El 2 de julio de hace 20 años asesinaron en Medellín al ídolo del Nacional, Andrés escobar, mientras lo insultaban por su autogol, que eliminó a Colombia del mundial de 1994, en Estados Unidos. Hoy desde su tumba olvidada sigue siendo símbolo del salvajismo y la barbarie en que pueden degenerar los resultados de nuestro glorioso deporte.
Los muertos y los heridos del fútbol son infinitamente más abultados que los resultados de las canchas, porque Colombia se sale de madre, igual en las victorias que en las derrotas, sin que sea posible contener la irracionalidad que corre pareja con la alegría. Festejar se volvió tan peligroso, que solo sugerirlo nos expone a la intolerancia, al insulto y a las amenazas por las redes sociales.
La delincuencia se hace presente en la fiesta para robar, violar, asesinar, y llevar a cabo venganzas y ajustes de cuentas, mientras en los bares se pasan facturas de cuchilla, y los policías impotentes para controlar las hordas, son mojados y cubiertos de espuma y harina en medio del burlesco general.
Los colombianos no sabemos celebrar, y mientras aprendemos, hay que rodear a los alcaldes y gobernadores que se amarraron los calzones con medidas como la ley seca y la restricción de motos, única forma de impedir que los goles se celebren con muertos. Somos solidarios, sí, con los empresarios que empezaban a ganar dinero en cada victoria, y con los motociclistas responsables, que ni beben ni hacen cabriolas exhibicionistas, e imbécilmente arriesgadas cuando conducen, pero el bien común está por encima de los intereses particulares. Colombia volverá a ganar el sábado, y seguirá ganando, lo importante es que nuestras familias sigan completas y sanas, para celebrar, especialmente ahora, que el fútbol unificó la patria limpiamente, bajo una sola bandera.
La marcha uribista
Las FARC, que en la pasada campaña fueron sublimadas al punto de santoral, siguen siendo lo que siempre han sido, porque su esencia es delincuencial, y eso el pueblo lo sabe y lo sufre, aunque la mitad se hizo miope, para que Santos pudiera seguir llevando el país como lo lleva.
La mitad del país que no quiere impunidad, que no quiere a las FARC ni a Santos, fue convocada para protestar contra su violencia, el 20 de julio en las calles, a pesar de la ley inédita e insólita en la historia democrática de Colombia, que criminaliza la protesta social. Las izquierdas que lo acompañaron deben estar chamuscándose, a menos que hayan comenzado a negociar burocracia por conciencia.
MARCHA POR LA PAZ
Cintas de luto en millones
Llueven del cerro hasta el mar
Y desbordan en las calles
Su clamor de nunca FARC.
Usan tu palabra, paz,
empalagando la lengua
y te ofrecen en reventa
con un muy blanco disfraz
que esconde muertes por dentro
y el robo y la impunidad,
y la corrupción de siempre,
siempre que sean por la paz.
El país se está quebrando
Como un llanto, por mitad
porque desde el monte matan
los que por el monte van
y mueren en las ciudades
los que matan por un pan,
para que sea presidente
el que por tu nombre va
vendiendo mortajas blancas
por banderolas de paz,
pero en pavor arrincona
La horrorizada verdad,
Que ve teñirse con sangre
Su mal compuesto disfraz.
Cintas de luto en millones
Llueven del cerro hasta el mar
Y desbordan en las calles
Su clamor de nunca FARC.
@mariojpachecog
