En Colombia no solo el accionar estatal de las ramas del poder público es falso, selectivo y oportunista; también lo son la mayoría de medios de comunicación y un gran porcentaje de la sociedad. Cuando los gobernantes favorecen con contratos y puestos a sus amigos y abandonan las regiones a su suerte; cuando los jueces no fallan en derecho, sino de acuerdo con el tamaño de sus odios; cuando los periodistas tienen intereses creados por la pauta publicitaria y la gente que dice ser de bien se queda callada ante la injusticia y el atropello, no es mucho lo que puede esperarse.
En definitiva, somos un país que se mueve al ritmo de las conveniencias y el aplauso de la galería. La doble moral hace parte del ADN de la colombianidad, y las posturas se mimetizan y se transforman al vaivén de la coyuntura o del bolsillo. Somos una nación sin memoria y desprovista de coherencia. Precisamente por causa de dichas falencias estamos condenados a tropezar con la misma piedra y a caer irremediablemente en las redes de la equivocación, que conducen al atraso y el subdesarrollo. La verdadera honestidad consiste en decir lo que uno piensa y en defender con ahínco los ideales y la concepción particular que sobre el mundo y sus problemas cada quien pueda tener, sin importar que la ideología sea de derecha, de izquierda o de centro (esta última bastante exótica, en medio del radicalismo rampante que nos consume). En Colombia, del presidente y los grandes industriales para abajo, todos acomodan la verdad o la maquillan para quedar bien y así obtener beneficios económicos o réditos políticos. El objetivo para el grueso de la población, sin importar el costo, es encajar a como dé lugar, en una sociedad cada vez más embustera, superflua, banal y cruel. En el modelo de conglomerado humano o “Frankenstein” social que estamos forjando, el dolor ajeno no importa, el individualismo es religión, la razón está reservada al mejor postor y hablar con la verdad es considerado un acto terrorista. Un país que fundamenta su existencia y su futuro en la mentira, es un Estado fallido, una nación inviable: pasamos de no reconocer los problemas endémicos de una sociedad cada vez más decadente y excluyente, a creernos la falsedad inmarcesible de un mañana lleno de oportunidades. La mentira trae más pobreza, violencia y falta de oportunidades, es como el alcohólico que no acepta su condición: se hunde sin parar. La verdad es que vamos rumbo al abismo y estamos jodidos. Lo primero que hay que hacer es reconocer que el país está muy mal desde todo punto de vista, sobre todo a nivel social y en materia de inseguridad. No se puede tapar el sol con un dedo. Probablemente con ese gesto de honestidad podamos remontar la debacle que se avecina. La ñapa I: Lo que está ocurriendo en el Catatumbo es apenas unas muestra del desastre social en el que está sumido el país provinciano y rural. La ñapa II: Presidente Santos, no solo las madres de los secuestrados extranjeros sufren. La ñapa III: Nadie dice nada de las “peripecias sofisticadas” de la firma de Abogados Brigard y Urrutia. Ahí sigue el embajador en Washington, atornillado a su puesto y sus encopetados clientes bebiendo de la fuente inagotable de la impunidad. La ñapa IV: ¿Por qué la impoluta Gina Parody no nos cuenta si el puesto que tiene en el gobierno es consecuencia directa del aporte económico que hizo su familia a la campaña de Santos? La ñapa V: ¿Qué pensará el flamante Rector de la Universidad autónoma sobre la dedicatoria de su equipo a la exrectora Gette? abdelaespriella@lawyersenterprise.comLa verdad nos hará libres
Lun, 08/07/2013 - 01:06
En Colombia no solo el accionar estatal de las ramas del poder público es falso, selectivo y oportunista; también lo son la mayoría