Sumido en un mar de desprestigio, el congreso Colombiano no ha logrado demostrarle a la gente la importancia de existir. Esto desemboca necesariamente en apatía a la hora de elegir senadores y representantes. Apatía que seguramente se verá reflejada en las votaciones que se están adelantando a la hora de escribir esta columna.
Y no es para menos, la historia de nuestro Legislativo es bastante pobre en relación a una de sus atribuciones más importantes, la del control político. Cuando en la Presidencia, en los Ministerios, o en los institutos, que es lo que se conoce como la rama Ejecutiva del Poder Público se realizan acciones contrarias al interés general, el principal ente de control debería ser el congreso. Allí debería develarse la corrupción, los abusos de poder, las políticas equivocadas.
Sin embargo no ha sido así. El Legislativo no ha ejercido ningún control como no sea el de la extorsión al mandatario de turno para que suelte mermelada, exude favores y comparta el poder ejecutivo.
Esta sumisión a cambio de premios, como un perrito domesticado, termina en la entrega de su otra función básica al Ejecutivo, la de hacer leyes y normas. El congreso ocupado en comer del mismo plato del mandatario de turno se olvida de hacer las leyes y las deja en manos de la presidencia que a través de sus voceros los ministros va orientando la forma como se debe votar cualquier iniciativa.
Esta distorsión en los objetos propios de cada rama del poder público llega al absurdo de hoy cuando es el Ejecutivo el que hace las leyes y el Legislativo el que ayuda a gobernar a través de cuotas políticas en ministerios e institutos y en las regiones, a través de sus entes territoriales.
El que funcione mal nuestro Congreso no deslegitima su importancia. Una verdadera democracia necesita un verdadero órgano legislativo, es decir uno que de verdad ejerza control político y produzca leyes que son la expresión última de las políticas públicas, para favorecer a la población.
Colombia, más que nunca, ahora que enfrenta un proceso de paz que podría llevar al fin de la confrontación armada de más de cincuenta años, requiere un senado y la cámara compuesto por personas que entiendan su propia importancia, que se apersonen de sus verdaderas tareas y dejen de comportarse como una banda de atracadores del presupuesto nacional.
Si no queremos que del proceso de paz salten liebres sacadas de un sombrero de prestidigitador, es necesario que el próximo congreso no sea obsecuente con la presidencia, lo que es igual a no tragar entero. Un Legislativo que no se convierta en apéndice del Ejecutivo, que asuma su tarea de hacer control real sobre las acciones de los ministerios y que se apreste a revisar con lupa las propuestas legislativas que le lleguen.
Si hay un congreso digno, que recupere el prestigio perdido, tendremos esperanza de que Colombia marche en la dirección correcta. Pero me temo que no va a ser así: Seguramente llegarán los amantes del poder a constituirse en “bancada” de gobierno y dedicarán los próximos cuatro años a pedir y otorgar favores. También llegarán los enemigos declarados del gobierno que se atravesarán como mulas muertas en todo lo que proponga el ejecutivo.
Unos y otros olvidarán que su labor no se define por los gustos o disgustos sobre el primer mandatario, sino por su compromiso con la Nación. Y entonces seguiremos teniendo el Congreso desprestigiado e inútil que tenemos hoy. ¡Ojalá me equivoque!
@Malondono
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La verdadera importancia del congreso
Lun, 10/03/2014 - 14:50
Sumido en un mar de desprestigio, el congreso Colombiano no ha logrado demostrarle a la gente la importancia de existir. Esto desemboca necesariamente en apatía a la hora de elegir senadores y repres