La provincia

Mar, 30/01/2018 - 05:15
El ejercicio de la política tiene muchas facetas aburridas. Pero tiene también algunas satisfacciones. Estar con la gente es un excelente ejercicio de aprendizaje. Se conocen personajes maravillosos
El ejercicio de la política tiene muchas facetas aburridas. Pero tiene también algunas satisfacciones. Estar con la gente es un excelente ejercicio de aprendizaje. Se conocen personajes maravillosos como la pareja de un checo y una huilense de Campoalegre que han montado un muy buen restaurante en Neiva que se llama El Checo. Además producen vino y cerveza y tiene un atractivo proyecto de crear un spa donde los clientes se bañen en cerveza, lo que aparentemente es muy bueno para la piel. Los bogotanos llaman con el nombre despectivo de “provincia” a todo lo que está más allá de Soacha, Siberia, La Calera y Chía. Desde su falsa superioridad, creen que el resto del país no tiene nada que valga realmente la pena, salvo la Cartagena de los snobs. Puede ser que Bogotá sea la única metrópolis de Colombia con todo lo que ello implica de bueno y de malo. Pero salir de Bogotá es siempre refrescante: el aire, el agua, los acentos, el clima, la comida, la vegetación, el ritmo cotidiano, las relaciones sociales y la calidad de vida de las regiones es muy superior al de Bogotá. Las gentes son más sencillas y auténticas; menos preocupadas por las apariencias y conscientes de lo que son en la realidad. Las regiones están llenas de vida y de un progreso gradual. Basta visitar ciudades intermedias como Pereira, Armenia, Neiva, Popayán o Montería para observar mejores infraestructuras, desarrollos inmobiliarios interesantes y un comercio cada vez más sofisticado, organizado en centros comerciales que no tienen nada que envidiarle a los de la capital. En esas ciudades hay mucha corrupción y pobreza pero uno tiene la clara impresión de que los problemas todavía tiene solución si se administran con un poco de planeación y rigor. Uno tiene la impresión de que si pudiésemos arrancar la administración municipal de las garras de la politiquería que hoy las tienen postradas, estas regiones serían zonas casi paradisíacas. Bogotá, con todo su potencial desperdiciado parece no tener futuro. El deterioro de su calidad de vida es dramático y la solución de sus problemas requeriría varias administraciones eficientes y honestas, algo que parece difícil de asegurar. Estar en esas regiones es agradable y refrescante. Los bogotanos creemos siempre que más es mejor. Yo estoy convencido que en las regiones queda claro que menos puede ser mejor.
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