La triste condición del candidato

Lun, 10/03/2014 - 14:59
Pobre candidato, casi desgraciado. Está obligados a sonreír, con o sin ganas, apremiado por el resultado electoral. Come lo que le indigesta, después de haber pagado a precios desmesurados, para ha
Pobre candidato, casi desgraciado. Está obligados a sonreír, con o sin ganas, apremiado por el resultado electoral. Come lo que le indigesta, después de haber pagado a precios desmesurados, para halagar al supuesto líder que consigue algunos votos. Se deja estafar y chantajear por un bribón de barrio que promete conseguir la voluntad de sus vecinos. Se compromete a lo que no puede por alguna ayuda económica. Madruga y trasnocha porque le asusta perder. “Mis votos le pueden costar la curul”, le dice el desdentado y achacoso jefe comunal, que termina pidiendo para el almuerzo “mientras arreglamos todo”. Soporta con mansedumbre e indulgencia la embestida amorosa de la mujer o la cuñada piernipeluda del jefe regional, en la fiesta que paga el candidato. Es la pobre condición del candidato, como decía Álvaro Gómez Hurtado, refiriéndose al viacrucis del político en campaña. Porque he recorrido los caminos y las penurias como candidato, siento tristeza y dolor –como si fuera mi piel- por los quemados, aunque –es humano y desalmado decirlo- me alegra la derrota de algunos. Pienso que Guillermo Rivera ha sido revelación en el congreso. Perder por 300 votos y que el país no cuente con su trabajo honesto y valeroso es una lástima. Desperdiciamos la oportunidad de conocer en el escenario político a Juan Luis Castro Córdoba, el hijo de Piedad. Inteligente, reposado, profundo, con ideas claras sobre la sociedad del momento y las debilidades y falencias del Estado para enfrentar los problemas de salud y educación. Son pocos los políticos decentes, sencillos y trabajadores incansables por su región. Y Jorge Eduardo Londoño, de Boyacá, exhala amor por su tierra, además de ser esforzado conciliador por la paz de su partido (verde) y la del país. Juan Mario Laserna, quien llegó a ser directivo del Banco de la República –con todos los títulos y estudios posibles en el exterior sobre temas económicos- sale del Congreso, porque la academia y la honestidad no bastan para quedarse en el capitolio. Ideológicamente, estoy en la orilla opuesta de José Darío Salazar, conservador del Cauca. Pero le reconozco gallardía, elegancia, temperamento y entereza para defender sus posiciones, quizá añejas. Era apasionante –casi palpitante- escuchar a Jesús Ignacio Valencia en un debate jurídico o constitucional. Lo suyo era una cátedra de derecho (en medio de tanto analfabeta), aunque estas materias también sean susceptibles de sesgos e interpretaciones. Lamento que los colombianos no se hayan apiadado del pobre general Padilla de León, quien perdió en estas elecciones la virginidad electoral y votó por primera vez, después de toda una vida de abstinencia. Perdieron las elecciones y aparecen –para burla nacional- en el pabellón de quemados. Lo mismo que Jorge Eduardo Géchem, que por turco y por astuto, pensé que se moriría de viejo en el congreso. Queda confirmado, entonces, el dicho: “Hasta al mejor cazador se le va la liebre”. @Artunduaga_
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