevitos. Esto le generó aplausos entre quienes pensaban que el expresidente Alvaro Uribe se había pasado de la raya al reelegirse por medio de un articulito que reformó la Constitución en beneficio de su repetición, pero decepcionó a los que alcanzaron a ver a Uribe como un redentor que los había salvado de los desmanes de las FARC y de la impunidad guerrilera. Celebraron con Santos los que veían a Uribe como un dictadorzuelo pero se desilucionaron los que sintieron traición al nuevo mesías. La polarización que marcó el gobierno de Santos contra el uribismo, y viceversa, despertó los sentimientos seguidistas en las fanaticadas pero adormiló los ánimos electorales en la gente centrada, aquella que prefiere la sensatez y el equilibrio como condición básica para dirigir los destinos de un país con serios conflictos y que aspiraba a que los trapos sucios se lavaran en casa o al menos que las políticas de estado estuvieran por encima de las rencillas personalistas, porque ni siquiera eran partidistas. Aparentemente se volvieron filosóficas cuando para cambiar de tercio el presidente Santos tuvo que renunciar a la concepción que traía del gobierno antecesor en la que las FARC eran terroristas. Con esa postura el expresidente sintió que se le había asestado un golpe mortal a su proyecto bandera de seguridad democrática y más temprano que tarde terminaron en que Uribe era enemigo de la paz y Santos era amigo de entregar el país al castrochavismo. En ese escenario electoral la mayoría de los colombianos sienten tal grado de pereza que prefieren que el mundial de fútbol  llegue rápido para que atrape sus emociones porque la política no lo consigue. Con excepción de los bandazos que se presentaron a raíz de la extrema medida del procurador Alejandro Ordóñez contra el alcalde bogotano Gustavo Petro y de las reacciones subsiguientes de los petristas con toma de la Plaza de Bolivar y tutelatón, la campaña no despierta el más mínimo interés en los votantes. Se alcanzó a levantar el ánimo electoral cuando el candidato Enrique Peñalosa, después de superar las zancadillas internas de su partido Alianza Verde, logró sacar más de dos millones de votos en la consulta que lo perfilaron como tercería viable en ese panorama soso de la polarización protagonizada por Santos y Uribe, pero los errores autodestructivos del candidato verde en el terreno electoral volvieron a bajar la espuma y ahora con mayores síntomas de decepción. Marta Luciía Ramírez, ni siquiera con la ayuda de la victimización por cuenta de los conservadores lentejos que la desconocieron, o por ser mujer de armas tomar, levanta sus índices de popularidad y Clara López, en la polarización aferra a sus huestes pero no concita fervor más allá de los comunistas, anarquistas y rabiosos antiuribistas. Sin embargo en los últimos días la campaña se agitó y no precisamente por los debates filosóficos o por la confrontación de ideas programáticas. En ese aspecto la gente ni se interesa ya por ver sí existen realmente diferencias. Y las campañas dedican sus esfuerzos en ganar adeptos a punta de imagen. Cuando no se mira la esencia se buscan las apariencias, como canta la aterciopelada, y se gastan esfuerzos en fabulosas sumas de dinero, más en el parecer que en el ser. Por eso terminan siendo víctimas de su propio invento y esa es la razón por la que la guerra sucia se traslada al bombardeo en la imagen del contendor. Y qué mejor blanco que su fortaleza en estrategia publicitaria. En la guerra de la imagen hay que golpear al enemigo en su avanzada de marketing. Luego el resultado era predecible, había que buscar cómo bajarle el moño a J.J. Rendón. Y la respuesta no podía ser menor, golpear a los asesores de imagen y de campaña mediática de Óscar Iván Zuluaga, que comenzaba a repuntar en las encuestas y que evidenciaba que su equipo era quien había filtrado lo de J.J. Rendón. De hecho el propio expresidente Uribe resultó el más informado al respecto. Cuando se contrata a un J.J. Rendón se tiene conciencia, como lo describe Alfonso López Caballero, de que se busca, no mejorar la imagen propia sino desmejorar la del contrario. Y las vulnerabilidades de la campaña de Zuluaga con Uribe de telonero eran muchas con un J.J. al otro lado de la barricada. Por eso los uribistas hicieron llegar a El Espectador y al columnista de Semana la información que tenían de primera mano sonre Rendón y los 12 millones de dólares que habría recibido de los combas y los rastrojos. Pero los santistas, ni cortos ni perezosos, contraatacaron con la presta decisión del Fiscal Armando Monteaegre de allanar las oficinas del tal hacker Andrés Sepulveda, quien con su esposa Lina Luna, supuestamente infiltraban el proceso de paz en La Habana, de lo cual sólo se han contado los titulares. La guerra sucia se enfiló a lo que la contraparte considera su bastión principal en materia de imagen. Y ella amenaza con llevarse lo que encuentre. De hecho ya renunciaron J.J. Rendón y Germán Chica en el bando santista y Luis Alfonso Hoyos fue la cabeza que rodó en las toldas uribistas. Todo indica que las próximas dos semanas estarán salpicadas de salpicadores y lloverán denuncias y contradenuncias sobre espías e infiltrados. Eso que en el argot callejero se llama pelea de comadres, donde se descubren las verdades y se aprovecha para meter mentiras efectistas. Y la guerra sucia cuando es mediática da para todo. Ahora no faltarán las suspicacias sobre todo lo que hacía o tocaba al hasta ahora asesor de imagen de Santos o sobre todo lo que intentó el supuesto hacker contra la paz. Y sí en esa confrontación especulativa y espectacularista se le ocurre sacar la cabeza a Peñalosa con su afortunado pregonar sobre insistir en lo que nos une, le lloverán rayos y centellas, le buscarán su hacker o su Mata Hari y lo meterán en el baile de los desprestigios. De hecho, para eso es que son los Rendones y los Hackers para desprestigiar al contendor. La diferencia es que J.J. Rendón hace off line lo que los hackers hacen on line. El desprestigio, que es la experticia de J.J. Rendón, se hace en los medios y el de los Hackers se hace en las redes sociales. Lo de los 12 millones de dólares y las chuzadas a la paz hacen parte de la mitología de un país donde la realidad es mágica y la magia se hace real. Esto apenas comienza. Ya rodó la cabeza de otro uribista en el diario de los santos y algunos dicen que el nuevo elefante levantará polvareda. Seguro que sí se tira de la manta, como dicen los españoles, habrá tierrero pero por ahora lo que hay es ganas de armar tierreros. Se pusieron buenas las eleccciones pero sacando lo malo de los contrincantes y lo peor de sus asesores.
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