La transición va a ocurrir, no porque lo desee la oposición o lo deje de desear el régimen, sino porque las circunstancias la hacen inexorable.
Al ritmo que va la hiperinflación en el país, se está produciendo un efecto de aceleración tal, que la convertirá en la más alta que jamás haya ocurrido en toda la historia de la humanidad.
Si a esto le sumamos el alarmante declive de la producción petrolera y la consiguiente disminución del ingreso de divisas, que agrava de manera exponencial la escasez que ya está causando estragos a lo ancho y largo del país, puede convertirse en un peligroso factor de alteración social.
Es de suponer que si no se adoptan medidas drásticas que cambien diametralmente el rumbo de la política económica y se abren espacios para la convivencia política civilizada, lo más probable es que el deterioro de todas las condiciones de vida en nuestra nación nos lleven a un punto de no retorno, alejando toda posibilidad de recuperación y de paz. Por ello, ningún grupo político por si solo puede hacer lo necesario para enderezar el rumbo.
Esto se podrá lograr si se crean mecanismos para avanzar en una fase de transición en la que se llegue a un acuerdo de gobernabilidad, con base en un programa de recuperación de corto y mediano plazo, y se fijen las reglas para la reinstitucionalizacion del país y se pueda, en su debido tiempo, retornar a la normalidad democrática.
Esta tarea ciclópea solo será posible hacerla si la comunidad internacional interviene vigorosamente convenciendo a todas las partes involucradas que deben aceptar una hoja de ruta común, que sea compatible con los principios y preceptos de la constitución de 1999.
