Linda, joven y rubia. Dos historias

Sáb, 07/01/2012 - 00:02
Hermosa, realmente bonita. Al ver su rostro y figura todo nos imaginamos menos que fuera una cantante operática de primer orden a nivel mundial. Atónitos quedamos al

Hermosa, realmente bonita. Al ver su rostro y figura todo nos imaginamos menos que fuera una cantante operática de primer orden a nivel mundial. Atónitos quedamos al escucharla. Su voz angelical, con matices increíbles, hacía las delicias de quienes escuchábamos. El asombro hizo su entrada cuando la oímos narrar cómo había tenido que vencer el prejuicio social de ser linda, joven y rubia y por tanto "sin talento". Si, prejuicio, ya que por un tiempo, los directores de teatro consideraban que ella era más un hecho mediático, una figura construida sobre su belleza, que un talento vocal real. Segunda historia. Nos citamos con unos amigos en un restaurante con mesas al aire libre. Mientras llegaban disfrutábamos deliciosas empanadas, famosas en la ciudad. Cuando de repente la mesera ve a una persona que se acerca y toma una empanada de la mesa, le dice con fuerza, "váyase, usted no debe hacer eso". Esa persona, la amiga que esperábamos, se sale completamente del imaginario social de linda, joven y rubia. Su vestimenta y figura hicieron creer a la mesera que era alguien humilde, de la calle, sin embargo ella es una reconocida profesora en una universidad, talentosa en su campo. Prejuicio social, poner la belleza en primer plano. Construido el prejuicio desde la época de la bella Atenas, de los hermosos griegos, o posiblemente en su contexto, desde tiempos más ancestrales, ya que la belleza de Nefertiti sobresale en la historia. Construida la belleza social antes que el don, que el talento personal. ¿Cuándo podremos permitir que antes que los ojos, sea el corazón quien atienda primero el llamado a conocer? O más bien, ¿cuándo impediremos que los prejuicios de la razón corten de entrada los sentimientos? Aquellos sentimientos que llamamos "química" o sea la empatía o su ausencia, que nos anuncian con antelación si nos gustará o no la persona que vamos a conocer. Curiosamente, aún antes de estar en su presencia. Es un ejercicio, para aprender. Ver el alma, antes que la personalidad. Ver con el amor, antes que con los esquemas aprendidos. Ver el talento antes que la figura. Ver la esencia antes que el empaque. Para aprender, ya que estamos acostumbrados a ver tal como nos han enseñado, la razón por delante. Distan mucho las enseñanzas de recalar primero en los sentimientos. Sentir es la clave para el aprendizaje. Sentir en nuestro cuerpo su reacción ante el próximo encuentro, ante la nueva circunstancia. Es el cuerpo quien reacciona con alegría o desagrado, el es el primero que podemos sentir, antes que los juicios emitidos por la razón. Él, el cuerpo, es el sabio.

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