La naturaleza es sabia

Mié, 11/03/2015 - 06:04
Hace algunos años tuve la fortuna de encontrarme en el aeropuerto de Cartagena con el Capitán de Navío de la Armada Nacional Carlos Alberto Andrade,  hijo de mi buen amigo, ya fallecido, el Genera
Hace algunos años tuve la fortuna de encontrarme en el aeropuerto de Cartagena con el Capitán de Navío de la Armada Nacional Carlos Alberto Andrade,  hijo de mi buen amigo, ya fallecido, el General Alberto Andrade, con quien en las postrimerías de su  vida mantuve una excelente  y fluida amistad que nos permitió a los dos analizar, fría y serenamente, el conflicto armado colombiano. En esas conversaciones nos acompañaba Ramón Jimeno, juicioso periodista, con quien teníamos la idea de sacar un libro que diera luces a los esfuerzos de Paz. Desafortudamente presiones de distinta índole, tanto sobre él, como sobre mí, nos hicieron abandonar ese buen esfuerzo, que sin duda hubiese suministrado ideas en este largo camino que venimos recorriendo los colombianos. El General en una de las frecuentes reuniones que hacíamos en su casa en Turbaco. Bolívar, me presentó  a su hijo con quien tuve una interesante conversación. Pero mi preocupación no apunta ahora a las complejidades de los diálogos de Paz, sino a que en ese encuentro en el aeropuerto Rafael Núñez de Cartagena, el Capitán Andrade, quien es un estudioso investigador  de la Armada para los asuntos ambientales de mareas, huracanes y tornados, en el Centro de Investigaciones Oceanográficas e Hidrográfica, me comentó que en esos momentos estaba pasando por encima de Colombia, por la estratosfera, una tormenta  de arena con origen en el desierto del Sahara, en África. Para mí esta información era totalmente nueva y me causó extrañeza y curiosidad. Ahora, al leer un interesante artículo de Pamela Montes Iturriaga, publicado en el diario 'El Comercio' de Perú, entiendo  mejor la información entregada por mi amigo, como los diversos ecosistemas del planeta se mantienen interconectados para beneficio de la humanidad, aunque esta no ayude en  nada, y más bien constantemente lesione las complejas estructuras ambientales, una de las regiones más áridas del planeta, el desierto del Sahara, contribuye con el exuberante crecimiento natural de la selva amazónica, quien lo creyera! Por investigación científica se sabe desde hace mucho tiempo, que el polvo del desierto africano viaja atravesando países, incluso una parte se deposita en el océano Atlántico, antes de llegar a su destino en  Norteamérica, en otras regiones terrestres de América Central y en la Amazonía en Suramérica. La  gran importancia de este polvo del desierto es su riqueza en fósforo, nutriente que le brinda a todas las plantas  la oportunidad de crecer de manera frondosa y exuberante. El Sahara es el mayor desierto del mundo, nace en Marruecos muy cerca de la mítica ciudad de Marrakech y se extiende por Argelia, Libia, Egipto, Mali, Mauritania, Níger y Chad. Es precisamente de aquí de donde proviene todo el polvo rico en fósforo, que sale de la cuenca Bodéle, considerada la zona más polvorienta del mundo y cuyas arenas están compuestas por un número mayor de nutrientes, con respecto a otras regiones productoras de fósforo del desierto. Múltiples investigaciones sobre estas  arenas  han demostrado en las últimas décadas que su  contenido en fósforo es mucho mayor a las cifras suministradas en las primeras investigaciones. Gracias a la información  facilitada por el satélite de observación atmosférica Calipso, de la Agencia Espacial Estadounidense (Nasa), se divulgó en la revista Geophysical Research Letters, un estudio de uno de los científicos atmosféricos más importantes de la Universidad de Maryland, Hongbin Yu, donde informa por primera vez, que 28 millones de toneladas de polvo se depositan sobre la cuenca del Amazonas cada año. Si estas investigaciones se consolidan, sorprenderá saber que de esa cantidad, 22.000 toneladas corresponden a fósforo, equivalente a la cantidad de este nutriente que la selva amazónica pierde  por  efecto de las lluvias o  inundaciones,  de acuerdo a las declaraciones del profesor Yu. Es maravilloso reconocer la inteligencia biológica que existe en cada  célula del planeta. Actúan sistémicamente para poner en evidencia su equilibrio entre el Dar Y el Recibir, energía fundamental que rige el Universo, en la que vemos expresada su solidaridad y generosidad. De esta forma, la madre tierra se esfuerza por compensar a través de tormentas  de arena que pasan por la estratosfera, las deficiencias que presenta un ecosistema en determinas circunstancias de la vida. La naturaleza en su sabiduría lleva a través del agua todos los nutrientes a las plantas de  la selva, pero a su vez lava el suelo llevándose el imprescindible fósforo. Del mismo modo, al detectar con sus sensores naturales que el fósforo se ha ido con las lluvias y que es necesario su abono natural, este llega luego de viajar miles de kilómetros por los espacios estratosféricos  procedente del desierto del Sahara. Solo así entenderemos que los grandes cataclismos vividos por  la humanidad son los mecanismos de defensa más profundos que utiliza esa “conciencia del planeta” para evitar su eclosión. Este fósforo que viaja desde el Sahara llega también para nutrirnos a nosotros  como seres humanos a través de la flora y la fauna como parte de un sistema integrado, comprensión que nos lleva a transformar el concepto que se ha tenido del “hombre como rey de la naturaleza”, cuando realmente somos un ser más, integrante de ese sistema, que no sobrevive si no se articula sanamente al conjunto de seres que componen el ecosistema del  que hace parte. Pensar en esto es sentir dolor por las múltiples y sistemáticas agresiones que le hacemos los seres humano, que somos la  especie más depredadora  que ha surgido sobre la superficie terrestre en todos los siglos de su existencia. Cambiar la concepción anterior es reconocer la Naturaleza como madre y maestra. La primera nos concita a amar, respetar, cuidar y la segunda a aprender de  la sabiduría de sus leyes y comportamientos, del respeto por sus ritmos y procesos, de su solidaridad al estar presente donde la necesitan, de su generosidad cuando nutre y cobija  sin condiciones, como el árbol que nos da todo hasta su sombra sin exigir nada a cambio, de su capacidad para recibir  con humildad porque reconoce lo que necesita, de su creatividad en la combinación incesante y sin afanes de sus elementos para  generar nuevos procesos, de su abundancia que nace, crece y se expande donde el hombre depredador se lo permite. Si como sociedad nos rigiera esta ética de la naturaleza, estoy seguro que lo que ella produce sería suficiente para cubrir las necesidades de todos. Sin embargo, hay que admitir que es insuficiente para cubrir la avaricia  de muchos y que las mayorías inconscientes y guiadas por la concepción de la ambición desmedida, no solamente permitimos, sino que además  irrespetamos y corrompemos la tierra, el agua, el aire, olvidando que de ellos depende nuestra supervivencia como especie en el planeta  Tierra. ¿Será posible que entendamos, más temprano que  tarde,  “que nuestro mundo es pequeño y todo  está conectado entre sí” para garantizar su supervivencia? Que enseñanza tan extraordinaria para valorar aún más la gran sabiduría que en cada uno de los pasos diarios y cotidianos de la existencia nos entrega  con generosidad la naturaleza. Es hora entonces, que nos volvamos ciudadanos más responsables y comprometidos con la vida y con el medio ambiente. EX.EMBAJADOR DE COLOMBIA EN EUROPA.
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